El plan
Nunca uno, sin el otro
Puedes ver este video donde estará su versión narrada por J.J. Zapatta, narrador y escritor
Las consecuencias del acto
Algunas cosas no se pueden cambiar, solo superar y aceptar
Las consecuencias del acto
Me llamo Álvaro, soy un hombre de familia, como tú o como cualquiera. Nacido en el amor de un padre y una madre que me educaron y me criaron con amor. Mis padres se conocieron en secundaria, y al terminarla siguieron en contacto. Los años pasaron y el amor floreció entre ellos, y yo producto de él. Fui un accidente, un hermoso accidente decía mi madre, un accidente decía mi padre con humor, pero jamás se arrepintió de tener un hijo. A veces las consecuencias de un acto pueden traer resultados inesperados, y así me lo explicó mi padre, contándome en más de una ocasión, como fue que él, “germinó su semilla en mi madre”. No estaban arrepentidos, pero explicaron lo difícil que fue cuando no estaban preparados. Mi padre dejó sus estudios terciarios para ser contador, ya que necesitaba dinero, y eso lo logró con dos trabajos día a día. Cuando ya no fue necesario tener dos trabajos, se sentía viejo para retomar una carrera que dejó atrás. Siempre me dijeron, que no haga como ellos, que sea prudente. Tuve grabado eso en la frente, y gracias a ellos me recibí de abogado y comencé a trabajar a buen sueldo. Pero, siempre metemos la pata, y así la metí yo.
Claudia, la chica que conocí en ese bar cuando me pasé de la cerveza que mi cuerpo tolera, la que me llevé a mi casa y con la que me quité todo el estrés de la semana, la que le gustaba sin condón, en especial para actos explícitos. Cometí la imprudencia que mi padre me advirtió, con carrera y estabilidad económica, pero en la mujer de peor vida que se me pudo ocurrir. ¿Qué iba a saber que era una drogadicta perdida? La mujer tenía un cuerpazo de novela para mi visión doble de alcohol, no tanto para mi visión de resaca del otro día, pero tampoco tenía quejas. En fin, ella recordó mi dirección, apareció 4 meses después, con la mano sobre su panza, y no era una hinchazón, pero sí mi culpa. Esa sensación de verla a los ojos fue eterna, su rostro cadavérico, los ojos rojos y los dientes amarillos que por suerte estaban todos a la vista, y la pierna adelantada como quien fuera una prostituta en la esquina. Me explicó que era mío y esperé que no, pero el análisis de ADN que exigí fue como si mi casa cayera en mi cabeza, iba a tener un hijo con una mujer de mala vida.
Caí desganado en la casa de mis padres, me leyeron la expresión de luto, pero quedaron en silencio esperando a que lo suelte, ellos me conocen y saben cómo tratarme. Suspiré y comencé con un “salí con mis compañeros de trabajo a tomar algo”, y luego la metida de pata, la metida de pata hasta la rodilla que ellos me advirtieron, la superé con medalla de oro. Mi padre estaba serio, se lo leía en esa sonrisa descendente, mi madre bajaba la mirada, miraba los adornos de a rato, la cocina, todo menos a mí.
— ¿Qué vas a hacer? —preguntó mi padre levantando las cejas.
—Y hacerme cargo, no tengo otra opción, voy a tener un hijo —contesté con obviedad.
Mi padre sonrió, mi madre dejó caer algunas lágrimas.
—Ese es mi hijo —gritó como si fuera un gol —. Marta, trae whisky para ambos.
—No —interrumpí —. Prometí no beber una gota de alcohol desde ese día.
Mi padre se puso serio, más bien incómodo consigo mismo. Luego sonrió y con un gesto a mi madre le negó el whisky.
—Cuando te hice en ese accidente estaba sobrio —dijo mi padre entre risas, y una palmada en mi espalda.
