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Nunca uno, sin el otro


Hola mi amor, ¿cómo estás? Yo bien, te he extrañado mucho, ha pasado bastante tiempo. ¿Sabes? Me pregunto si me has extrañado. Bueno, eso no importa. Nunca te olvidé, recordé durante estos tres años cada uno de tus gestos, cada detalle de tu rostro, el olor de tu piel, y como jugaba con lo suave de tu cabello entre mis manos. Sí, jamás te olvidé, y jamás lo haré. Fueron duros estos tres años sin ti, pero lo que me mantuvo vivo fue el ferviente deseo de volverte a ver, de tenerte en mis brazos y besarte hasta lo imposible, de contenerte, de tenerte, de sentir el calor de tu cuerpo sobre el mío. En fin, fueron tres años muy duros, ni te lo imaginas; la cárcel no es un lugar agradable, hay tipos muy malos allí dentro. Imagínate como me han tratado, sobre todo al tener 19 años. Me llamaron bebito; sí, lo hicieron, pero no me trataron como tal, me golpearon cada vez que podían y he llegado a estar inconsciente por varios días. En un momento dejaron de molestarme, fueron diez días, diez días muy tranquilos, hasta que decidieron hacerme su puta. Como verás, un grupo de ocho sujetos me violaron, uno en cada día, se turnaban y competían para ver quién era el primero en disfrutarme. Fue muy duro, verdaderamente vergonzoso. No tenía el valor de mirar a nadie a los ojos, más aún con la advertencia de alguien que se rio cuando me lo dijo. Dice que cuando el último de ese grupo te viola, entre los ocho asesinan a su puta. Y bueno, como verás aquí estoy, vivito y coleando. Oye, ¿qué pasa? Te estás babeando. Cierto, debe de ser por el efecto de las drogas, espera, te limpiaré. Así está mejor, quiero verte bien, sé que quieres acariciarme, pero no puedes moverte, tu sistema nervioso está interrumpido. Aprendí muchas cosas en la cárcel, un psicópata que mató a más de treinta personas me enseñó un par de trucos. Volviendo a lo de antes, ¿sabes por qué estoy con vida? Bueno, llegó el día en que el último me violaría para luego asesinarme, estaba preparado, ya lo había perdido todo, a ti, a mí, mi libertad, y mi dignidad. Pero, cuando una persona lo pierde todo, se vuelve peligrosa porque ya no tiene nada que perder, no tiene nada que temer, y eso pasó conmigo. Dentro de mi media tenía una pequeña vara de metal, cuando dejaron al sujeto solo, lo distraje con alguna conversación estúpida, le pregunté sobre qué se siente violar a un hombre, y no pudo evitar llenarse de ego al relatarme algunas de sus experiencias. Fue su error, para cuando se dio cuenta mi vara estaba dentro de su ojo, creo que llegó dentro de su cerebro por cómo se desplomó y no reaccionó. Los demás estaban fuera esperando, llamé diciendo que se desmayó, y llegaron a socorrerlo. Oh por Dios, fue genial, cuando lo dieron vuelta y lo vieron con el ojo destrozado, tres de ellos comenzaron a vomitar. Fue genial, porque ninguno de ellos quedó con vida. Maté a tres sin darme cuenta como con mi pequeña vara que la venía practicando para dar justo en el ojo. El estado que les provocó a cada uno de ellos ver un cadáver me ayudó mucho, y así que lo hice con los tres, los maté en el acto. En fin, los otros cuatro estaban tan aterrados que no entraron, supongo que verme con el rostro lleno de sangre los superó. En fin, violar hombres no los hace más hombres, creo que eran unas nenas. Lo mejor fue salir de la celda y ver al resto de los presos, se enteraron de lo que había hecho, y comenzaron a festejarme. Me sentí como un rey recién coronado. Cerca de 40 de ellos arrinconaron a los cuatro, y me pidieron que los matara, los maté de la misma manera que a los anteriores. Sí, eso pasó en el primer año. Luego me internaron él algo para gente loca, supongo yo, el tiempo era eterno allí, lleno de pastillas y drogas y sujetos de túnicas blancas haciéndome preguntas. Hablaban entre ellos como si yo no estuviera, pensaban que era un demente. De todas maneras lo soporté, fue una experiencia que me hizo quien soy ahora, pero solo lo hice porque solo hubo algo que no perdí, y fue mi esperanza de volver a verte. Recuerdo que la última vez que nos vimos fue en esa casa abandonada, querías entrar a jugar al juego de la copa. No me gustaba la idea, pero sé que esas cosas a ti te excitaban. Y bueno, accedí. ¿Lo recuerdas? Claro que lo haces, fue el último día que nos vimos, creo que no fue inteligente robar un auto y llegar en él a esa casa embrujada, pero ya ni recuerdo con que nos drogamos ese día. Te veías tan linda dentro de esa casa vieja de pisos de madera con olor a humedad, tu pálida piel brillaba como un hada en la pequeña luminosidad de la vela blanca que prendimos, que lástima que haya pasado esto. Cuando la policía entró a buscarnos nos escondimos detrás de una escalera mientras nos buscaron con sus linternas. Esos dos sujetos no nos vieron, te dije que corriéramos, que huiríamos juntos, tomé tu mano y corrí contigo tan rápido que casi te hago flotar en el aire. Ellos nos vieron, pero no nos hubieran alcanzado, no debiste dejarme allí cuando tropecé, sé que estabas aterrada, pero quería salir contigo, como siempre lo estuvimos juntos. En fin, el pasado no se puede cambiar. Ellos me atraparon mientras tú corriste, me dejaste solo, aunque nunca dejé de amarte. Recuerdo las lágrimas que gasté desde ese día, siempre dijimos nunca uno sin el otro, esa frase se desvaneció cuando corriste sin ni siquiera mirar atrás. Bueno, escapé de la cárcel para locos, tiene un nombre que no recuerdo. “Manicomio”, sí, ese es el nombre. Pero siempre te recordé mi amor, porque este sentimiento va más allá del bien y del mal. Cuando escapé busqué tu rastro, fue una tortura, descubrir que te habías mudado y hasta cambiado el nombre, y cortarte el cabello fue inteligente. Estás irreconocible, pero más hermosa que antes, creo que hasta te crecieron los pechos. Solo fue verte caminar de esa manera tan calma que te caracteriza para reconocerte, esa costumbre de morderte el labio inferior cada vez que cruzabas la calle, de prender un cigarro y en la primera calada largar el humo al instante blanco escapando de tu boca. Lo recuerdo todo de ti, todo detalle, eso me mantuvo vivo hasta ahora para verte, me siento más vivo que nunca. Fueron tres años en los que me consideré un hombre muerto. Olvidé ese detalle de que me hayas dejado ese día, lo superé, entendí que no fueras a verme, era lógico. Sé que tus padres te tenían vigilada antes y luego de ese día sería peor, sé que te mudaste en contra de tu voluntad, y que hasta la recta de tu madre te obligó a cambiar de colegio y corte de cabello. Todo eso lo comprendí de ti porque te amo Alicia. Eso sí, algo que me produjo un fuego en mi ser, fue el día que un chico te besó, alguien que si bien se veía guapo no era de tu estilo. ¿Qué pasó contigo, desde cuándo te gustan los niños buenos? Ese cabello de corte clásico y prendas pulcras, creo que es por el auto, no cualquiera tiene un Mercedes. Ah, lo olvidé, supongo que se llama Ernesto, ¿no? Sí, vamos a preguntarle. Espera, espera, no te emociones, pienso que el efecto de la droga se está yendo, mira, lo haré rápido. Ya que estás sentada y no puedes moverte te lo traeré.

