Destino inesperado
Siempre era lo mismo en mi casa, una serie de discusiones entre mis padres quienes competían por quien gritaba más fuerte. Mi madre que reventaba cualquier tímpano con ese chillido agudo y mi padre que gritaba como si estuviera en el estadio, le roncaba la garganta con alma y fuerza. Yo ya dejé de prestarles atención, de niño observaba con llanto como peleaban con temor a que se separen, tenía más de un amigo en la escuela con padres separados y no quería eso para mí. Sinceramente hace unos años que le resto importancia alguna, con veinte años de edad uno tiene las cosa más claras. Además, mi padre casi nunca está, se va el lunes en la mañana al otro lado de la frontera del lado de Brasil, trabaja como gerente en una empresa de transporte y a veces pasa en Brasil como a veces en Uruguay, en ocasiones vuelve un jueves o un viernes, si tiene ganas de venir. Ya me di cuenta de que si discute con mi madre antes de irse directamente se queda en el otro país. Yo hago la mía, tengo mi trabajito aquí en el Chuy, soy reponedor de un supermercado. No es que se gane mucho, pero me hacen descuentos en las compras así que le doy un surtido a mi madre y queda feliz. El resto es para mí, para mi moto, alguna ropa cada tanto, salidas los fines de semana, y algún que otro porrito en la plaza. Si alguien me veía fumando mariguana la verdad que nunca me interesó, y jamás me interesará.
Un sábado como cualquier otro, mi padre había llegado al medio día a casa, tiró la maleta a un costado del sofá sin detenerse en viaje a la heladera, sacó una lata de cerveza, se quitó la corbata con una mano para tirarla sobre el sofá y sentó a mirar el partido. Pasé por su lado y me saludó un frío “hijo”, y sin mirarle le contesté con un indiferente “pa”. Mi madre vino a hablarme, me dio la sensación de que estaban muy peleados porque insistía en buscarme tema, seguramente no quería hablarle y se distraía conmigo. Yo simplemente contestaba con monosílabos vacíos, no tenía ningún interés en solucionar un matrimonio roto, solo esperaba que mi hermano volviera de Montevideo a fin de año, así alquilamos algo juntos. No es que me vaya mejor con él, pero me tienen arto, si es por mí no los vería más. Cuando se acercó la noche tomé un baño y me puse ropa de salir. Un vaquero localizado, unos championes Nike, y una remera blanca manga corta ajustada que me lucía bien porque resaltaban mis músculos, por arriba de la remera una camisa de salir azul que llevaba sin abrochar. Me puse perfume y directo para el baile. Me junté con Luis, un tipo que es un chiste, ese amigo que no para de reír; y Damián, el típico hipster de moda con su candado y el sombrero antiguo al estilo Watson que se usa ahora. Nos fuimos a Almodosbar, un lugar donde van tanto uruguayos como brasileros. Siempre me ocasionaron morbo las brasileras, las comparaba con las uruguayas y notaba que tenían otro encanto, otra gracia, eran más alegres y fiesteras, y claro que generalmente todas eran más corpulentas. El baile era muy agradable, aunque sinceramente iba más por las brasileras que por otra cosa, solo escuchar ese acento melódico bastaba como para ponerme como una fiera. Sonaban una mezcla de canciones de los dos países, algún rock nacional o cumbia, y cada tanto alguna marcha brasilera o alguna salsa. Luego de una hora, Damián me señaló su descubrimiento, tres chicas en la barra. Nos miramos y los supimos, una para cada uno. Como el trío de buitres que somos nos fuimos uno a cada una. Había una muchacha mulatona de gruesos labios y cabello enrulado, usaba un vestido largo de verano marrón con diseño de flores, ella era para Luis, ya tenemos claro que les gustan mulatas. Damián se fue a la otra chica de cabello negro, usaba una musculosa negra muy discreta y esos lentes de armazón grueso y lentes enormes, era para él por su perfil culto, ya me los imaginaba hablando de libros, poesía y esas cosas. Yo me quedé con la otra, y