Luego de unos meses conocí al amor de mi vida, Lucia, el mejor accidente que pude tener. Dos visitas en la semana y me la llevaba los domingos, o algún día que la perra de la madre le servía y me obligaba a quedármela, y lo hacía con gusto. Así pasaron los años, ella tenía su cuarto en mi casa, sacó mis ojos verdes y el rubio de mi familia, era una perla que vivía en el pantano de su madre. Era una niña inteligente, decían las maestras en su escuela, educada y llena de alegría, La luz de mis ojos, lo daba todo por ella, pero un día todo se volvió gris. Una llamada a mi celular me destrozó el corazón, era la policía. Solo me preguntaron si era el padre de Lucia, y me pidieron que vaya a la comisaria con urgencia. Entre náuseas y sin saber qué pasó llegué, la noticia me dejó en shock. Lucia, con solamente 6 años, fue violada por un novio de su madre mientras ella estaba en un coma etílico. No sabía qué hacer, sabía quién era el hijo de puta que vivía con ella desde hace dos meses, los daños no solamente fueron psicológicos, también físicos por su pequeño cuerpo, pero de eso no quiero dar detalle.
—Lo voy a matar —le dije al oficial sin pensar en nada —. Lo quiero muerto al hijo de puta —grité.
—Cálmese —dijo el oficial Hernández, como si la situación fuera normal, quizás para él era algo que veía cada tanto, pero para mí usurparon el tesoro más sagrado.
— ¿Qué me calmé? —Le dije irritado tras empujarlo, aun así su gran tamaño ofreció buena resistencia.
—Caballero, no empeore las cosas, es importante que usted conserve el juicio como buen abogado que es.
— ¿Tienes hijos? —Grité muy cerca de su rostro.
—Por suerte, no —soltó sin expresión.
Lo sujeté de la camisa pronto para desahogarme con él, pero alguien puso una mano en mi espalda, para cuando me di cuenta mi pierna derecha venció por algo contundente con lo que me golpeó. Hernández dio voz de alto, y solo escuché mezcla de palabras y expresiones que la catarsis en mí no me permitió entender.
—Que lo arresten —ordenó Hernández.
Sin esposas, 2 oficiales me escoltaron a una celda compartida, sentí el chillido de la reja a mis espaldas, nunca había caído tan bajo. Cuando volteo los veo, 5 sujetos que parecían de la clase de la madre de mi hija, me clavaron los ojos en esa habitación de 5 por 5.
—Lindo traje —me señaló uno de manera sobradora, a la vez de que me di cuenta de que le faltaba el dedo menique y anular. Eso se lo hacen a los que deben dinero a mala gente, no creo que sea un accidente.
— ¿Qué hiciste? —Dijo un señor mayor sentado en un banco.
Había modulado como mi padre cuando conté mi accidente, su presencia y postura descompaginaba de los demás.
—Casi golpeo a un oficial —solté con la vista en el piso, recién había reaccionado a lo que había hecho.
—Casi —rio uno, como los demás lo acompañaron.
—Buen traje —continuó el señor mayor.
—Es abogado —intervino uno de baja estatura.
— ¿Cómo lo sabes? —Pregunté aterrado. Temía que en alguno de mis casos él me reconociera.
—Él está aquí por estafador —intervino el hombre mayor —, los reconoce solo con verlos, pero como eres idiota se lo confirmaste —continuó.
Me quedé en silencio esperando que hacían, fueron minutos eternos en intercambios de miradas en ese agujero del diablo.
—Siéntate —ordenó el hombre mayor al señalar a su lado del banco.
—No, gracias —dije serio y calmo.
—Que te sientes, dijo un moreno al empujarme de lado.
—He, basta —le señalé irritado —. No estoy de humor como para ninguno de ustedes —estaba que mataría a cada uno de ellos, todos se parecían a quien lastimó a mi hija.
—Oficial, todo está en orden —dijo el señor mayor hacia la puerta de la celda, donde estaba Hernández viendo lo que pasaba.
—No lo lastimen, es un hombre derrotado —dijo el oficial a la vez que se dio la vuelta y se marchó.
—Si te sientas, nadie te va a lastimar —me dijo el viejo —. Soy Jorge.
—Álvaro —respondí secamente.
—Acá manda Don Jorge —dijo el moreno cuando se recostó en la pared.
No me quedó otra opción, con los pasos lentos casi congelados, poco a poco tomé el lugar que me mandaron. Me quedé allí junto a al viejo Jorge, me sentía como la próxima chica del sitio. Después de 2 minutos Hernández abrió la celda, entró con una bandeja donde reposaba una pastaflora ya cortada. Los presos la recibieron con agrado mientras se repartían entre ellos. El moreno acercó la bandeja Jorge, y este tomó un trozo el cual comenzó a comer, cuando me di cuenta el moreno me presentó la bandeja a mí, serio esperaba a que tomara un pedazo.