Lo siento, perdón por la demora, olvidé donde lo dejé. Es que traer a una persona a la fuerza es tedioso, y decidí traer solo su cabeza, ¿la vez? Aún parece viva, ¿quieres hablarle? Hazlo vamos, no seas tímida, sé que con él no lo eras. ¿Por qué estás negando con tu cabeza? Es él, créeme, el chico de ojos celestes que tanto te gusta. Mira, deja que levante su párpado para que lo compruebes, ¿vez? Es su ojo celeste que tanto te gusta. ¿Qué? Ah, no puede ser, se le dio vuelta, me dijeron que si le cortaba la cabeza con un hacha sus ojos quedarían abiertos. Bueno, lo arruiné. ¿Quieres besarlo? Hazlo, vamos, no seas tímida, te lo acercaré, dale, no seas así, pesa y se me cansan los brazos. Oh, lo siento, no quería ponerte incómoda, pienso que es algo vergonzoso besar a tu novio delante de tu ex. Espera. ¿Ex? Pero si nunca terminamos, claro, él es el otro, era. Bueno, como siempre te dije, nunca uno sin el otro. No te preocupes, ya llamé a la policía justo cuando le corté la cabeza, creyeron que les jugué una broma, pero como dije mi nombre seguro sabrán que me escapé. Bien, será rápido, nunca uno sin el otro. Quédate quieta ¿sí? Igual no puedes moverte. Esto que estoy inyectando es un veneno letal, en treinta segundos morirás, pero no te preocupes, ahora me inyectaré yo también, déjame abrazarte, no me importa que te salga espuma de la boca. Oh, ya no puedes oírme, ya iré contigo. Nunca uno sin el otro…