no por descarte, me tocó una rubia de ensueños. Usaba un short de jean azul bien cortito que permitían lucir sus buenas piernas. Una musculosa blanca con algunas lentejuelas, usaba maquillaje discreto y unas chatitas cómodas, cuando nos vimos a los ojos quedé embobecido. Tenía unos ojos verdes que le jugaban con el tono de piel trigueña que me pusieron como loco. Su rostro era delicado, sus labios carnosos invitaban al deseo, mientras ella me miró, recogió su cabello a un lado, bajó la mirada con vergüenza, pero me la devolvió al instante con una sutil sonrisa. Evidentemente le gusté. Luis empezó como siempre, con uno de sus chistes estúpidos, que no son graciosos, pero terminaba haciéndote reír por la vergüenza. Damián se acercó con su típico sigilo gatuno, siempre buscando algún tema de cultura, le faltaba traer el libro de Cortázar bajo el brazo para resaltar su “intelectualidad y cultura”. Para mi sorpresa, el bombón que me tocó comenzó a hablar con ese acento portuñol que tanto me provoca. Mejor dicho, hablaba muy fluidamente el español, pero el acento no lo podía ocultar y eso me encantaba. Cada tanto hablaba con sus amigas en portugués y en voz baja, seguro se secretaban sobre nosotros. Finalmente, me quedé con la rubia, Melina me dijo que era su nombre. La saqué a bailar luego de un trago, no conversamos mucho, solo lo rutinario para entablar sociales. Acerqué mis labios a su oído en un momento y la invité a salir a tomar aire. Ella observó a sus amigas, la mulata a las risas con Luis y la otra chica no paraba de hablar con Damián. Nos miramos y entendimos que estaban pasándola bien, y sin sentirnos mal por dejarlos solos nos fuimos. Ya eran las tres de la mañana, estábamos en la parada del bus besándonos con una lujuria que no sabría describir, aquella joven era como el néctar más dulce que podría haber probado nunca, estaba cumpliendo la fantasía de saciar mis deseos con una brasilera. Nuestras manos travesías empezaron a circular por nuestros cuerpos tanto como podían, hasta que en un momento recapacité. No daba para seguir con esto en simples besos, teníamos que hacerlo, así que sin importarme el riesgo la llevé a mi casa. Me temblaban las piernas, y no era por ella, era por si mis padres me descubrían. Sabía que mi madre dormía como un tronco por esas pastillas para dormir que toma, y mi padre los sábados tiene la costumbre de irse de joda, en especial cuando discute con mi madre. La travesía era simple, abrir la puerta con normalidad, entrar a salón, y subir las escaleras sin ruido que gracias a Dios estaban forradas en moquet, luego unos metros a la izquierda y estaba mi cuarto. Le expliqué a ella con lujo de detalle como es la casa, la tomé de la mano y recorrimos el trayecto hasta mi cuarto. Cerrar la puerta de mi cuarto fue un clic, estaba ella ahí, tan hermosa y fogosa, me miró a los labios con deseo y volvimos a fundir nuestros labios. La llevé hasta mi cama, y el resto creo que ya es obvio. Terminamos cuando comenzó a salir el sol cerca de las cinco y media, ella se vistió para retirarse, juntos de la misma manera en como entramos nos dispusimos a salir, al bajar la escalera me di cuenta de que dejé las llaves en el cuarto. Fui hasta allí y volví en cuanto pude, pero con prudencia de no hacer ruido, ella me esperaba en la puerta, ni bien termino de bajar la escalera la puerta se abrió con brusquedad delante de Melina, quien quedó expuesta ante mi padre. La noté a ella petrificada, y a mi padre llegar tambaleándose de la borrachera. Temí que ella gritara, o que mi padre reaccionara mal por el susto. Ella lo recibió con un dudoso “papá”, y él tan alcoholizado le contestó con un seco “hija”. Melina me miró en silencio sepulcral, mientras sonreí por la gracia de mi padre y su borrachera. Salí con Melina y confirmé aquel dicho que dice “los borrachos no mienten”. Mi padre tiene doble vida, una en Uruguay y otra en Brasil, Melina es mi hermana.