—No, paso —dije tranquilo
— ¿No estás de humor para comer? —Preguntó Jorge con la boca llena.
—La verdad que no —dije mirando al suelo, el moreno retiró la bandeja.
—Aquí la gente no es mala, solo están pagando errores que cometieron —contó Jorge.
—Yo maté a una mujer por manejar ebrio —dijo el moreno —, me quedan 2 años.
—Giré varios cheques en blanco —dijo quién me acusó de ser abogado —. Pero jamás delaté a quienes se olvidaron de mí, varios de tus amigos con tu título, los reconozco solamente con verlos.
—No todos somos iguales —solté casi automáticamente, y me di cuenta tarde que tenía que callar mi maldita boca.
—Eso ya lo sé, el que me defendió y estaba por acusar al resto lo mataron —rio —. Un accidente —continuó al hacer el gesto de comillas con sus dedos.
—Fabio —dijo el moreno al señalar con su cabeza a uno obeso que se mantuvo callado.
—Una pelea, le rompí la rodilla a alguien sin querer y quedó sin trabajo. Tras una demanda aquí estoy.
—Dale, Fabián —soltó el moreno.
—Fabián —exigió Jorge tras su silencio
—Un exnovio robaba casas, vino a la mía cuando la policía lo buscaba y lo escondí, pagué por ser cómplice.
—No parecen tan malos —les dije a todos, olvidando por un momento en donde estaba.
—La gente comete errores cuando no piensa, usted es abogado y lo debería tener claro —contestó el moreno.
—Así que agrediste a la autoridad —intervino calmo Don Jorge, se parecía a mi padre con su calma manera de hablar.
—Estaba furioso, lo estoy —dije.
—Cuéntanos —pidió Jorge, mientras todos me observaron.
Quedé en un silencio perpetuo que pude apreciar que lo respetaron, aun así, esperaron y me dieron tiempo a hablar. Cuando me decidí a hacerlo, del solo hecho de intentar visualizar aquello que ocurrió hace poco, mi mandíbula comenzó a temblar por la angustia. Pero lo solté.
—La pareja de la madre de mi hija, la violó —fue lo que pude decir cuando caí en llantos.
Volvió el silencio, un silencio con mezcla a luto y respeto que no me imaginaba dentro de la celda, lo esperaba del idiota de Hernández.
— ¿Cuándo pasó? —Preguntó Don Jorge.
—Hace unas horas me llamaron y recién me lo dijeron aquí. Quiero matar a ese hijo de puta, quiero verlo sufrir por lo que le hizo a mi hija…
— ¿Y eso borrará su recuerdo? —Preguntó en forma de crítica el viejo Jorge.
—No, nada lo va a hacer —solté.
— ¿Cómo es su madre, cómo es tu relación con ella?
—La madre es una cualquiera con la que me acosté en una borrachera, la embaracé y bueno, me hice cargo. Pasé mi pensión, la visité cada vez que pude y siempre traté de estar con ella cuando podía, pero no estuve allí cuando pasó.
—Hombre, eres abogado —soltó el moreno —. Sabes lo que tienes que hacer.
— ¿Qué? —Pregunté irritado, mis emociones me decían venganza.
— ¿Dónde está la madre? —Preguntó el estafador.
—En un coma etílico.
—Pierdes el tiempo, conocí muchos abogados, puedes quitarle la patria potestad —agregó, y fue algo que no había pensado.
Fue un momento eterno para mí, estudié abogacía para ejercer las leyes, y olvidé que a pesar del estilo de vida de su madre, no podría tener a mi hija conmigo. Pero, ahora, con todo esto se la quitaría en nombre de la ley. Poco a poco mi carrera me obligó a reflexionar en todo lo que tenía que hacer, mi hija está viva, lastimada y herida, pero viva, y este evento la pondría bajo mi tutela.
—Yo… no lo había reflexionado —solté con una triste sonrisa.
—Míralos —señaló Don Jorge —. Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta celda, pagamos nuestros errores, no somos malos, estamos en el infierno de los tontos.
El moreno rio de manera sobradora, creí que se burlaba de mí por cómo me miraba y se cruzaba de brazos.
—Dime —dijo el moreno —. Tú que eres alguien con un título, ¿sabes lo que le pasa a los violadores en la cárcel?