Puedes ver este video donde estará su versión narrada por J.J. Zapatta, narrador y escritor 






Las consecuencias del acto

Algunas cosas no se pueden cambiar, solo superar y aceptar







Las consecuencias del acto

 

Me llamo Álvaro, soy un hombre de familia, como tú o como cualquiera. Nacido en el amor de un padre y una madre que me educaron y me criaron con amor. Mis padres se conocieron en secundaria, y al terminarla siguieron en contacto. Los años pasaron y el amor floreció entre ellos, y yo producto de él. Fui un accidente, un hermoso accidente decía mi madre, un accidente decía mi padre con humor, pero jamás se arrepintió de tener un hijo. A veces las consecuencias de un acto pueden traer resultados inesperados, y así me lo explicó mi padre, contándome en más de una ocasión, como fue que él, “germinó su semilla en mi madre”. No estaban arrepentidos, pero explicaron lo difícil que fue cuando no estaban preparados. Mi padre dejó sus estudios terciarios para ser contador, ya que necesitaba dinero, y eso lo logró con dos trabajos día a día. Cuando ya no fue necesario tener dos trabajos, se sentía viejo para retomar una carrera que dejó atrás. Siempre me dijeron, que no haga como ellos, que sea prudente. Tuve grabado eso en la frente, y gracias a ellos me recibí de abogado y comencé a trabajar a buen sueldo. Pero, siempre metemos la pata, y así la metí yo.

 Claudia, la chica que conocí en ese bar cuando me pasé de la cerveza que mi cuerpo tolera, la que me llevé a mi casa y con la que me quité todo el estrés de la semana, la que le gustaba sin condón, en especial para actos explícitos. Cometí la imprudencia que mi padre me advirtió, con carrera y estabilidad económica, pero en la mujer de peor vida que se me pudo ocurrir. ¿Qué iba a saber que era una drogadicta perdida? La mujer tenía un cuerpazo de novela para mi visión doble de alcohol, no tanto para mi visión de resaca del otro día, pero tampoco tenía quejas. En fin, ella recordó mi dirección, apareció 4 meses después, con la mano sobre su panza, y no era una hinchazón, pero sí mi culpa. Esa sensación de verla a los ojos fue eterna, su rostro cadavérico, los ojos rojos y los dientes amarillos que por suerte estaban todos a la vista, y la pierna adelantada como quien fuera una prostituta en la esquina. Me explicó que era mío y esperé que no, pero el análisis de ADN que exigí fue como si mi casa cayera en mi cabeza, iba a tener un hijo con una mujer de mala vida.