Nunca uno, sin el otro
Puedes ver este video donde estará su versión narrada por J.J. Zapatta, narrador y escritor
Las consecuencias del acto
Algunas cosas no se pueden cambiar, solo superar y aceptar
Las consecuencias del acto
Me llamo Álvaro, soy un hombre de familia, como tú o como cualquiera. Nacido en el amor de un padre y una madre que me educaron y me criaron con amor. Mis padres se conocieron en secundaria, y al terminarla siguieron en contacto. Los años pasaron y el amor floreció entre ellos, y yo producto de él. Fui un accidente, un hermoso accidente decía mi madre, un accidente decía mi padre con humor, pero jamás se arrepintió de tener un hijo. A veces las consecuencias de un acto pueden traer resultados inesperados, y así me lo explicó mi padre, contándome en más de una ocasión, como fue que él, “germinó su semilla en mi madre”. No estaban arrepentidos, pero explicaron lo difícil que fue cuando no estaban preparados. Mi padre dejó sus estudios terciarios para ser contador, ya que necesitaba dinero, y eso lo logró con dos trabajos día a día. Cuando ya no fue necesario tener dos trabajos, se sentía viejo para retomar una carrera que dejó atrás. Siempre me dijeron, que no haga como ellos, que sea prudente. Tuve grabado eso en la frente, y gracias a ellos me recibí de abogado y comencé a trabajar a buen sueldo. Pero, siempre metemos la pata, y así la metí yo.
Claudia, la chica que conocí en ese bar cuando me pasé de la cerveza que mi cuerpo tolera, la que me llevé a mi casa y con la que me quité todo el estrés de la semana, la que le gustaba sin condón, en especial para actos explícitos. Cometí la imprudencia que mi padre me advirtió, con carrera y estabilidad económica, pero en la mujer de peor vida que se me pudo ocurrir. ¿Qué iba a saber que era una drogadicta perdida? La mujer tenía un cuerpazo de novela para mi visión doble de alcohol, no tanto para mi visión de resaca del otro día, pero tampoco tenía quejas. En fin, ella recordó mi dirección, apareció 4 meses después, con la mano sobre su panza, y no era una hinchazón, pero sí mi culpa. Esa sensación de verla a los ojos fue eterna, su rostro cadavérico, los ojos rojos y los dientes amarillos que por suerte estaban todos a la vista, y la pierna adelantada como quien fuera una prostituta en la esquina. Me explicó que era mío y esperé que no, pero el análisis de ADN que exigí fue como si mi casa cayera en mi cabeza, iba a tener un hijo con una mujer de mala vida.
Caí desganado en la casa de mis padres, me leyeron la expresión de luto, pero quedaron en silencio esperando a que lo suelte, ellos me conocen y saben cómo tratarme. Suspiré y comencé con un “salí con mis compañeros de trabajo a tomar algo”, y luego la metida de pata, la metida de pata hasta la rodilla que ellos me advirtieron, la superé con medalla de oro. Mi padre estaba serio, se lo leía en esa sonrisa descendente, mi madre bajaba la mirada, miraba los adornos de a rato, la cocina, todo menos a mí.
— ¿Qué vas a hacer? —preguntó mi padre levantando las cejas.
—Y hacerme cargo, no tengo otra opción, voy a tener un hijo —contesté con obviedad.
Mi padre sonrió, mi madre dejó caer algunas lágrimas.
—Ese es mi hijo —gritó como si fuera un gol —. Marta, trae whisky para ambos.
—No —interrumpí —. Prometí no beber una gota de alcohol desde ese día.
Mi padre se puso serio, más bien incómodo consigo mismo. Luego sonrió y con un gesto a mi madre le negó el whisky.
—Cuando te hice en ese accidente estaba sobrio —dijo mi padre entre risas, y una palmada en mi espalda.
Luego de unos meses conocí al amor de mi vida, Lucia, el mejor accidente que pude tener. Dos visitas en la semana y me la llevaba los domingos, o algún día que la perra de la madre le servía y me obligaba a quedármela, y lo hacía con gusto. Así pasaron los años, ella tenía su cuarto en mi casa, sacó mis ojos verdes y el rubio de mi familia, era una perla que vivía en el pantano de su madre. Era una niña inteligente, decían las maestras en su escuela, educada y llena de alegría, La luz de mis ojos, lo daba todo por ella, pero un día todo se volvió gris. Una llamada a mi celular me destrozó el corazón, era la policía. Solo me preguntaron si era el padre de Lucia, y me pidieron que vaya a la comisaria con urgencia. Entre náuseas y sin saber qué pasó llegué, la noticia me dejó en shock. Lucia, con solamente 6 años, fue violada por un novio de su madre mientras ella estaba en un coma etílico. No sabía qué hacer, sabía quién era el hijo de puta que vivía con ella desde hace dos meses, los daños no solamente fueron psicológicos, también físicos por su pequeño cuerpo, pero de eso no quiero dar detalle.
