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Nunca uno, sin el otro


Hola mi amor, ¿cómo estás? Yo bien, te he extrañado mucho, ha pasado bastante tiempo. ¿Sabes? Me pregunto si me has extrañado. Bueno, eso no importa. Nunca te olvidé, recordé durante estos tres años cada uno de tus gestos, cada detalle de tu rostro, el olor de tu piel, y como jugaba con lo suave de tu cabello entre mis manos. Sí, jamás te olvidé, y jamás lo haré. Fueron duros estos tres años sin ti, pero lo que me mantuvo vivo fue el ferviente deseo de volverte a ver, de tenerte en mis brazos y besarte hasta lo imposible, de contenerte, de tenerte, de sentir el calor de tu cuerpo sobre el mío. En fin, fueron tres años muy duros, ni te lo imaginas; la cárcel no es un lugar agradable, hay tipos muy malos allí dentro. Imagínate como me han tratado, sobre todo al tener 19 años. Me llamaron bebito; sí, lo hicieron, pero no me trataron como tal, me golpearon cada vez que podían y he llegado a estar inconsciente por varios días. En un momento dejaron de molestarme, fueron diez días, diez días muy tranquilos, hasta que decidieron hacerme su puta. Como verás, un grupo de ocho sujetos me violaron, uno en cada día, se turnaban y competían para ver quién era el primero en disfrutarme. Fue muy duro, verdaderamente vergonzoso. No tenía el valor de mirar a nadie a los ojos, más aún con la advertencia de alguien que se rio cuando me lo dijo. Dice que cuando el último de ese grupo te viola, entre los ocho asesinan a su puta. Y bueno, como verás aquí estoy, vivito y coleando. Oye, ¿qué pasa? Te estás babeando. Cierto, debe de ser por el efecto de las drogas, espera, te limpiaré. Así está mejor, quiero verte bien, sé que quieres acariciarme, pero no puedes moverte, tu sistema nervioso está interrumpido. Aprendí muchas cosas en la cárcel, un psicópata que mató a más de treinta personas me enseñó un par de trucos. Volviendo a lo de antes, ¿sabes por qué estoy con vida? Bueno, llegó el día en que el último me violaría para luego asesinarme, estaba preparado, ya lo había perdido todo, a ti, a mí, mi libertad, y mi dignidad. Pero, cuando una persona lo pierde todo, se vuelve peligrosa porque ya no tiene nada que perder, no tiene nada que temer, y eso pasó conmigo. Dentro de mi media tenía una pequeña vara de metal, cuando dejaron al sujeto solo, lo distraje con alguna conversación estúpida, le pregunté sobre qué se siente violar a un hombre, y no pudo evitar llenarse de ego al relatarme algunas de sus experiencias. Fue su error, para cuando se dio cuenta mi vara estaba dentro de su ojo, creo que llegó dentro de su cerebro por cómo se desplomó y no reaccionó. Los demás estaban fuera esperando, llamé diciendo que se desmayó, y llegaron a socorrerlo. Oh por Dios, fue genial, cuando lo dieron vuelta y lo vieron con el ojo destrozado, tres de ellos comenzaron a vomitar. Fue genial, porque ninguno de ellos quedó con vida. Maté a tres sin darme cuenta como con mi pequeña vara que la venía practicando para dar justo en el ojo. El estado que les provocó a cada uno de ellos ver un cadáver me ayudó mucho, y así que lo hice con los tres, los maté en el acto. En fin, los otros cuatro estaban tan aterrados que no entraron, supongo que verme con el rostro lleno de sangre los superó. En fin, violar hombres no los hace más hombres, creo que eran unas nenas. Lo mejor fue salir de la celda y ver al resto de los presos, se enteraron de lo que había hecho, y comenzaron a festejarme. Me sentí como un rey recién coronado. Cerca de 40 de ellos arrinconaron a los cuatro, y me pidieron que los matara, los maté de la misma manera que a los anteriores. Sí, eso pasó en el primer año. Luego me internaron él algo para gente loca, supongo yo, el tiempo era eterno allí, lleno de pastillas y drogas y sujetos de túnicas blancas haciéndome preguntas. Hablaban entre ellos como si yo no estuviera, pensaban que era un demente. De todas maneras lo soporté, fue una experiencia que me hizo quien soy ahora, pero solo lo hice porque solo hubo algo que no perdí, y fue mi esperanza de volver a verte. Recuerdo que la última vez que nos vimos fue en esa casa abandonada, querías entrar a jugar al juego de la copa. No me gustaba la idea, pero sé que esas cosas a ti te excitaban. Y bueno, accedí. ¿Lo recuerdas? Claro que lo haces, fue el último día que nos vimos, creo que no fue inteligente robar un auto y llegar en él a esa casa embrujada, pero ya ni recuerdo con que nos drogamos ese día. Te veías tan linda dentro de esa casa vieja de pisos de madera con olor a humedad, tu pálida piel brillaba como un hada en la pequeña luminosidad de la vela blanca que prendimos, que lástima que haya pasado esto. Cuando la policía entró a buscarnos nos escondimos detrás de una escalera mientras nos buscaron con sus linternas. Esos dos sujetos no nos vieron, te dije que corriéramos, que huiríamos juntos, tomé tu mano y corrí contigo tan rápido que casi te hago flotar en el aire. Ellos nos vieron, pero no nos hubieran alcanzado, no debiste dejarme allí cuando tropecé, sé que estabas aterrada, pero quería salir contigo, como siempre lo estuvimos juntos. En fin, el pasado no se puede cambiar. Ellos me atraparon mientras tú corriste, me dejaste solo, aunque nunca dejé de amarte. Recuerdo las lágrimas que gasté desde ese día, siempre dijimos nunca uno sin el otro, esa frase se desvaneció cuando corriste sin ni siquiera mirar atrás. Bueno, escapé de la cárcel para locos, tiene un nombre que no recuerdo. “Manicomio”, sí, ese es el nombre. Pero siempre te recordé mi amor, porque este sentimiento va más allá del bien y del mal. Cuando escapé busqué tu rastro, fue una tortura, descubrir que te habías mudado y hasta cambiado el nombre, y cortarte el cabello fue inteligente. Estás irreconocible, pero más hermosa que antes, creo que hasta te crecieron los pechos. Solo fue verte caminar de esa manera tan calma que te caracteriza para reconocerte, esa costumbre de morderte el labio inferior cada vez que cruzabas la calle, de prender un cigarro y en la primera calada largar el humo al instante blanco escapando de tu boca. Lo recuerdo todo de ti, todo detalle, eso me mantuvo vivo hasta ahora para verte, me siento más vivo que nunca. Fueron tres años en los que me consideré un hombre muerto. Olvidé ese detalle de que me hayas dejado ese día, lo superé, entendí que no fueras a verme, era lógico. Sé que tus padres te tenían vigilada antes y luego de ese día sería peor, sé que te mudaste en contra de tu voluntad, y que hasta la recta de tu madre te obligó a cambiar de colegio y corte de cabello. Todo eso lo comprendí de ti porque te amo Alicia. Eso sí, algo que me produjo un fuego en mi ser, fue el día que un chico te besó, alguien que si bien se veía guapo no era de tu estilo. ¿Qué pasó contigo, desde cuándo te gustan los niños buenos? Ese cabello de corte clásico y prendas pulcras, creo que es por el auto, no cualquiera tiene un Mercedes. Ah, lo olvidé, supongo que se llama Ernesto, ¿no? Sí, vamos a preguntarle. Espera, espera, no te emociones, pienso que el efecto de la droga se está yendo, mira, lo haré rápido. Ya que estás sentada y no puedes moverte te lo traeré.

