evd
Mostrando entradas con la etiqueta miedo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta miedo. Mostrar todas las entradas

Pesadilla



Había sido una jornada normal como todos los lunes de rutina. Llegué a mi casa, puse ropa a lavar y luego vi una película. Cociné para esa noche y el día siguiente, luego decidí acostarme. Apenas me cubrí con la sábana, cerré mis ojos y calmé mi respiración. Pero lo sentí, esa sensación de guardia que me avisa lo que va a ocurrir. No sé cómo lo hacía, pero siempre antes de pasarme lo presentía — ¿O era mi miedo lo que lo generaba? No lo sé.
Otra vez lo mismo. Ya estaba cansado, desde los doce años que me sucede, y a pesar de tomármelo con más calma sigue atormentándome. Me acostumbré al miedo.
Sentía como si estuviera despierto, pero sabía que era una pesadilla. La misma pesadilla desde hace quince años. Siempre era lo mismo, estaba acostado en mi cama, con la sabana cubriendo mi rostro. Mi cuerpo estaba paralizado, no me podía mover. Sabía que era una pesadilla, porque como todas no sentía frío ni calor. El mismo sueño lúcido que se repite durante toda mi vida. Sabía perfectamente la posición de mi cuerpo, pero cada vez que me movía, simplemente estaba en la misma posición que desde el inicio. Un extraño hormigueo paseaba por todo mi cuerpo, no estaba seguro si sobre mi piel o por debajo. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que una sombra de una silueta negra estaba parada frente a los pies de mi cama. Era como ver con los ojos cerrados. Me estiré para quitarme la sabana que me cubría, me incliné hacia la sombra, mis manos iban a donde creía que era su cuello, pero me di cuenta de que seguía acostado; inmóvil, sin ser capaz de moverme.
Me armé de voluntad; por algún motivo movilizarme requería un gran esfuerzo, pero no físico sino mental. De un sacudón volví a quitarme la sabana, sin importar que tuviera los ojos cerrados, veía la sombra a mis pies. Pero otra vez lo mismo. Cada vez que creía moverme nunca lo había hecho. Creo que fueron seis o siete veces que intenté a ahorcar esa imagen negra. Antes rogaba por despertar, pero me cansé de tenerle miedo. Ella me seguía asustando, pero en lugar de pedir “por favor despiértenme” la maldecía con todas las palabras sucias dentro del diccionario de mi mente. Quería hablar, quería gritar, pero cada vez que lo intentaba solo me escuchaba un pequeño balbuceo, como si mi boca fuera anestesiada.
Desperté; me di cuenta, ya que verdaderamente abrí mis ojos. Me quedé recuperándome, porque cada vez que me sucede lo mismo mi cuerpo queda exhausto. No sé si es la presencia de un ser del infierno, o una simple pesadilla. Pero cada vez que sucede sé que es irreal. Aún le temo confieso, pero cada vez menos. Me pregunto si algún día podré golpear a la sombra, aunque sé que no exista, solo para darme ese placer.

Las consecuencias del acto

Algunas cosas no se pueden cambiar, solo superar y aceptar







Las consecuencias del acto

 

Me llamo Álvaro, soy un hombre de familia, como tú o como cualquiera. Nacido en el amor de un padre y una madre que me educaron y me criaron con amor. Mis padres se conocieron en secundaria, y al terminarla siguieron en contacto. Los años pasaron y el amor floreció entre ellos, y yo producto de él. Fui un accidente, un hermoso accidente decía mi madre, un accidente decía mi padre con humor, pero jamás se arrepintió de tener un hijo. A veces las consecuencias de un acto pueden traer resultados inesperados, y así me lo explicó mi padre, contándome en más de una ocasión, como fue que él, “germinó su semilla en mi madre”. No estaban arrepentidos, pero explicaron lo difícil que fue cuando no estaban preparados. Mi padre dejó sus estudios terciarios para ser contador, ya que necesitaba dinero, y eso lo logró con dos trabajos día a día. Cuando ya no fue necesario tener dos trabajos, se sentía viejo para retomar una carrera que dejó atrás. Siempre me dijeron, que no haga como ellos, que sea prudente. Tuve grabado eso en la frente, y gracias a ellos me recibí de abogado y comencé a trabajar a buen sueldo. Pero, siempre metemos la pata, y así la metí yo.