—Lo voy a matar —le dije al oficial sin pensar en nada —. Lo quiero muerto al hijo de puta —grité.
—Cálmese —dijo el oficial Hernández, como si la situación fuera normal, quizás para él era algo que veía cada tanto, pero para mí usurparon el tesoro más sagrado.
— ¿Qué me calmé? —Le dije irritado tras empujarlo, aun así su gran tamaño ofreció buena resistencia.
—Caballero, no empeore las cosas, es importante que usted conserve el juicio como buen abogado que es.
— ¿Tienes hijos? —Grité muy cerca de su rostro.
—Por suerte, no —soltó sin expresión.
Lo sujeté de la camisa pronto para desahogarme con él, pero alguien puso una mano en mi espalda, para cuando me di cuenta mi pierna derecha venció por algo contundente con lo que me golpeó. Hernández dio voz de alto, y solo escuché mezcla de palabras y expresiones que la catarsis en mí no me permitió entender.
—Que lo arresten —ordenó Hernández.
Sin esposas, 2 oficiales me escoltaron a una celda compartida, sentí el chillido de la reja a mis espaldas, nunca había caído tan bajo. Cuando volteo los veo, 5 sujetos que parecían de la clase de la madre de mi hija, me clavaron los ojos en esa habitación de 5 por 5.
—Lindo traje —me señaló uno de manera sobradora, a la vez de que me di cuenta de que le faltaba el dedo menique y anular. Eso se lo hacen a los que deben dinero a mala gente, no creo que sea un accidente.
— ¿Qué hiciste? —Dijo un señor mayor sentado en un banco.
Había modulado como mi padre cuando conté mi accidente, su presencia y postura descompaginaba de los demás.
—Casi golpeo a un oficial —solté con la vista en el piso, recién había reaccionado a lo que había hecho.
—Casi —rio uno, como los demás lo acompañaron.
—Buen traje —continuó el señor mayor.
—Es abogado —intervino uno de baja estatura.
— ¿Cómo lo sabes? —Pregunté aterrado. Temía que en alguno de mis casos él me reconociera.
—Él está aquí por estafador —intervino el hombre mayor —, los reconoce solo con verlos, pero como eres idiota se lo confirmaste —continuó.
Me quedé en silencio esperando que hacían, fueron minutos eternos en intercambios de miradas en ese agujero del diablo.
—Siéntate —ordenó el hombre mayor al señalar a su lado del banco.
—No, gracias —dije serio y calmo.
—Que te sientes, dijo un moreno al empujarme de lado.
—He, basta —le señalé irritado —. No estoy de humor como para ninguno de ustedes —estaba que mataría a cada uno de ellos, todos se parecían a quien lastimó a mi hija.
—Oficial, todo está en orden —dijo el señor mayor hacia la puerta de la celda, donde estaba Hernández viendo lo que pasaba.
—No lo lastimen, es un hombre derrotado —dijo el oficial a la vez que se dio la vuelta y se marchó.
—Si te sientas, nadie te va a lastimar —me dijo el viejo —. Soy Jorge.
—Álvaro —respondí secamente.
—Acá manda Don Jorge —dijo el moreno cuando se recostó en la pared.
No me quedó otra opción, con los pasos lentos casi congelados, poco a poco tomé el lugar que me mandaron. Me quedé allí junto a al viejo Jorge, me sentía como la próxima chica del sitio. Después de 2 minutos Hernández abrió la celda, entró con una bandeja donde reposaba una pastaflora ya cortada. Los presos la recibieron con agrado mientras se repartían entre ellos. El moreno acercó la bandeja Jorge, y este tomó un trozo el cual comenzó a comer, cuando me di cuenta el moreno me presentó la bandeja a mí, serio esperaba a que tomara un pedazo.