Lo siento, perdón por la demora, olvidé donde lo dejé. Es que traer a una persona a la fuerza es tedioso, y decidí traer solo su cabeza, ¿la vez? Aún parece viva, ¿quieres hablarle? Hazlo vamos, no seas tímida, sé que con él no lo eras. ¿Por qué estás negando con tu cabeza? Es él, créeme, el chico de ojos celestes que tanto te gusta. Mira, deja que levante su párpado para que lo compruebes, ¿vez? Es su ojo celeste que tanto te gusta. ¿Qué? Ah, no puede ser, se le dio vuelta, me dijeron que si le cortaba la cabeza con un hacha sus ojos quedarían abiertos. Bueno, lo arruiné. ¿Quieres besarlo? Hazlo, vamos, no seas tímida, te lo acercaré, dale, no seas así, pesa y se me cansan los brazos. Oh, lo siento, no quería ponerte incómoda, pienso que es algo vergonzoso besar a tu novio delante de tu ex. Espera. ¿Ex? Pero si nunca terminamos, claro, él es el otro, era. Bueno, como siempre te dije, nunca uno sin el otro. No te preocupes, ya llamé a la policía justo cuando le corté la cabeza, creyeron que les jugué una broma, pero como dije mi nombre seguro sabrán que me escapé. Bien, será rápido, nunca uno sin el otro. Quédate quieta ¿sí? Igual no puedes moverte. Esto que estoy inyectando es un veneno letal, en treinta segundos morirás, pero no te preocupes, ahora me inyectaré yo también, déjame abrazarte, no me importa que te salga espuma de la boca. Oh, ya no puedes oírme, ya iré contigo. Nunca uno sin el otro…