—Lo tengo más que claro —contesté calmo.
—Y sabiendo eso ibas a matarlo, para dejar a tu hija con una madre alcohólica y un padre en la cárcel, con un título de abogado, para limpiarse el culo luego de que te lo reboten —explicó el moreno.
Me dio vuelta la cabeza lo que dijo, iba a matarlo de una manera barbárica, para salvarlo de lo que le espera a una situación confirmada de quien fue el agresor.
—Supongo que me dejé llevar.
—Y trataste de atacar a un oficial que ve a personas como nosotros a diario —sonrió Don Jorge.
— ¿Por qué estás aquí? —Le pregunté de la nada. Tantas confesiones y el dueño del lugar no dijo lo que hizo.
El moreno se apartó, uno que no vi tosió, y Don Jorge se puso serio. Su rostro hostil estremeció cada uno de mis músculos, pero no me dejé intimidar, quería respuestas.
—Hace 20 años mi hermano se quedó sin trabajo y le ofrecí mi hogar. Mi esposa era una mujer de cátedra, fina, pendiente de lo que dirán los vecinos y su familia. Aun así me impuse y mi hermano quedó a mi resguardo hasta que solucionara su situación. Yo estaba todo el día fuera de casa por mi trabajo, y un día mi esposa me explica que su abuela murió y tenía que viajar. Ella se fue por varios días a otro país mientras mi hijo de 10 años se quedaba en casa con mi hermano. Yo llegaba en ese entonces agotado por la rutina, mi hermano se tomaba la delicadeza de cocinar y limpiar, yo preguntaba si estaba todo bien y ambos decían que sí, Pero un día, noté a mi hijo raro. Pensé que extrañaba a su madre y la noticia de luto lo dejó triste. Un jueves, antes de acostarme fui a la habitación de mi hijo, le pregunté si estaba bien. No lo estaba, aunque a su bisabuela la vio solo 2 veces, supuse que su muerte lo dejó mal, pero no. Tampoco la ausencia de su madre. Me contó con miedo que mi hermano salía de la ducha sin ropa, se sentaba así en el sofá, y le señalaba sus peludos genitales prometiéndole que a él le quedarían así. También explicó que lo sorprendió a su tío que lo espiaba cuando se bañaba. No llegó a nada, pero mi hijo tenía miedo, y yo siempre fuera de casa. Me di vacaciones, compré una botella de whisky importado y se la di a mi hermano, la bebió casi toda. Cuando estaba a punto lo llevé al sótano con una excusa estúpida. Allí lo golpeé en la cara, cayó sin poder levantarse por su estado etílico y lo amarré en una silla. Fui a la cocina, calenté en el fuego un cuchillo y corrí al sótano nuevamente, presenté el cuchillo delicadamente sobre su párpado, quemé su piel mientras le preguntaba que hacía con mi hijo cuando no había nadie, y solo gritaba. Le bajé los pantalones, corté sus testículos y los arrojé. Luego corté su pene y se lo puse en la boca. Después de que reaccioné a las consecuencias de mis actos, únicamente me quedaba disfrutarlo. Me quedé allí viéndolo como perdía la vida mientras se desangraba, hasta que murió.
Quedé helado con su relato, fue atroz lo que hizo, pero no lejos de lo que le haría.
— ¿Y tu hijo? —Pregunté sin titubear.
—No pensé en él, pensé en cómo me sentía yo, pero ya era tarde. Mi hijo escuchó los gritos y estaba en el living, cuando al fin salí, suspiré y le dije que mi hermano jamás haría daño a nadie. Llamé a la policía, a la loca de mi esposa, y aquí estoy.
—Lo siento —solo dije.
—Mi hijo lo sintió, se quedó sin padre, y su madre cuando le conté lo que hice con lujo de detalle se quitó la vida. Esa perra le importaba más su prestigio que otra cosa, sabiendo que yo no estaba se ausentó de su hijo.
— ¿Y cómo está él? —Pregunté al recordar a mi hija.
—Bien, ahora, aunque sufrió mucho. Si hubiera renunciado a una venganza sin sentido, él habría tenido a su padre y a su madre por más que sea una mujer superflua. Ahora ve a hacer las cosas bien —dijo Don Jorge.