—No, paso —dije tranquilo
— ¿No estás de humor para comer? —Preguntó Jorge con la boca llena.
—La verdad que no —dije mirando al suelo, el moreno retiró la bandeja.
—Aquí la gente no es mala, solo están pagando errores que cometieron —contó Jorge.
—Yo maté a una mujer por manejar ebrio —dijo el moreno —, me quedan 2 años.
—Giré varios cheques en blanco —dijo quién me acusó de ser abogado —. Pero jamás delaté a quienes se olvidaron de mí, varios de tus amigos con tu título, los reconozco solamente con verlos.
—No todos somos iguales —solté casi automáticamente, y me di cuenta tarde que tenía que callar mi maldita boca.
—Eso ya lo sé, el que me defendió y estaba por acusar al resto lo mataron —rio —. Un accidente —continuó al hacer el gesto de comillas con sus dedos.
—Fabio —dijo el moreno al señalar con su cabeza a uno obeso que se mantuvo callado.
—Una pelea, le rompí la rodilla a alguien sin querer y quedó sin trabajo. Tras una demanda aquí estoy.
—Dale, Fabián —soltó el moreno.
—Fabián —exigió Jorge tras su silencio
—Un exnovio robaba casas, vino a la mía cuando la policía lo buscaba y lo escondí, pagué por ser cómplice.
—No parecen tan malos —les dije a todos, olvidando por un momento en donde estaba.
—La gente comete errores cuando no piensa, usted es abogado y lo debería tener claro —contestó el moreno.
—Así que agrediste a la autoridad —intervino calmo Don Jorge, se parecía a mi padre con su calma manera de hablar.
—Estaba furioso, lo estoy —dije.
—Cuéntanos —pidió Jorge, mientras todos me observaron.
Quedé en un silencio perpetuo que pude apreciar que lo respetaron, aun así, esperaron y me dieron tiempo a hablar. Cuando me decidí a hacerlo, del solo hecho de intentar visualizar aquello que ocurrió hace poco, mi mandíbula comenzó a temblar por la angustia. Pero lo solté.
—La pareja de la madre de mi hija, la violó —fue lo que pude decir cuando caí en llantos.
Volvió el silencio, un silencio con mezcla a luto y respeto que no me imaginaba dentro de la celda, lo esperaba del idiota de Hernández.
— ¿Cuándo pasó? —Preguntó Don Jorge.
—Hace unas horas me llamaron y recién me lo dijeron aquí. Quiero matar a ese hijo de puta, quiero verlo sufrir por lo que le hizo a mi hija…
— ¿Y eso borrará su recuerdo? —Preguntó en forma de crítica el viejo Jorge.
—No, nada lo va a hacer —solté.
— ¿Cómo es su madre, cómo es tu relación con ella?
—La madre es una cualquiera con la que me acosté en una borrachera, la embaracé y bueno, me hice cargo. Pasé mi pensión, la visité cada vez que pude y siempre traté de estar con ella cuando podía, pero no estuve allí cuando pasó.
—Hombre, eres abogado —soltó el moreno —. Sabes lo que tienes que hacer.
— ¿Qué? —Pregunté irritado, mis emociones me decían venganza.
— ¿Dónde está la madre? —Preguntó el estafador.
—En un coma etílico.
—Pierdes el tiempo, conocí muchos abogados, puedes quitarle la patria potestad —agregó, y fue algo que no había pensado.
Fue un momento eterno para mí, estudié abogacía para ejercer las leyes, y olvidé que a pesar del estilo de vida de su madre, no podría tener a mi hija conmigo. Pero, ahora, con todo esto se la quitaría en nombre de la ley. Poco a poco mi carrera me obligó a reflexionar en todo lo que tenía que hacer, mi hija está viva, lastimada y herida, pero viva, y este evento la pondría bajo mi tutela.
—Yo… no lo había reflexionado —solté con una triste sonrisa.
—Míralos —señaló Don Jorge —. Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta celda, pagamos nuestros errores, no somos malos, estamos en el infierno de los tontos.
El moreno rio de manera sobradora, creí que se burlaba de mí por cómo me miraba y se cruzaba de brazos.
—Dime —dijo el moreno —. Tú que eres alguien con un título, ¿sabes lo que le pasa a los violadores en la cárcel?