Caí desganado en la casa de mis padres, me leyeron la expresión de luto, pero quedaron en silencio esperando a que lo suelte, ellos me conocen y saben cómo tratarme. Suspiré y comencé con un “salí con mis compañeros de trabajo a tomar algo”, y luego la metida de pata, la metida de pata hasta la rodilla que ellos me advirtieron, la superé con medalla de oro. Mi padre estaba serio, se lo leía en esa sonrisa descendente, mi madre bajaba la mirada, miraba los adornos de a rato, la cocina, todo menos a mí.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó mi padre levantando las cejas.

—Y hacerme cargo, no tengo otra opción, voy a tener un hijo —contesté con obviedad.

Mi padre sonrió, mi madre dejó caer algunas lágrimas.

—Ese es mi hijo —gritó como si fuera un gol —. Marta, trae whisky para ambos.

—No —interrumpí —. Prometí no beber una gota de alcohol desde ese día.

Mi padre se puso serio, más bien incómodo consigo mismo. Luego sonrió y con un gesto a mi madre le negó el whisky.

—Cuando te hice en ese accidente estaba sobrio —dijo mi padre entre risas, y una palmada en mi espalda.

Luego de unos meses conocí al amor de mi vida, Lucia, el mejor accidente que pude tener. Dos visitas en la semana y me la llevaba los domingos, o algún día que la perra de la madre le servía y me obligaba a quedármela, y lo hacía con gusto. Así pasaron los años, ella tenía su cuarto en mi casa, sacó mis ojos verdes y el rubio de mi familia, era una perla que vivía en el pantano de su madre. Era una niña inteligente, decían las maestras en su escuela, educada y llena de alegría, La luz de mis ojos, lo daba todo por ella, pero un día todo se volvió gris. Una llamada a mi celular me destrozó el corazón, era la policía. Solo me preguntaron si era el padre de Lucia, y me pidieron que vaya a la comisaria con urgencia. Entre náuseas y sin saber qué pasó llegué, la noticia me dejó en shock. Lucia, con solamente 6 años, fue violada por un novio de su madre mientras ella estaba en un coma etílico. No sabía qué hacer, sabía quién era el hijo de puta que vivía con ella desde hace dos meses, los daños no solamente fueron psicológicos, también físicos por su pequeño cuerpo, pero de eso no quiero dar detalle.

—Lo voy a matar —le dije al oficial sin pensar en nada —. Lo quiero muerto al hijo de puta —grité.

—Cálmese —dijo el oficial Hernández, como si la situación fuera normal, quizás para él era algo que veía cada tanto, pero para mí usurparon el tesoro más sagrado.

— ¿Qué me calmé? —Le dije irritado tras empujarlo, aun así su gran tamaño ofreció buena resistencia.

—Caballero, no empeore las cosas, es importante que usted conserve el juicio como buen abogado que es.

— ¿Tienes hijos? —Grité muy cerca de su rostro.

—Por suerte, no —soltó sin expresión.

Lo sujeté de la camisa pronto para desahogarme con él, pero alguien puso una mano en mi espalda, para cuando me di cuenta mi pierna derecha venció por algo contundente con lo que me golpeó. Hernández dio voz de alto, y solo escuché mezcla de palabras y expresiones que la catarsis en mí no me permitió entender.

—Que lo arresten —ordenó Hernández.

Sin esposas, 2 oficiales me escoltaron a una celda compartida, sentí el chillido de la reja a mis espaldas, nunca había caído tan bajo. Cuando volteo los veo, 5 sujetos que parecían de la clase de la madre de mi hija, me clavaron los ojos en esa habitación de 5 por 5.

—Lindo traje —me señaló uno de manera sobradora, a la vez de que me di cuenta de que le faltaba el dedo menique y anular. Eso se lo hacen a los que deben dinero a mala gente, no creo que sea un accidente.

— ¿Qué hiciste? —Dijo un señor mayor sentado en un banco.