 Claudia, la chica que conocí en ese bar cuando me pasé de la cerveza que mi cuerpo tolera, la que me llevé a mi casa y con la que me quité todo el estrés de la semana, la que le gustaba sin condón, en especial para actos explícitos. Cometí la imprudencia que mi padre me advirtió, con carrera y estabilidad económica, pero en la mujer de peor vida que se me pudo ocurrir. ¿Qué iba a saber que era una drogadicta perdida? La mujer tenía un cuerpazo de novela para mi visión doble de alcohol, no tanto para mi visión de resaca del otro día, pero tampoco tenía quejas. En fin, ella recordó mi dirección, apareció 4 meses después, con la mano sobre su panza, y no era una hinchazón, pero sí mi culpa. Esa sensación de verla a los ojos fue eterna, su rostro cadavérico, los ojos rojos y los dientes amarillos que por suerte estaban todos a la vista, y la pierna adelantada como quien fuera una prostituta en la esquina. Me explicó que era mío y esperé que no, pero el análisis de ADN que exigí fue como si mi casa cayera en mi cabeza, iba a tener un hijo con una mujer de mala vida.

Caí desganado en la casa de mis padres, me leyeron la expresión de luto, pero quedaron en silencio esperando a que lo suelte, ellos me conocen y saben cómo tratarme. Suspiré y comencé con un “salí con mis compañeros de trabajo a tomar algo”, y luego la metida de pata, la metida de pata hasta la rodilla que ellos me advirtieron, la superé con medalla de oro. Mi padre estaba serio, se lo leía en esa sonrisa descendente, mi madre bajaba la mirada, miraba los adornos de a rato, la cocina, todo menos a mí.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó mi padre levantando las cejas.

—Y hacerme cargo, no tengo otra opción, voy a tener un hijo —contesté con obviedad.

Mi padre sonrió, mi madre dejó caer algunas lágrimas.

—Ese es mi hijo —gritó como si fuera un gol —. Marta, trae whisky para ambos.

—No —interrumpí —. Prometí no beber una gota de alcohol desde ese día.

Mi padre se puso serio, más bien incómodo consigo mismo. Luego sonrió y con un gesto a mi madre le negó el whisky.

—Cuando te hice en ese accidente estaba sobrio —dijo mi padre entre risas, y una palmada en mi espalda.

Luego de unos meses conocí al amor de mi vida, Lucia, el mejor accidente que pude tener. Dos visitas en la semana y me la llevaba los domingos, o algún día que la perra de la madre le servía y me obligaba a quedármela, y lo hacía con gusto. Así pasaron los años, ella tenía su cuarto en mi casa, sacó mis ojos verdes y el rubio de mi familia, era una perla que vivía en el pantano de su madre. Era una niña inteligente, decían las maestras en su escuela, educada y llena de alegría, La luz de mis ojos, lo daba todo por ella, pero un día todo se volvió gris. Una llamada a mi celular me destrozó el corazón, era la policía. Solo me preguntaron si era el padre de Lucia, y me pidieron que vaya a la comisaria con urgencia. Entre náuseas y sin saber qué pasó llegué, la noticia me dejó en shock. Lucia, con solamente 6 años, fue violada por un novio de su madre mientras ella estaba en un coma etílico. No sabía qué hacer, sabía quién era el hijo de puta que vivía con ella desde hace dos meses, los daños no solamente fueron psicológicos, también físicos por su pequeño cuerpo, pero de eso no quiero dar detalle.

—Lo voy a matar —le dije al oficial sin pensar en nada —. Lo quiero muerto al hijo de puta —grité.

—Cálmese —dijo el oficial Hernández, como si la situación fuera normal, quizás para él era algo que veía cada tanto, pero para mí usurparon el tesoro más sagrado.

— ¿Qué me calmé? —Le dije irritado tras empujarlo, aun así su gran tamaño ofreció buena resistencia.

—Caballero, no empeore las cosas, es importante que usted conserve el juicio como buen abogado que es.

— ¿Tienes hijos? —Grité muy cerca de su rostro.

—Por suerte, no —soltó sin expresión.