—Lo tengo más que claro —contesté calmo.
—Y sabiendo eso ibas a matarlo, para dejar a tu hija con una madre alcohólica y un padre en la cárcel, con un título de abogado, para limpiarse el culo luego de que te lo reboten —explicó el moreno.
Me dio vuelta la cabeza lo que dijo, iba a matarlo de una manera barbárica, para salvarlo de lo que le espera a una situación confirmada de quien fue el agresor.
—Supongo que me dejé llevar.
—Y trataste de atacar a un oficial que ve a personas como nosotros a diario —sonrió Don Jorge.
— ¿Por qué estás aquí? —Le pregunté de la nada. Tantas confesiones y el dueño del lugar no dijo lo que hizo.
El moreno se apartó, uno que no vi tosió, y Don Jorge se puso serio. Su rostro hostil estremeció cada uno de mis músculos, pero no me dejé intimidar, quería respuestas.
—Hace 20 años mi hermano se quedó sin trabajo y le ofrecí mi hogar. Mi esposa era una mujer de cátedra, fina, pendiente de lo que dirán los vecinos y su familia. Aun así me impuse y mi hermano quedó a mi resguardo hasta que solucionara su situación. Yo estaba todo el día fuera de casa por mi trabajo, y un día mi esposa me explica que su abuela murió y tenía que viajar. Ella se fue por varios días a otro país mientras mi hijo de 10 años se quedaba en casa con mi hermano. Yo llegaba en ese entonces agotado por la rutina, mi hermano se tomaba la delicadeza de cocinar y limpiar, yo preguntaba si estaba todo bien y ambos decían que sí, Pero un día, noté a mi hijo raro. Pensé que extrañaba a su madre y la noticia de luto lo dejó triste. Un jueves, antes de acostarme fui a la habitación de mi hijo, le pregunté si estaba bien. No lo estaba, aunque a su bisabuela la vio solo 2 veces, supuse que su muerte lo dejó mal, pero no. Tampoco la ausencia de su madre. Me contó con miedo que mi hermano salía de la ducha sin ropa, se sentaba así en el sofá, y le señalaba sus peludos genitales prometiéndole que a él le quedarían así. También explicó que lo sorprendió a su tío que lo espiaba cuando se bañaba. No llegó a nada, pero mi hijo tenía miedo, y yo siempre fuera de casa. Me di vacaciones, compré una botella de whisky importado y se la di a mi hermano, la bebió casi toda. Cuando estaba a punto lo llevé al sótano con una excusa estúpida. Allí lo golpeé en la cara, cayó sin poder levantarse por su estado etílico y lo amarré en una silla. Fui a la cocina, calenté en el fuego un cuchillo y corrí al sótano nuevamente, presenté el cuchillo delicadamente sobre su párpado, quemé su piel mientras le preguntaba que hacía con mi hijo cuando no había nadie, y solo gritaba. Le bajé los pantalones, corté sus testículos y los arrojé. Luego corté su pene y se lo puse en la boca. Después de que reaccioné a las consecuencias de mis actos, únicamente me quedaba disfrutarlo. Me quedé allí viéndolo como perdía la vida mientras se desangraba, hasta que murió.
Quedé helado con su relato, fue atroz lo que hizo, pero no lejos de lo que le haría.
— ¿Y tu hijo? —Pregunté sin titubear.
—No pensé en él, pensé en cómo me sentía yo, pero ya era tarde. Mi hijo escuchó los gritos y estaba en el living, cuando al fin salí, suspiré y le dije que mi hermano jamás haría daño a nadie. Llamé a la policía, a la loca de mi esposa, y aquí estoy.
—Lo siento —solo dije.
—Mi hijo lo sintió, se quedó sin padre, y su madre cuando le conté lo que hice con lujo de detalle se quitó la vida. Esa perra le importaba más su prestigio que otra cosa, sabiendo que yo no estaba se ausentó de su hijo.
— ¿Y cómo está él? —Pregunté al recordar a mi hija.
—Bien, ahora, aunque sufrió mucho. Si hubiera renunciado a una venganza sin sentido, él habría tenido a su padre y a su madre por más que sea una mujer superflua. Ahora ve a hacer las cosas bien —dijo Don Jorge.