Hernández me llamó antes de contestar algo, salí de la celda esperando atender mis responsabilidades como abogado al atacar a un oficial. Pasé a su despacho y firmé algunos papeles de denuncia.
—Es todo —dijo serio el oficial Hernández.
—Disculpe como lo traté, de verdad.
—Pudo ser peor —rio —. Supongo que hablaste con los muchachos.
— ¿Perdón?
—No cometas locuras, tiene una hija que cuidar.
Respiré hondo y salí, comencé mis trámites para quedarme con la tenencia de mi hija. Su madre tenía derecho a visitas que jamás usó, me fui con mis padres quienes cuidaban de ella cuando trabajaba. Costó explicarles toda la verdad, pero salimos adelante. Luego descubrí que Don Jorge era el padre del oficial Hernández, su hijo jamás lo abandonó en las dificultades, y agradezco a Hernández que me haya metido en esa celda, omitiera mi acto de manera legal y que cometa un error. Lo que pasó con la pareja de su madre es más que evidente. Hoy mi hija se recibió de Contadora, yo y sus abuelos lloramos de orgullo, y puedo agradecer que siempre estuve con ella. Cada acto tiene su consecuencia, una vez me equivoqué con fortuna al acostarme con su madre, pero no me equivoqué al no tomar venganza. Gracias Don Jorge.
El pacto con la muerte
—Soy la muerte —dijo la muerte. Su voz era escalofriante, tenía un tono que predominaba, parecía un locutor de radio, con voz de seductor y grave, pero se repetía otra más resonante y áspera en ella, que le repetía sus palabras en una pequeña fracción de segundo, esa segunda voz jugaba como su propio eco.
— ¿Y qué quieres? —Preguntó el hombre apagado como su mirada.
—No necesito decírtelo, es más que lógico, que mi presencia no es para venir a saludarte.
—Entonces me toca morir —afirmó el señor. Pero él no responder de la muerte, le hizo a sí mismo contestarse su propia pregunta. Y poco a poco la parca se acercó él, flotando entre la niebla, tomó su guadaña entre sus manos, y la atinó hacia atrás, pronto para ejecutarlo.
—NO… ESPERA —detuvo el señor —. No quiero morir —. Continuó más calmo.
—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte.
—Yo tengo una vida, una familia, un buen trabajo. Tengo asuntos pendientes, no quiero terminar mi vida aquí —Y la muerte, sin compasión y sin contestar, lo atacó con su guadaña, y justo antes de llegar el filo en su cuello, la pesadilla se desvaneció.
El hombre volvió a la realidad, a punto de cruzar la calle, pero un dolor en su pecho no le permitió caminar más. Su brazo izquierdo se durmió, y calló al piso agonizando. Mientras las personas alrededor lo asistían, la muerte lo observaba, y cuando dejó de respirar, ella se marchó.
—No —gritó ella entre llantos —. Esto tiene que ser un sueño.
—Uno del que no despertarás —contestó la muerte.
—No por favor, no… no quiero morir —dijo ella moviendo su cabeza a un lado, dando algunos pasos hacia atrás. Aterrada intentó correr, pero al dar la vuelta, la muerte también estaba allí.
—No importa que tanto corras, no hay lugar en donde esconderte de tu destino —dijo la muerte, hablaba sin mover su mandíbula huesuda.
—No quiero morir —dijo ella llorando, cayendo de rodillas mientras sujetó su cabeza con ambas manos, no aceptaba la situación. Y la muerte tomó su guadaña, atinó hacia atrás, y antes de ejecutarla, se quedó unos segundos inmóvil.
—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte como a su anterior víctima, y lo hacía con todas.
—No quiero morir —solo dijo ella con sus ojos enrojecidos. Y la guadaña viajó hasta su cuello, y antes de su filo tocar su fina piel pálida, ella volvió a la realidad, como si nada hubiera pasado, como si nada recordara. Tras un paso en falso resbaló en un escalón, rodó sobre la escalera, y mientras dos personas se acercaron a ella, la vieron desmayada allí.
—Ve a pedir una ambulancia —dijo uno a otro, y el segundo tras salir corriendo se acercó a donde la muerte estaba parada, pero no la vio, y la traspasó como el espectro que era.