Lo sujeté de la camisa pronto para desahogarme con él, pero alguien puso una mano en mi espalda, para cuando me di cuenta mi pierna derecha venció por algo contundente con lo que me golpeó. Hernández dio voz de alto, y solo escuché mezcla de palabras y expresiones que la catarsis en mí no me permitió entender.

—Que lo arresten —ordenó Hernández.

Sin esposas, 2 oficiales me escoltaron a una celda compartida, sentí el chillido de la reja a mis espaldas, nunca había caído tan bajo. Cuando volteo los veo, 5 sujetos que parecían de la clase de la madre de mi hija, me clavaron los ojos en esa habitación de 5 por 5.

—Lindo traje —me señaló uno de manera sobradora, a la vez de que me di cuenta de que le faltaba el dedo menique y anular. Eso se lo hacen a los que deben dinero a mala gente, no creo que sea un accidente.

— ¿Qué hiciste? —Dijo un señor mayor sentado en un banco.

Había modulado como mi padre cuando conté mi accidente, su presencia y postura descompaginaba de los demás.

—Casi golpeo a un oficial —solté con la vista en el piso, recién había reaccionado a lo que había hecho.

—Casi —rio uno, como los demás lo acompañaron.

—Buen traje —continuó el señor mayor.

—Es abogado —intervino uno de baja estatura.

— ¿Cómo lo sabes? —Pregunté aterrado. Temía que en alguno de mis casos él me reconociera.

—Él está aquí por estafador —intervino el hombre mayor —, los reconoce solo con verlos, pero como eres idiota se lo confirmaste —continuó.

Me quedé en silencio esperando que hacían, fueron minutos eternos en intercambios de miradas en ese agujero del diablo.

—Siéntate —ordenó el hombre mayor al señalar a su lado del banco.

—No, gracias —dije serio y calmo.

—Que te sientes, dijo un moreno al empujarme de lado.

—He, basta —le señalé irritado —. No estoy de humor como para ninguno de ustedes —estaba que mataría a cada uno de ellos, todos se parecían a quien lastimó a mi hija.

—Oficial, todo está en orden —dijo el señor mayor hacia la puerta de la celda, donde estaba Hernández viendo lo que pasaba.

—No lo lastimen, es un hombre derrotado —dijo el oficial a la vez que se dio la vuelta y se marchó.

—Si te sientas, nadie te va a lastimar —me dijo el viejo —. Soy Jorge.

—Álvaro —respondí secamente.

—Acá manda Don Jorge —dijo el moreno cuando se recostó en la pared.

No me quedó otra opción, con los pasos lentos casi congelados, poco a poco tomé el lugar que me mandaron. Me quedé allí junto a al viejo Jorge, me sentía como la próxima chica del sitio. Después de 2 minutos Hernández abrió la celda, entró con una bandeja donde reposaba una pastaflora ya cortada. Los presos la recibieron con agrado mientras se repartían entre ellos. El moreno acercó la bandeja Jorge, y este tomó un trozo el cual comenzó a comer, cuando me di cuenta el moreno me presentó la bandeja a mí, serio esperaba a que tomara un pedazo.

—No, paso —dije tranquilo

— ¿No estás de humor para comer? —Preguntó Jorge con la boca llena.

—La verdad que no —dije mirando al suelo, el moreno retiró la bandeja.

—Aquí la gente no es mala, solo están pagando errores que cometieron —contó Jorge.

—Yo maté a una mujer por manejar ebrio —dijo el moreno —, me quedan 2 años.

—Giré varios cheques en blanco —dijo quién me acusó de ser abogado —. Pero jamás delaté a quienes se olvidaron de mí, varios de tus amigos con tu título, los reconozco solamente con verlos.

—No todos somos iguales —solté casi automáticamente, y me di cuenta tarde que tenía que callar mi maldita boca.

—Eso ya lo sé, el que me defendió y estaba por acusar al resto lo mataron —rio —. Un accidente —continuó al hacer el gesto de comillas con sus dedos.

—Fabio —dijo el moreno al señalar con su cabeza a uno obeso que se mantuvo callado.

—Una pelea, le rompí la rodilla a alguien sin querer y quedó sin trabajo. Tras una demanda aquí estoy.

—Dale, Fabián —soltó el moreno.

—Fabián —exigió Jorge tras su silencio

—Un exnovio robaba casas, vino a la mía cuando la policía lo buscaba y lo escondí, pagué por ser cómplice.