Hernández me llamó antes de contestar algo, salí de la celda esperando atender mis responsabilidades como abogado al atacar a un oficial. Pasé a su despacho y firmé algunos papeles de denuncia.
—Es todo —dijo serio el oficial Hernández.
—Disculpe como lo traté, de verdad.
—Pudo ser peor —rio —. Supongo que hablaste con los muchachos.
— ¿Perdón?
—No cometas locuras, tiene una hija que cuidar.
Respiré hondo y salí, comencé mis trámites para quedarme con la tenencia de mi hija. Su madre tenía derecho a visitas que jamás usó, me fui con mis padres quienes cuidaban de ella cuando trabajaba. Costó explicarles toda la verdad, pero salimos adelante. Luego descubrí que Don Jorge era el padre del oficial Hernández, su hijo jamás lo abandonó en las dificultades, y agradezco a Hernández que me haya metido en esa celda, omitiera mi acto de manera legal y que cometa un error. Lo que pasó con la pareja de su madre es más que evidente. Hoy mi hija se recibió de Contadora, yo y sus abuelos lloramos de orgullo, y puedo agradecer que siempre estuve con ella. Cada acto tiene su consecuencia, una vez me equivoqué con fortuna al acostarme con su madre, pero no me equivoqué al no tomar venganza. Gracias Don Jorge.
La novia de negro
La novia de negro
— ¿Te molesta si manejo rápido? —pregunté decidido.
—Para nada. Es más, te lo pido por favor —rogó ella.
Arranqué el auto y marché en él como si fuera un auto de carreras, la adrenalina corría por mis venas, solo con la idea de evitar en su novio lo que a mí me sucedió en el pasado. Solo deseaba verlo allí, y decirle “tranquilo, aquí está”.
— ¿Entonces te casas de noche? —pregunté. ¡Qué pregunta la mía!
—La noche es parte de nosotros, no somos brujos ni satánicos como las personas nos tildan, somos góticos, es un estilo de vida —contó ella.
—Tranquila, mi sobrino tiene esas costumbres y es más bueno que el pan —sonreí para que entre en confianza.
—Gracias —dijo ella, y bajó la mirada.
Poco tiempo después observé una mansión inmaculada sobre la ruta, apenas el edificio se asomó a nuestra visual ella lo señaló. Parecía el castillo del conde Drácula, ¿pero qué más podía esperar? Paré el auto y toqué bocina a varias personas, esperaba los gritos de asombro de las mujeres y el festejo de los hombres, pero nada. Todos me observaron con recelo, como el desconocido que soy. Bajé de mi auto y me acerqué al más próximo, pero cuando me di cuenta, Marina estaba detrás de mí. Me jaló de la muñeca de mi traje para llamarme, me mató su mirada de perro mojado. Bueno, quien sabe si el novio todavía estaba, y esto necesitaba explicaciones.
—Vamos, dile que estás aquí —le dije a ella en voz baja.
—Ellos no me importan —susurró ella, enrolló su brazo con el mío como si fuera el padrino, mientras yo alerta me percaté de cómo me gané las miradas estupefactas de todos. Lo que faltaba, ahora tengo la imagen del amante que evitó la boda. Esto necesitaba una estresante justificación.
— ¿Dónde está tu novio? —Le pregunté a ella, pero se recostó sobre mi cuerpo como si quisiera esconderse de la visual de todos, esto no daba buena espina.
—Solo sígueme —dijo.
— ¿Pero dónde…?
—No hables —interrumpió, mientras escuchaba los murmullos, todos atónitos me observaban sin moverse.
—Puedo explicarlo —dije en voz alta a la multitud.
—No hables, por favor —exigió ella entre dientes, mientras una lágrima negra que corrió su rímel se deslizó por su mejilla.
—Van a matarme si me ven así contigo —repliqué en voz alta.
—Está loco —dijo una señora mayor que me fulminó con la mirada.
—Por favor, no digas nada, solo sígueme —pidió ella.