La muerte siguió su camino, estaba nuevamente en la calle, y vio a un joven de campera negra y pantalón de igual color, ya a mitad de camino cruzando la luz verde a pie. Él era de aspecto caucásico, de pómulos marcados, más su piel pálida y cabello ennegrecido, le daba cierto tono oscuro. Caminaba con toda la tranquilidad del mundo, y con sus ojos serenos, pero firmes, casi ni parpadeaba y si lo hacía, no se notaba. Allí él como a los demás fue suspendido de toda realidad, detuvo su paso, pero sin nervio alguno, bajó la mirada para presenciar la niebla que tapó sus pies, enarcó una ceja sin entender lo que sucedía, pero no demostró asombro alguno. Luego levantó la mirada a su frente, ambos se miraron uno al otro, una pausa algo incómoda, cerca de dos minutos hubo allí.
— ¿No vas a decir nada? —Preguntó la muerte con normalidad.
—Eres la muerte, no hay otra opción —contestó el joven con simpleza. No estaba claro si es que no tenía miedo a morir, o era lo que quería. Ese muchacho era tan frío que no se podía delatar sentimiento alguno, solo una extraña y calma frialdad, igual a la muerte a su frente.
—Llegó tu hora humana, hoy es el día de tu ejecución —anunció la muerte, presentando sus manos en su guadaña al atinarla hacia atrás.
—Me lo suponía, no creo que vengas a saludarme o a contarme un chiste —dijo sarcástico el joven. La muerte quedó sorprendida, si bien no tenía piel en su rostro para demostrar gesto alguno, la pausa en que permaneció con su guadaña sin moverla lo predijo. Y tras otro minuto de silencio incómodo, la muerte decidió hablar.
—Dime un motivo para vivir —dijo al fin la muerte.
—Dime un motivo para morir —contestó al instante el joven, sereno como si fuera un encuentro normal. La parca bajó su guadaña, no encontró respuesta para un humano, que reaccionó de tal manera común.
—En todos estos milenios, nadie me ha dicho algo así —dijo la muerte, calma y serena para hablar, igual que el joven a su frente.
—No sé si sentirme halagado o excéntrico, pero si tú me pides a mí un motivo para vivir, yo te pido un motivo para morir —dijo el joven, quien no cambiaba el tono de su voz, hasta se dudaría si era un robot o un ser humano, por la frialdad de sus respuestas automatizadas.
—Eres la primera persona, a la que no tengo que contestarle, postergaré esta visita para otro momento
—dijo la muerte, le perdonó la vida.
—Tomate tu tiempo —dijo el joven como si nada, ni agresivo, ni agradecido.
—A todos les llega su hora, desde que nacen comienzan a morir, yo solo doy fecha final, solo un número de años a contar.
—Lo tengo claro, pero no te preocupes. No huiré de ti, será perder el tiempo, algún día me tendrás que venir a visitar.
—Ese día llegará, hasta la próxima vez, humano —dijo la muerte, y se marchó. Para eso el joven volvió a la realidad, estaba en medio de cruzar la calle, y justo al volver volteó su rostro a un lado, tenía a un auto a punto de arrollarlo, que por milagro reaccionó, y en un trote ágil lo esquivó, aunque el espejo retrovisor golpeó y rompió en su brazo. No se llevó de ninguna herida letal. El conductor se vio impactado, estaba hablando por teléfono y distraído, no vio la luz roja que casi lo mata. No estaba claro si la muerte le salvó la vida, o simplemente decidió no matarlo.
—No debería hablar por teléfono mientras maneja —contestó calmo el joven, se dio la vuelta y continuó su camino, como si tal evento fuera del día a día.
Pasaron 80 años, la muerte siguió con su responsabilidad, y tras miles y miles de ejecuciones, jamás encontró a otra persona que contestara como aquel joven. Todas sus víctimas, si no suplicaban o rogaban por su vida, quedaban atónitas sin reacción posible, más algún que otro psicópata, que la recibió con agrado, esperando morir, pero ello no era motivo para perdonarle la vida a nadie. Ejecutó personas sin discriminación, edad, sexo, posición social, estado de salud, planes a futuro o no, los ejecutó sin remedio. Un día la muerte se fue hasta la camilla de un hospital, y lo vio a un anciano demacrado con equipo de respiración, ese hombre tenía más de 100 años de edad. En un momento toda realidad se desvaneció para él, como a los demás la muerte se le presentó, pero el viejo estaba de pie a su frente.
