Hubo un día que llegué de realizar las compras. Le conté sobre las cosas que compré y la cena que tenía pensado en la noche, pero me respondió mal. Como si lo que le dijera fuera un error.
—¿Por qué me hablas así? —dije.
Comencé a llorar, ya no lo soportaba.
Ramiro me observó a los ojos con una expresión colérica. De pronto, de un león pasó a ser gatito.
—No sé —dijo.
Ramiro me abrazó pidiendo perdón, dijo que no sabía por qué estaba tan enojado conmigo. Con calma, usé las mejores palabras que pude para hacerle entender que solo quería lo mejor para él, pero que en cada ocasión que abría la boca recibía una agresión de su parte. Nunca fue así conmigo, y nunca fue así con nadie.
—¿Qué es lo que te molesta de mí? —pregunté.
—No sé. A veces siento que quiero salir corriendo, pero no sé por qué —dijo mi esposo.
Terminamos con una tarde algo extraña. Ninguno se atrevía a decir palabra alguna. Fue un silencio realmente incómodo. Al otro día
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