Puedes ver este video donde estará su versión narrada por J.J. Zapatta, narrador y escritor 






El pacto con la muerte




Y allí estaba la muerte, caminando entre los humanos, sin que nadie se percate de su presencia. Era la parca, como todos conocen, de rostro esquelético, sin piel ni carne, con su túnica negra más que conocida, la cual a la altura de su estómago le jugaba de cinturón una cuerda común y corriente, donde del centro un extremo predominaba y colgaba un reloj de arena. Su capucha cubría su cabeza, o mejor dicha calavera, sin dejar ocultar su rostro, sus huecos ojos, su mandíbula y dientes al desnudo, como el tono gris apagado de todos sus huesos. Sus manos flacas y huesudas, en una de ellas se veía la guadaña que la caracteriza, y en su otra mano un pergamino, el cual al abrirlo, se extendía al suelo, continuando su trayecto como una alfombra infinita que no terminaba más. Allí estaba en orden los nombres de quienes iría a visitar, para pasar raya a su vida. La muerte paseó, pero esa ciudad que nadie conoce, se deslizaba por el suelo, ya que sus pies no se veían cubiertos por su túnica, y la manera en que su altura nunca cambiaba lo confirmaba más aún. Observó a un hombre mayor de bigote, cuya panza no le permitiría a sí mismo observar sus propios pies, serio esperando el semáforo, para cruzar la calle, de un fino traje y maletín que daba a entender que era algún empresario o ejecutivo, quizás. De pronto el señor miró su reloj, y de un momento a otro se suspendió de toda realidad, todo era negro, hasta que una cortina de niebla fue viajando por el suelo hasta sus pies, y vio a la muerte a su frente.

— ¿Quién eres? —Preguntó serio aquel señor, al engrandecerse sus ojos, e inflar su pecho como un sapo en señal de guardia.

—Soy la muerte —dijo la muerte. Su voz era escalofriante, tenía un tono que predominaba, parecía un locutor de radio, con voz de seductor y grave, pero se repetía otra más resonante y áspera en ella, que le repetía sus palabras en una pequeña fracción de segundo, esa segunda voz jugaba como su propio eco.

— ¿Y qué quieres? —Preguntó el hombre apagado como su mirada.

—No necesito decírtelo, es más que lógico, que mi presencia no es para venir a saludarte.

—Entonces me toca morir —afirmó el señor. Pero él no responder de la muerte, le hizo a sí mismo contestarse su propia pregunta. Y poco a poco la parca se acercó él, flotando entre la niebla, tomó su guadaña entre sus manos, y la atinó hacia atrás, pronto para ejecutarlo.

—NO… ESPERA —detuvo el señor —. No quiero morir —. Continuó más calmo.

—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte.

—Yo tengo una vida, una familia, un buen trabajo. Tengo asuntos pendientes, no quiero terminar mi vida aquí —Y la muerte, sin compasión y sin contestar, lo atacó con su guadaña, y justo antes de llegar el filo en su cuello, la pesadilla se desvaneció.

El hombre volvió a la realidad, a punto de cruzar la calle, pero un dolor en su pecho no le permitió caminar más. Su brazo izquierdo se durmió, y calló al piso agonizando. Mientras las personas alrededor lo asistían, la muerte lo observaba, y cuando dejó de respirar, ella se marchó.
La parca continuó con su viaje, entró en una facultad, observó a una joven rubia de no más de 25 años, con varias carpetas abrazadas tapando su pecho. Sus Rasgos eran delicados, sus curvas pronunciadas, y al bajar por unas escaleras el proceso se repitió. Ella se suspendió de la realidad como el hombre ya mencionado, dejó caer sus carpetas, impactada de lo que pasaba, y tras un agitar la vio a la muerte, acercarse a ella.