—Te tardaste mucho —dijo el anciano —. Pensé que te habías olvidado de mí —. Continuó con calma, ese anciano era el joven que una vez perdonó su vida.
—Hace mucho tiempo que no te veo, estás muy cambiado, pero de todas maneras sé quién eres —dijo la muerte.
—No te he visto desde aquella vez hace 80 años, pero sé que tú lo has hecho.
— ¿Y cómo lo sabes? —Preguntó la muerte, con un variante en su voz, que si tuviera labios diría que sonrió al decirlo.
—Fui testigo de la muerte de todos mis hijos y mis nietos, hasta de algún bisnieto, no te he visto, pero sé que te has presentado a ellos como a mí aquel día.
—Y siempre te vi tan calmo y sereno, como en el día en que te conocí.
—Yo estoy muy cambiado, me parece que estás delgado, pero en fin eres puro hueso —dijo con algo de gracia el viejo.
—Un día ejecuté a un ladrón, y me sorprendió su respuesta. Cuando le pedí un motivo para vivir, me preguntó si yo era aquel hombre que asaltó hace días atrás, me explicó que nunca temió ni se sorprendió al verlo, y se asustó de su frialdad y serenidad —contó la muerte.
—Un sujeto de barba desarreglada si no me equivoco, de ojos claros y consumido por la droga —apreció el anciano.
—Ese mismo —afirmó la muerte.
—Se asustó al verme, pero en fin, sé que vino a robarme ese día. Fue hace 50 años más o menos, si no te temí a ti, no tenía motivo para temerle a él, más aún si no te has hecho presente.
—Me confundió contigo humano, pensó que tú eras la muerte.
— ¿Le has perdonado la vida a alguien más? —Preguntó el viejo.
—A nadie, has sido la segunda persona que conocí, que deja sin respuesta a la muerte.
—¿Y quién ha sido la primera?
—Ese he sido yo milenios atrás, y tras ello, a la hora de morir me convertí en lo que soy.
—Entonces me convertiré en la muerte —concluyó el viejo.
— ¿Qué has hecho de tu vida? —Preguntó la muerte.
—No mucho, comí cuando tuve hambre, bebí cuando tuve sed, dormí cuando tuve sueño. Los médicos han dicho que he vivido hasta ahora debido a mi sano corazón, mis latidos siempre han sido calmos, sin sobresaltos algunos, y por ello mi larga vida, aunque pensé que te habías olvidado de mí.
—Jamás me olvidé de ti, solo esperé a que te llegue la hora, y fue tu temple como la mía, la que te ha dado tantos años de vida, pero todo cuerpo envejece, ni yo mismo puedo retrasar tu muerte ahora.
—Entonces a lo tuyo —solo dijo el anciano. Y la muerte atinó su guadaña, dio el golpe, y al llegar el filo a su cuello, rebanó su cabeza cayendo al suelo, mientras su cuerpo en su camilla dejó de latir. La muerte lo vio a él allí, como murió después de tanto tiempo, pero detrás de ella estaba el viejo, su alma seguía allí.
—Así que esto es lo que viene después de la vida —dijo el viejo.
—No exactamente, como yo hay otros, somos pocos, pero mantenemos el equilibrio en el mundo ejecutando a los humanos. Cada vez hay más en el mundo, y si bien somos seres atemporales, se nos hace algo arduo eliminar a la larga lista que cada uno posee. Como yo un día me convertí en lo que soy, hoy tú ocuparas la misma posición que cumplo yo. Cumplirás tu papel, como la muerte.
— ¿Alguna recomendación? —Solo preguntó el viejo.
—No tengo nada que decirte, eres igual a mí a lo que era en vida, sabrás qué hacer, estoy seguro de que tomarás las mismas decisiones que yo, tu única diferencia será tu lista, solo los nombres que verás anotados.
—Bien, pero esta no será mi forma, me imagino —dijo el viejo, y poco a poco cuando la muerte presentó su dedo huesudo en su frente, su cuerpo astral se prendió en fuego fatuo, un fuego azulado que consumió lo que era su carne y piel fantasmal. Y tras quedar hecho huesos, poco a poco apareció sobre él la misma túnica de quien le dio el título de la muerte, más otro reloj de arena, una guadaña, y una lista de sus ejecuciones.
—No tengo nada más que decirte, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo la muerte.