DOÑA ROSA Y LA SANTA MUERTE
El hogar se convirtió en un silencio tenso. Las risas y las alegrías desaparecieron por completo. Mi padre trataba de estar alerta a los robos, pero no era algo fácil. Cada cierto día, nos faltaba más maíz, y a veces encontrábamos algunas plantas destruidas. Parecía maldad. De mi parte, solo pensaba en mudarme a otra ciudad y probar suerte, porque ya nos veíamos a todos en la calle. Desconsolada, rezaba todos los días rogando por un milagro. Mi familia era muy católica, renegaban de La Santa Muerte, pero varios de mis conocidos que eran devotos a ella presumían sus hazañas. Le tenía mucho respeto, pero no me imaginaba pidiéndole algo. Cuando el tiempo fue pasando y la situación se volvió cada vez más extrema, no me quedó más que recurrir a ella. Llegué a un pequeño altar, Humilde, pero hecho con cariño...