—No —gritó ella entre llantos —. Esto tiene que ser un sueño.

—Uno del que no despertarás —contestó la muerte.

—No por favor, no… no quiero morir —dijo ella moviendo su cabeza a un lado, dando algunos pasos hacia atrás. Aterrada intentó correr, pero al dar la vuelta, la muerte también estaba allí.

—No importa que tanto corras, no hay lugar en donde esconderte de tu destino —dijo la muerte, hablaba sin mover su mandíbula huesuda.

—No quiero morir —dijo ella llorando, cayendo de rodillas mientras sujetó su cabeza con ambas manos, no aceptaba la situación. Y la muerte tomó su guadaña, atinó hacia atrás, y antes de ejecutarla, se quedó unos segundos inmóvil.

—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte como a su anterior víctima, y lo hacía con todas.

—No quiero morir —solo dijo ella con sus ojos enrojecidos. Y la guadaña viajó hasta su cuello, y antes de su filo tocar su fina piel pálida, ella volvió a la realidad, como si nada hubiera pasado, como si nada recordara. Tras un paso en falso resbaló en un escalón, rodó sobre la escalera, y mientras dos personas se acercaron a ella, la vieron desmayada allí.

—Ve a pedir una ambulancia —dijo uno a otro, y el segundo tras salir corriendo se acercó a donde la muerte estaba parada, pero no la vio, y la traspasó como el espectro que era.

La muerte siguió su camino, estaba nuevamente en la calle, y vio a un joven de campera negra y pantalón de igual color, ya a mitad de camino cruzando la luz verde a pie. Él era de aspecto caucásico, de pómulos marcados, más su piel pálida y cabello ennegrecido, le daba cierto tono oscuro. Caminaba con toda la tranquilidad del mundo, y con sus ojos serenos, pero firmes, casi ni parpadeaba y si lo hacía, no se notaba. Allí él como a los demás fue suspendido de toda realidad, detuvo su paso, pero sin nervio alguno, bajó la mirada para presenciar la niebla que tapó sus pies, enarcó una ceja sin entender lo que sucedía, pero no demostró asombro alguno. Luego levantó la mirada a su frente, ambos se miraron uno al otro, una pausa algo incómoda, cerca de dos minutos hubo allí.

— ¿No vas a decir nada? —Preguntó la muerte con normalidad.

—Eres la muerte, no hay otra opción —contestó el joven con simpleza. No estaba claro si es que no tenía miedo a morir, o era lo que quería. Ese muchacho era tan frío que no se podía delatar sentimiento alguno, solo una extraña y calma frialdad, igual a la muerte a su frente.

—Llegó tu hora humana, hoy es el día de tu ejecución —anunció la muerte, presentando sus manos en su guadaña al atinarla hacia atrás.

—Me lo suponía, no creo que vengas a saludarme o a contarme un chiste —dijo sarcástico el joven. La muerte quedó sorprendida, si bien no tenía piel en su rostro para demostrar gesto alguno, la pausa en que permaneció con su guadaña sin moverla lo predijo. Y tras otro minuto de silencio incómodo, la muerte decidió hablar.

—Dime un motivo para vivir —dijo al fin la muerte.

—Dime un motivo para morir —contestó al instante el joven, sereno como si fuera un encuentro normal. La parca bajó su guadaña, no encontró respuesta para un humano, que reaccionó de tal manera común.

—En todos estos milenios, nadie me ha dicho algo así —dijo la muerte, calma y serena para hablar, igual que el joven a su frente.

—No sé si sentirme halagado o excéntrico, pero si tú me pides a mí un motivo para vivir, yo te pido un motivo para morir —dijo el joven, quien no cambiaba el tono de su voz, hasta se dudaría si era un robot o un ser humano, por la frialdad de sus respuestas automatizadas.

—Eres la primera persona, a la que no tengo que contestarle, postergaré esta visita para otro momento

—dijo la muerte, le perdonó la vida.

—Tomate tu tiempo —dijo el joven como si nada, ni agresivo, ni agradecido.

—A todos les llega su hora, desde que nacen comienzan a morir, yo solo doy fecha final, solo un número de años a contar.

—Lo tengo claro, pero no te preocupes. No huiré de ti, será perder el tiempo, algún día me tendrás que venir a visitar.