Había modulado como mi padre cuando conté mi accidente, su presencia y postura descompaginaba de los demás.

—Casi golpeo a un oficial —solté con la vista en el piso, recién había reaccionado a lo que había hecho.

—Casi —rio uno, como los demás lo acompañaron.

—Buen traje —continuó el señor mayor.

—Es abogado —intervino uno de baja estatura.

— ¿Cómo lo sabes? —Pregunté aterrado. Temía que en alguno de mis casos él me reconociera.

—Él está aquí por estafador —intervino el hombre mayor —, los reconoce solo con verlos, pero como eres idiota se lo confirmaste —continuó.

Me quedé en silencio esperando que hacían, fueron minutos eternos en intercambios de miradas en ese agujero del diablo.

—Siéntate —ordenó el hombre mayor al señalar a su lado del banco.

—No, gracias —dije serio y calmo.

—Que te sientes, dijo un moreno al empujarme de lado.

—He, basta —le señalé irritado —. No estoy de humor como para ninguno de ustedes —estaba que mataría a cada uno de ellos, todos se parecían a quien lastimó a mi hija.

—Oficial, todo está en orden —dijo el señor mayor hacia la puerta de la celda, donde estaba Hernández viendo lo que pasaba.

—No lo lastimen, es un hombre derrotado —dijo el oficial a la vez que se dio la vuelta y se marchó.

—Si te sientas, nadie te va a lastimar —me dijo el viejo —. Soy Jorge.

—Álvaro —respondí secamente.

—Acá manda Don Jorge —dijo el moreno cuando se recostó en la pared.

No me quedó otra opción, con los pasos lentos casi congelados, poco a poco tomé el lugar que me mandaron. Me quedé allí junto a al viejo Jorge, me sentía como la próxima chica del sitio. Después de 2 minutos Hernández abrió la celda, entró con una bandeja donde reposaba una pastaflora ya cortada. Los presos la recibieron con agrado mientras se repartían entre ellos. El moreno acercó la bandeja Jorge, y este tomó un trozo el cual comenzó a comer, cuando me di cuenta el moreno me presentó la bandeja a mí, serio esperaba a que tomara un pedazo.

—No, paso —dije tranquilo

— ¿No estás de humor para comer? —Preguntó Jorge con la boca llena.

—La verdad que no —dije mirando al suelo, el moreno retiró la bandeja.

—Aquí la gente no es mala, solo están pagando errores que cometieron —contó Jorge.

—Yo maté a una mujer por manejar ebrio —dijo el moreno —, me quedan 2 años.

—Giré varios cheques en blanco —dijo quién me acusó de ser abogado —. Pero jamás delaté a quienes se olvidaron de mí, varios de tus amigos con tu título, los reconozco solamente con verlos.

—No todos somos iguales —solté casi automáticamente, y me di cuenta tarde que tenía que callar mi maldita boca.

—Eso ya lo sé, el que me defendió y estaba por acusar al resto lo mataron —rio —. Un accidente —continuó al hacer el gesto de comillas con sus dedos.

—Fabio —dijo el moreno al señalar con su cabeza a uno obeso que se mantuvo callado.

—Una pelea, le rompí la rodilla a alguien sin querer y quedó sin trabajo. Tras una demanda aquí estoy.

—Dale, Fabián —soltó el moreno.

—Fabián —exigió Jorge tras su silencio

—Un exnovio robaba casas, vino a la mía cuando la policía lo buscaba y lo escondí, pagué por ser cómplice.

—No parecen tan malos —les dije a todos, olvidando por un momento en donde estaba.

—La gente comete errores cuando no piensa, usted es abogado y lo debería tener claro —contestó el moreno.

—Así que agrediste a la autoridad —intervino calmo Don Jorge, se parecía a mi padre con su calma manera de hablar.

—Estaba furioso, lo estoy —dije.

—Cuéntanos —pidió Jorge, mientras todos me observaron.