Subimos por una enorme escalera del estilo antiguo que continuaba con la misma alfombra purpura. Al llegar al final, se vieron dos escaleras a los lados con la misma alfombra. Subimos por la de la derecha. Pero tres escalones antes de llegar, ella se detuvo. Se quitó el otro guante calado permitiendo ver un anillo con un enorme zafiro, lo que valdría esa joya. Para mi sorpresa se lo quitó, lo colocó en la palma de mi mano y la cerró con fuerza para que la guarde, sus manos a esta altura estaban cálidas.
—Quiero que se lo des a mi novio —dijo ella triste.
— ¿Vas a dejarlo aquí? —reproché irritado, por un momento vi en ella a la que sería mi esposa, sería
—. No puedes hacerle esto, menos usándome a mí.
—Por favor —dijo ella al tragar saliva —. Solo hazlo, hoy no pude casarme.
—Puedes hacerlo ahora —dije, pero ella no contestó. Me escoltó al final de la escalera, y entramos en un salón.
Allí lo vi a él, a un sujeto que no me costó entender que era su novio. Vestía de negro. ¡Qué sorpresa! Usaba un chaleco negro con tres botones color plata, una camisa negra con extraños bordes como si fueran gravados de color rojo. No tenía corbata, más bien una especie de corbatín extraño como del siglo 16 o 17, no sé bien. El caballero tenía la piel blanca como ella, con rasgos delicados, con su cabello negro atado con cola de caballo. Parecía más vampiro que humano, pero ya nada me sorprendió.
—Él es mi novio, Joaquín, ve a hablar con él —dijo ella, me empujó hacia delante llamando la atención de todos con mi trote para no caer. El me asesinó con la mirada, sus ojos enrojecidos no sé si eran de llanto o de ira al observarme, ni parpadeó al intercambiar miradas.
—Joaquín —llamé a él luego de suspirar.
—Soy yo —respondió con una voz muy grave.
—Espero no ser inoportuno, vine a tu boda —expresé calmo. Su silencio estremeció cada uno de mis músculos.
—No te conozco —soltó él.
—Lo sé, tranquilo, ahora puedes casarte —dije de sonrisa forzada, se notaba la falsedad en ella, pero en una situación como esta me costaba hacerlo.
— ¿Cómo? —preguntó incrédulo.
No pude evitar ver detrás de él un ataúd, y no me asustó, ya vi demasiado terror en esta noche tan extraña.
—Buen decorado —dije al señalar el ataúd. Buscaba alivianar la tensión.
— ¿Quién te invitó? —dijo él al levantar la voz.
—Nadie —dije.
— ¿Por qué viniste?
—Toma —le dije a él, le di el anillo con el zafiro que Marina me entregó. Él lo miró tan extrañamente que no pude descifrar su reacción. Observé detrás de mí, Marina no estaba.
—Oh por dios, se fue —dije fastidiado.
— ¿Quién se fue, y por qué tienes este anillo? —. Estuvo a punto de gritar de cómo lo dijo.
—Encontré a tu novia en el camino, me explicó que su auto se averió y le traje hasta aquí, solo que no se atrevió a hablarte. Quizás por el retraso no sabía cómo explicarlo, lo siento.
— ¿Me dices que Marina te dio el anillo? —preguntó más calmo.
—Si hombre, recién me lo dio. Solo tranquilízate, quizás si hablan puedan arreglarlo. Sabes, a mí me plantaron en mi boda, pero no tuve segunda oportunidad, tú la tienes, solo ve a buscarla.
—Ven conmigo —pidió él con la mirada sombría.
Me llevó al ataúd, mis lágrimas cayeron al ver a Marina dentro de él, con el mismo vestido con el que la vi poco tiempo atrás.
—Marina murió en un accidente en la ruta camino a nuestra boda, no sufrió daño, pero su corazón no soportó el susto —dijo él con la voz plana.
—Al darme vuelta la vi a ella, igual que en el ataúd pero con su rímel negro corrido. Saludó con su mano para desaparecer ante mis ojos.
—Gracias por el anillo —dijo él tras aparecer una línea de sangre desde su garganta, también desapareció él.
— ¿Con quién habla joven? —preguntó una mujer mayor.
—Con Joaquín, creo —contesté atónito.
—Joaquín es mi hijo, se suicidó al enterarse de la muerte de Marina —señaló ella detrás de mí, estaban colocando otro ataúd con Joaquín dentro.