—Ese día llegará, hasta la próxima vez, humano —dijo la muerte, y se marchó. Para eso el joven volvió a la realidad, estaba en medio de cruzar la calle, y justo al volver volteó su rostro a un lado, tenía a un auto a punto de arrollarlo, que por milagro reaccionó, y en un trote ágil lo esquivó, aunque el espejo retrovisor golpeó y rompió en su brazo. No se llevó de ninguna herida letal. El conductor se vio impactado, estaba hablando por teléfono y distraído, no vio la luz roja que casi lo mata. No estaba claro si la muerte le salvó la vida, o simplemente decidió no matarlo.


— ¿Estás bien? —Preguntó el conductor al joven, exaltado y agitado.

—No debería hablar por teléfono mientras maneja —contestó calmo el joven, se dio la vuelta y continuó su camino, como si tal evento fuera del día a día.

Pasaron 80 años, la muerte siguió con su responsabilidad, y tras miles y miles de ejecuciones, jamás encontró a otra persona que contestara como aquel joven. Todas sus víctimas, si no suplicaban o rogaban por su vida, quedaban atónitas sin reacción posible, más algún que otro psicópata, que la recibió con agrado, esperando morir, pero ello no era motivo para perdonarle la vida a nadie. Ejecutó personas sin discriminación, edad, sexo, posición social, estado de salud, planes a futuro o no, los ejecutó sin remedio. Un día la muerte se fue hasta la camilla de un hospital, y lo vio a un anciano demacrado con equipo de respiración, ese hombre tenía más de 100 años de edad. En un momento toda realidad se desvaneció para él, como a los demás la muerte se le presentó, pero el viejo estaba de pie a su frente.

—Te tardaste mucho —dijo el anciano —. Pensé que te habías olvidado de mí —. Continuó con calma, ese anciano era el joven que una vez perdonó su vida.

—Hace mucho tiempo que no te veo, estás muy cambiado, pero de todas maneras sé quién eres —dijo la muerte.

—No te he visto desde aquella vez hace 80 años, pero sé que tú lo has hecho.

— ¿Y cómo lo sabes? —Preguntó la muerte, con un variante en su voz, que si tuviera labios diría que sonrió al decirlo.

—Fui testigo de la muerte de todos mis hijos y mis nietos, hasta de algún bisnieto, no te he visto, pero sé que te has presentado a ellos como a mí aquel día.

—Y siempre te vi tan calmo y sereno, como en el día en que te conocí.

—Yo estoy muy cambiado, me parece que estás delgado, pero en fin eres puro hueso —dijo con algo de gracia el viejo.

—Un día ejecuté a un ladrón, y me sorprendió su respuesta. Cuando le pedí un motivo para vivir, me preguntó si yo era aquel hombre que asaltó hace días atrás, me explicó que nunca temió ni se sorprendió al verlo, y se asustó de su frialdad y serenidad —contó la muerte.

—Un sujeto de barba desarreglada si no me equivoco, de ojos claros y consumido por la droga —apreció el anciano.

—Ese mismo —afirmó la muerte.

—Se asustó al verme, pero en fin, sé que vino a robarme ese día. Fue hace 50 años más o menos, si no te temí a ti, no tenía motivo para temerle a él, más aún si no te has hecho presente.

—Me confundió contigo humano, pensó que tú eras la muerte.

— ¿Le has perdonado la vida a alguien más? —Preguntó el viejo.

—A nadie, has sido la segunda persona que conocí, que deja sin respuesta a la muerte.

—¿Y quién ha sido la primera?

—Ese he sido yo milenios atrás, y tras ello, a la hora de morir me convertí en lo que soy.

—Entonces me convertiré en la muerte —concluyó el viejo.

— ¿Qué has hecho de tu vida? —Preguntó la muerte.

—No mucho, comí cuando tuve hambre, bebí cuando tuve sed, dormí cuando tuve sueño. Los médicos han dicho que he vivido hasta ahora debido a mi sano corazón, mis latidos siempre han sido calmos, sin sobresaltos algunos, y por ello mi larga vida, aunque pensé que te habías olvidado de mí.

—Jamás me olvidé de ti, solo esperé a que te llegue la hora, y fue tu temple como la mía, la que te ha dado tantos años de vida, pero todo cuerpo envejece, ni yo mismo puedo retrasar tu muerte ahora.

