Cuando por fin logré salir con él sentí que lo tenía en mi poder. Salimos a tomar un café, y poco a poco se fue soltando conmigo. Era yo quien hablaba más, pero lograba que de a poco se dejase llevar. Ver esa faceta de él descontracturada, quitándose el saco, hablando sobre sus gustos y sus cosas se me hizo como encontrar un tesoro del que tanto estuve buscando. Finalmente, logré desnudar su alma. Luego de ese café, tuve que incentivarlo para que me invitase a su hogar. Si hubiese sido por él no me invitaba. Sabía que él vivía solo pero no me daba detalle alguno de su vida. Cuando llegamos noté que su apartamento era muy acogedor como para un hombre soltero. Las decoraciones, los muebles, los cuadros, todo parecía ser de una casa de familia. Mínimamente de un matrimonio.
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