—No parecen tan malos —les dije a todos, olvidando por un momento en donde estaba.

—La gente comete errores cuando no piensa, usted es abogado y lo debería tener claro —contestó el moreno.

—Así que agrediste a la autoridad —intervino calmo Don Jorge, se parecía a mi padre con su calma manera de hablar.

—Estaba furioso, lo estoy —dije.

—Cuéntanos —pidió Jorge, mientras todos me observaron.

Quedé en un silencio perpetuo que pude apreciar que lo respetaron, aun así, esperaron y me dieron tiempo a hablar. Cuando me decidí a hacerlo, del solo hecho de intentar visualizar aquello que ocurrió hace poco, mi mandíbula comenzó a temblar por la angustia. Pero lo solté.

—La pareja de la madre de mi hija, la violó —fue lo que pude decir cuando caí en llantos.

Volvió el silencio, un silencio con mezcla a luto y respeto que no me imaginaba dentro de la celda, lo esperaba del idiota de Hernández.

— ¿Cuándo pasó? —Preguntó Don Jorge.

—Hace unas horas me llamaron y recién me lo dijeron aquí. Quiero matar a ese hijo de puta, quiero verlo sufrir por lo que le hizo a mi hija…

— ¿Y eso borrará su recuerdo? —Preguntó en forma de crítica el viejo Jorge.

—No, nada lo va a hacer —solté.

— ¿Cómo es su madre, cómo es tu relación con ella?

—La madre es una cualquiera con la que me acosté en una borrachera, la embaracé y bueno, me hice cargo. Pasé mi pensión, la visité cada vez que pude y siempre traté de estar con ella cuando podía, pero no estuve allí cuando pasó.

—Hombre, eres abogado —soltó el moreno —. Sabes lo que tienes que hacer.

— ¿Qué? —Pregunté irritado, mis emociones me decían venganza.

— ¿Dónde está la madre? —Preguntó el estafador.

—En un coma etílico.

—Pierdes el tiempo, conocí muchos abogados, puedes quitarle la patria potestad —agregó, y fue algo que no había pensado.

Fue un momento eterno para mí, estudié abogacía para ejercer las leyes, y olvidé que a pesar del estilo de vida de su madre, no podría tener a mi hija conmigo. Pero, ahora, con todo esto se la quitaría en nombre de la ley. Poco a poco mi carrera me obligó a reflexionar en todo lo que tenía que hacer, mi hija está viva, lastimada y herida, pero viva, y este evento la pondría bajo mi tutela.

—Yo… no lo había reflexionado —solté con una triste sonrisa.

—Míralos —señaló Don Jorge —. Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta celda, pagamos nuestros errores, no somos malos, estamos en el infierno de los tontos.

El moreno rio de manera sobradora, creí que se burlaba de mí por cómo me miraba y se cruzaba de brazos.

—Dime —dijo el moreno —. Tú que eres alguien con un título, ¿sabes lo que le pasa a los violadores en la cárcel?

—Lo tengo más que claro —contesté calmo.

—Y sabiendo eso ibas a matarlo, para dejar a tu hija con una madre alcohólica y un padre en la cárcel, con un título de abogado, para limpiarse el culo luego de que te lo reboten —explicó el moreno.

Me dio vuelta la cabeza lo que dijo, iba a matarlo de una manera barbárica, para salvarlo de lo que le espera a una situación confirmada de quien fue el agresor.

—Supongo que me dejé llevar.

—Y trataste de atacar a un oficial que ve a personas como nosotros a diario —sonrió Don Jorge.

— ¿Por qué estás aquí? —Le pregunté de la nada. Tantas confesiones y el dueño del lugar no dijo lo que hizo.

El moreno se apartó, uno que no vi tosió, y Don Jorge se puso serio. Su rostro hostil estremeció cada uno de mis músculos, pero no me dejé intimidar, quería respuestas.