Quedé en un silencio perpetuo que pude apreciar que lo respetaron, aun así, esperaron y me dieron tiempo a hablar. Cuando me decidí a hacerlo, del solo hecho de intentar visualizar aquello que ocurrió hace poco, mi mandíbula comenzó a temblar por la angustia. Pero lo solté.

—La pareja de la madre de mi hija, la violó —fue lo que pude decir cuando caí en llantos.

Volvió el silencio, un silencio con mezcla a luto y respeto que no me imaginaba dentro de la celda, lo esperaba del idiota de Hernández.

— ¿Cuándo pasó? —Preguntó Don Jorge.

—Hace unas horas me llamaron y recién me lo dijeron aquí. Quiero matar a ese hijo de puta, quiero verlo sufrir por lo que le hizo a mi hija…

— ¿Y eso borrará su recuerdo? —Preguntó en forma de crítica el viejo Jorge.

—No, nada lo va a hacer —solté.

— ¿Cómo es su madre, cómo es tu relación con ella?

—La madre es una cualquiera con la que me acosté en una borrachera, la embaracé y bueno, me hice cargo. Pasé mi pensión, la visité cada vez que pude y siempre traté de estar con ella cuando podía, pero no estuve allí cuando pasó.

—Hombre, eres abogado —soltó el moreno —. Sabes lo que tienes que hacer.

— ¿Qué? —Pregunté irritado, mis emociones me decían venganza.

— ¿Dónde está la madre? —Preguntó el estafador.

—En un coma etílico.

—Pierdes el tiempo, conocí muchos abogados, puedes quitarle la patria potestad —agregó, y fue algo que no había pensado.

Fue un momento eterno para mí, estudié abogacía para ejercer las leyes, y olvidé que a pesar del estilo de vida de su madre, no podría tener a mi hija conmigo. Pero, ahora, con todo esto se la quitaría en nombre de la ley. Poco a poco mi carrera me obligó a reflexionar en todo lo que tenía que hacer, mi hija está viva, lastimada y herida, pero viva, y este evento la pondría bajo mi tutela.

—Yo… no lo había reflexionado —solté con una triste sonrisa.

—Míralos —señaló Don Jorge —. Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta celda, pagamos nuestros errores, no somos malos, estamos en el infierno de los tontos.

El moreno rio de manera sobradora, creí que se burlaba de mí por cómo me miraba y se cruzaba de brazos.

—Dime —dijo el moreno —. Tú que eres alguien con un título, ¿sabes lo que le pasa a los violadores en la cárcel?

—Lo tengo más que claro —contesté calmo.

—Y sabiendo eso ibas a matarlo, para dejar a tu hija con una madre alcohólica y un padre en la cárcel, con un título de abogado, para limpiarse el culo luego de que te lo reboten —explicó el moreno.

Me dio vuelta la cabeza lo que dijo, iba a matarlo de una manera barbárica, para salvarlo de lo que le espera a una situación confirmada de quien fue el agresor.

—Supongo que me dejé llevar.

—Y trataste de atacar a un oficial que ve a personas como nosotros a diario —sonrió Don Jorge.

— ¿Por qué estás aquí? —Le pregunté de la nada. Tantas confesiones y el dueño del lugar no dijo lo que hizo.

El moreno se apartó, uno que no vi tosió, y Don Jorge se puso serio. Su rostro hostil estremeció cada uno de mis músculos, pero no me dejé intimidar, quería respuestas.

