La perspectiva y el lector cero: claves para fortalecer tu obra
Una de las cosas que debemos tener claras al escribir es la perspectiva. No es lo mismo lo que el autor visualiza en su mente que lo que el lector interpreta del otro lado. Casi siempre, cuando escribimos (y me incluyo), vemos una escena, un personaje, un conflicto, una ciudad o un bar como si estuviéramos mirando una película. En nuestra cabeza, esos elementos ya tienen rasgos, atmósferas y detalles que, muchas veces, no llegamos a contar ni a demostrar en el texto, porque fueron imágenes que el cerebro creó de forma automática.
Ahí aparece una de las mayores dificultades del oficio: trasladar esa imagen mental al lector. Verificar si el mensaje llega como queremos parece una obligación del escritor, pero no siempre es sencillo. No es casual que muchos autores prestigiosos, incluso aquellos que publican con grandes editoriales, reciban devoluciones y recomendaciones de agentes, editores y lectores profesionales antes de que la obra vea la luz.
El autor independiente, en cambio, rara vez cuenta con ese respaldo. Por eso enfatizo tanto la necesidad de contar con lo que llamo “lectores cero”.
El problema del misterio: lo que tú sabes, el lector no
La cuestión de la perspectiva se vuelve todavía más delicada cuando hablamos de tramas de suspenso o psicológicas. Cuando dejamos datos, pistas y detalles para generar misterio, quien crea la historia sabe perfectamente lo que está haciendo (o, al menos, casi siempre; a veces también se escribe sobre la marcha).
Pensemos en un ejemplo clásico: quieres escribir una novela donde hay un asesino y nadie sabe quién es. Desde el inicio, tú decides que el asesino será el hermano del protagonista. A partir de ahí desarrollas la historia, posicionas a los personajes, creas rasgos y acontecimientos que al principio no resultan claros, pero que hacia el final empiezan a cobrar sentido.
Tú sabes quién es el asesino porque tú creas la historia. Pero ¿el lector lo ve igual?
No lo sabes. No estás dentro de su mente ni sabes cómo visualiza a tus personajes. Tal vez fuiste demasiado evidente y el lector descubre el misterio desde las primeras páginas. O quizá intentaste ser tan críptico que la historia se llenó de ruido y humo, y al final nada se entiende.
Ahí es donde el lector cero —aficionado o profesional— se vuelve fundamental. Su devolución te dará una noción real de:
Qué funciona.
Qué no.
Qué confunde.
Qué está mal planteado.
Insisto: el lector cero es necesario.
No todos los lectores cero leen igual
También es importante entender que no todos los lectores cero son iguales. No lee de la misma manera un periodista que un médico. No porque uno lea más que otro —un médico puede haber leído cientos de libros durante su carrera—, sino porque la forma de lectura es distinta.
Influye la profesión, la personalidad y, sobre todo, el tipo de lecturas habituales. No es recomendable que tu novela de misterio la lea alguien que consume casi exclusivamente romance o erotismo. Del mismo modo, una ficción histórica difícilmente reciba la mejor devolución de un lector que solo lee ciencia ficción dura.
Un lector puede disfrutar de muchos géneros, claro, pero procura que tu lector cero sea lector del género que tú estás escribiendo. Eso marcará una diferencia enorme en la calidad de la devolución.
Conocimiento, técnica y verosimilitud
Otro punto fundamental tiene que ver con las técnicas, verdades y conocimientos. No hablo de narrar en primera, segunda o tercera persona, sino de los temas concretos en los que te adentras: procedimientos policiales, operaciones quirúrgicas, leyes, oficios, ciudades o países.
No todos somos médicos, abogados, policías o cocineros. Tampoco hemos viajado por todo el mundo. Muchas veces nos basamos en búsquedas rápidas, referencias ajenas o en lo que “creemos” que es correcto. Sin embargo, esos detalles técnicos son los que sostienen la verosimilitud de una obra.
Un error en este punto puede hacer que alguien con más conocimiento sobre el tema tire abajo toda tu historia.
Puedo darte un ejemplo personal. En una obra describí que un personaje tenía 24 horas para llegar desde México hasta el puente Golden Gate, en San Francisco. Al principio lo dejé así, pero luego decidí cuestionarlo: ¿realmente existe algún punto de México desde el cual eso sea posible?
Al investigar recorridos y mapas, descubrí que desde Chihuahua —una de las zonas más cercanas a Estados Unidos— hasta el Golden Gate se tarda aproximadamente 23 horas en auto. Era verosímil, pero estuve a nada de cometer un error grave. Eso me obligó a ubicar al personaje en una zona específica, cuando inicialmente solo había dicho que estaba en México.
Quizás pienses: “¿Es tan importante? ¿Quién lo va a notar?”. Imagina que un lector curioso lo googlea y descubre que no es cierto. Pierdes credibilidad.
Aunque la historia trate sobre dioses de la muerte o elementos fantásticos, si usas países reales y no creas tu propio universo, los datos deben ser correctos. Estos errores se nos escapan, y justamente ahí el lector cero puede señalarlos antes de la publicación.
Cómo recibir una crítica (y sobrevivir al intento)
Como mencioné en otra entrada sobre reseñas, es importante que tu lector cero te ofrezca una crítica real, no un simple “me gustó” o “está buena”. De eso ya he hablado antes, pero vale reforzarlo.
Tan importante como recibir la crítica es saber escucharla. No te cierres ni intentes justificar cada decisión: por qué un personaje es antipático, por qué alguien se enamora, por qué algo ocurre de determinada forma. No le expliques la obra al lector cero: recibe su devolución.
Eso no significa que debas cambiar radicalmente tu historia porque una persona diga “este personaje no me gusta”. Por eso recomiendo tener al menos tres o cuatro lectores cero. No es fácil conseguirlos cuando uno empieza como autor independiente, pero es fundamental.
Toma nota, compara opiniones y detecta patrones. Muchas veces, comentarios que parecen menores aportan muchísimo más de lo que crees.
La frescura que el autor ya perdió
Por último, algo clave: cuando escribes una obra, la relees muchas veces. Quince, veinte, treinta… o más. Es muy fácil cometer errores, porque ningún corrector automático es perfecto y, a veces, incluso juega en contra.
Además, llega un punto en el que te aburres de tu propio texto. Lo conoces de memoria, sabes qué viene después, no hay sorpresa. El lector cero, en cambio, llega con una frescura que tú ya no tienes.
Tuve el honor de ser lector cero de la novela fantástica 8 Santos, cuya autora, Sonia Pericich, confió en mí para esa tarea. Ella había leído su obra tantas veces que perdió la cuenta; calcula que al menos unas cuarenta. Al no encontrar errores, necesitó otra mirada.
En apenas tres lecturas, encontré detalles vinculados justamente a la perspectiva y la visualización. Ajustes pequeños que, una vez corregidos, dieron como resultado la satisfacción de ambos: la de ella como autora y la mía como lector.
Si quieres saber más sobre esta historia, puedes leer mi reseña completa en el enlace correspondiente.
En resumen: escribir es crear, pero también es contrastar. Y en ese camino, el lector cero no es un lujo: es una herramienta imprescindible.