—Entonces a lo tuyo —solo dijo el anciano. Y la muerte atinó su guadaña, dio el golpe, y al llegar el filo a su cuello, rebanó su cabeza cayendo al suelo, mientras su cuerpo en su camilla dejó de latir. La muerte lo vio a él allí, como murió después de tanto tiempo, pero detrás de ella estaba el viejo, su alma seguía allí.

—Así que esto es lo que viene después de la vida —dijo el viejo.

—No exactamente, como yo hay otros, somos pocos, pero mantenemos el equilibrio en el mundo ejecutando a los humanos. Cada vez hay más en el mundo, y si bien somos seres atemporales, se nos hace algo arduo eliminar a la larga lista que cada uno posee. Como yo un día me convertí en lo que soy, hoy tú ocuparas la misma posición que cumplo yo. Cumplirás tu papel, como la muerte.

— ¿Alguna recomendación? —Solo preguntó el viejo.

—No tengo nada que decirte, eres igual a mí a lo que era en vida, sabrás qué hacer,  estoy seguro de que tomarás las mismas decisiones que yo, tu única diferencia será tu lista, solo los  nombres que verás anotados.

—Bien, pero esta no será mi forma, me imagino —dijo el viejo, y poco a poco cuando la muerte presentó su dedo huesudo en su frente, su cuerpo astral se prendió en fuego fatuo, un fuego azulado que consumió lo que era su carne y piel fantasmal. Y tras quedar hecho huesos, poco a poco apareció sobre él la misma túnica de quien le dio el título de la muerte, más otro reloj de arena, una guadaña, y una lista de sus ejecuciones.

—No tengo nada más que decirte, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo la muerte.

Reseña: 8 Santos de Sonia Pericich

Sonia Pericich, escritora de 8 Santos, nos hace entrega de su primer novela, y aquí lo que opino de ella.


Conocí a Sonia gracias a esta maravillosa obra de arte al ser su lector 0. Apenas me la ha enviado ya comencé a leerla, y tan solo en dos dias terminé con la historia. No por ser corta la obra, que tampoco es muy larga, más bien por lo atrapante de ella. Discutimos algunos detalles argumentales pero nada extraorinario, que pulirlo fue prácticamente nada, y aquí mi devolución.

8 Santos es una novela ideal para los amantes del suspenso, y los que odian el cliché porque esta obra no lo tiene.
En un pueblo muy pacifico donde no hay muchas novedades unos jóvenes encuentran un cadáver, dos detectives de otro pueblo se dirigen para resolver el crimen. Y así, empieza una historia de las que más me ha gustado. Diversos personajes detallados y bien constituidos, la trama se desarrolla de una manera ágil, no hay sobre explicaciones alargando la historia, pero aun así todo está bien explicado. Cada uno de ellos tiene su historia y su personalidad bien definida.


¿Por qué me ha gustado tanto esta historia?
Sencillo, a medida que iba leyendo me veía obligado a teorizar que es lo que está pasando, y por más historias de detectives que hayas leído en tu vida no lo descubrirás hasta el final. Promete mantenerte entretenido hasta las últimas palabras.

Nuestra autora dice que hay muchas posibilidades de una secuela, así que estaré atento a ello.

El libro lo puedes en físico con este link:https://www.autoreseditores.com/cof.marceline

Su página de autor: https://www.facebook.com/Sonia-Pericich-Autora-independiente-744273549300989/

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Sonia Pericich nació el 20 de mayo de 1981 en la localidad de El Socorro, provincia de Buenos Aires (Argentina).

Comenzó escribiendo poemas en su adolescencia, quizás como muchos, pero pronto supo que necesitaba más.

Sin aferrarse a un género en particular, debido a su afán de desafiarse, sus historias giran en torno a los eternos conflictos entre la naturaleza humana y las leyes impuestas por la sociedad —creencias, tradiciones y costumbres—, evidenciando su espíritu analítico y crítico, carente de fanatismos.

Tanto en escenarios realistas como fantásticos, las acciones de sus personajes intentan provocar en el lector ese mismo espíritu, por lo que el suspenso y la sorpresa se vuelven elementos recurrentes en sus obras, volviéndolas poco predecibles.

Dicen que su apellido acarrea el gen de la locura y la terquedad, pero ella prefiere llamarlo "Libertad".