—Hace 20 años mi hermano se quedó sin trabajo y le ofrecí mi hogar. Mi esposa era una mujer de cátedra, fina, pendiente de lo que dirán los vecinos y su familia. Aun así me impuse y mi hermano quedó a mi resguardo hasta que solucionara su situación. Yo estaba todo el día fuera de casa por mi trabajo, y un día mi esposa me explica que su abuela murió y tenía que viajar. Ella se fue por varios días a otro país mientras mi hijo de 10 años se quedaba en casa con mi hermano. Yo llegaba en ese entonces agotado por la rutina, mi hermano se tomaba la delicadeza de cocinar y limpiar, yo preguntaba si estaba todo bien y ambos decían que sí, Pero un día, noté a mi hijo raro. Pensé que extrañaba a su madre y la noticia de luto lo dejó triste. Un jueves, antes de acostarme fui a la habitación de mi hijo, le pregunté si estaba bien. No lo estaba, aunque a su bisabuela la vio solo 2 veces, supuse que su muerte lo dejó mal, pero no. Tampoco la ausencia de su madre. Me contó con miedo que mi hermano salía de la ducha sin ropa, se sentaba así en el sofá, y le señalaba sus peludos genitales prometiéndole que a él le quedarían así. También explicó que lo sorprendió a su tío que lo espiaba cuando se bañaba. No llegó a nada, pero mi hijo tenía miedo, y yo siempre fuera de casa. Me di vacaciones, compré una botella de whisky importado y se la di a mi hermano, la bebió casi toda. Cuando estaba a punto lo llevé al sótano con una excusa estúpida. Allí lo golpeé en la cara, cayó sin poder levantarse por su estado etílico y lo amarré en una silla. Fui a la cocina, calenté en el fuego un cuchillo y corrí al sótano nuevamente, presenté el cuchillo delicadamente sobre su párpado, quemé su piel mientras le preguntaba que hacía con mi hijo cuando no había nadie, y solo gritaba. Le bajé los pantalones, corté sus testículos y los arrojé. Luego corté su pene y se lo puse en la boca. Después de que reaccioné a las consecuencias de mis actos, únicamente me quedaba disfrutarlo. Me quedé allí viéndolo como perdía la vida mientras se desangraba, hasta que murió.

 

Quedé helado con su relato, fue atroz lo que hizo, pero no lejos de lo que le haría.

— ¿Y tu hijo? —Pregunté sin titubear.

—No pensé en él, pensé en cómo me sentía yo, pero ya era tarde. Mi hijo escuchó los gritos y estaba en el living, cuando al fin salí, suspiré y le dije que mi hermano jamás haría daño a nadie. Llamé a la policía, a la loca de mi esposa, y aquí estoy.

—Lo siento —solo dije.

—Mi hijo lo sintió, se quedó sin padre, y su madre cuando le conté lo que hice con lujo de detalle se quitó la vida. Esa perra le importaba más su prestigio que otra cosa, sabiendo que yo no estaba se ausentó de su hijo.

— ¿Y cómo está él? —Pregunté al recordar a mi hija.

—Bien, ahora, aunque sufrió mucho. Si hubiera renunciado a una venganza sin sentido, él habría tenido a su padre y a su madre por más que sea una mujer superflua. Ahora ve a hacer las cosas bien —dijo Don Jorge.

Hernández me llamó antes de contestar algo, salí de la celda esperando atender mis responsabilidades como abogado al atacar a un oficial. Pasé a su despacho y firmé algunos papeles de denuncia.

—Es todo —dijo serio el oficial Hernández.

—Disculpe como lo traté, de verdad.

—Pudo ser peor —rio —. Supongo que hablaste con los muchachos.

— ¿Perdón?

—No cometas locuras, tiene una hija que cuidar.

Respiré hondo y salí, comencé mis trámites para quedarme con la tenencia de mi hija. Su madre tenía derecho a visitas que jamás usó, me fui con mis padres quienes cuidaban de ella cuando trabajaba. Costó explicarles toda la verdad, pero salimos adelante. Luego descubrí que Don Jorge era el padre del oficial Hernández, su hijo jamás lo abandonó en las dificultades, y agradezco a Hernández que me haya metido en esa celda, omitiera mi acto de manera legal y que cometa un error. Lo que pasó con la pareja de su madre es más que evidente. Hoy mi hija se recibió de Contadora, yo y sus abuelos lloramos de orgullo, y puedo agradecer que siempre estuve con ella. Cada acto tiene su consecuencia, una vez me equivoqué con fortuna al acostarme con su madre, pero no me equivoqué al no tomar venganza. Gracias Don Jorge.