—Hace 20 años mi hermano se quedó sin trabajo y le ofrecí mi hogar. Mi esposa era una mujer de cátedra, fina, pendiente de lo que dirán los vecinos y su familia. Aun así me impuse y mi hermano quedó a mi resguardo hasta que solucionara su situación. Yo estaba todo el día fuera de casa por mi trabajo, y un día mi esposa me explica que su abuela murió y tenía que viajar. Ella se fue por varios días a otro país mientras mi hijo de 10 años se quedaba en casa con mi hermano. Yo llegaba en ese entonces agotado por la rutina, mi hermano se tomaba la delicadeza de cocinar y limpiar, yo preguntaba si estaba todo bien y ambos decían que sí, Pero un día, noté a mi hijo raro. Pensé que extrañaba a su madre y la noticia de luto lo dejó triste. Un jueves, antes de acostarme fui a la habitación de mi hijo, le pregunté si estaba bien. No lo estaba, aunque a su bisabuela la vio solo 2 veces, supuse que su muerte lo dejó mal, pero no. Tampoco la ausencia de su madre. Me contó con miedo que mi hermano salía de la ducha sin ropa, se sentaba así en el sofá, y le señalaba sus peludos genitales prometiéndole que a él le quedarían así. También explicó que lo sorprendió a su tío que lo espiaba cuando se bañaba. No llegó a nada, pero mi hijo tenía miedo, y yo siempre fuera de casa. Me di vacaciones, compré una botella de whisky importado y se la di a mi hermano, la bebió casi toda. Cuando estaba a punto lo llevé al sótano con una excusa estúpida. Allí lo golpeé en la cara, cayó sin poder levantarse por su estado etílico y lo amarré en una silla. Fui a la cocina, calenté en el fuego un cuchillo y corrí al sótano nuevamente, presenté el cuchillo delicadamente sobre su párpado, quemé su piel mientras le preguntaba que hacía con mi hijo cuando no había nadie, y solo gritaba. Le bajé los pantalones, corté sus testículos y los arrojé. Luego corté su pene y se lo puse en la boca. Después de que reaccioné a las consecuencias de mis actos, únicamente me quedaba disfrutarlo. Me quedé allí viéndolo como perdía la vida mientras se desangraba, hasta que murió.

 

Quedé helado con su relato, fue atroz lo que hizo, pero no lejos de lo que le haría.

— ¿Y tu hijo? —Pregunté sin titubear.

—No pensé en él, pensé en cómo me sentía yo, pero ya era tarde. Mi hijo escuchó los gritos y estaba en el living, cuando al fin salí, suspiré y le dije que mi hermano jamás haría daño a nadie. Llamé a la policía, a la loca de mi esposa, y aquí estoy.

—Lo siento —solo dije.

—Mi hijo lo sintió, se quedó sin padre, y su madre cuando le conté lo que hice con lujo de detalle se quitó la vida. Esa perra le importaba más su prestigio que otra cosa, sabiendo que yo no estaba se ausentó de su hijo.

— ¿Y cómo está él? —Pregunté al recordar a mi hija.

—Bien, ahora, aunque sufrió mucho. Si hubiera renunciado a una venganza sin sentido, él habría tenido a su padre y a su madre por más que sea una mujer superflua. Ahora ve a hacer las cosas bien —dijo Don Jorge.

Hernández me llamó antes de contestar algo, salí de la celda esperando atender mis responsabilidades como abogado al atacar a un oficial. Pasé a su despacho y firmé algunos papeles de denuncia.

—Es todo —dijo serio el oficial Hernández.

—Disculpe como lo traté, de verdad.

—Pudo ser peor —rio —. Supongo que hablaste con los muchachos.

— ¿Perdón?

—No cometas locuras, tiene una hija que cuidar.

Respiré hondo y salí, comencé mis trámites para quedarme con la tenencia de mi hija. Su madre tenía derecho a visitas que jamás usó, me fui con mis padres quienes cuidaban de ella cuando trabajaba. Costó explicarles toda la verdad, pero salimos adelante. Luego descubrí que Don Jorge era el padre del oficial Hernández, su hijo jamás lo abandonó en las dificultades, y agradezco a Hernández que me haya metido en esa celda, omitiera mi acto de manera legal y que cometa un error. Lo que pasó con la pareja de su madre es más que evidente. Hoy mi hija se recibió de Contadora, yo y sus abuelos lloramos de orgullo, y puedo agradecer que siempre estuve con ella. Cada acto tiene su consecuencia, una vez me equivoqué con fortuna al acostarme con su madre, pero no me equivoqué al no tomar venganza. Gracias Don Jorge.