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Destino inesperado

Las sorpresas se esconden en lo más común de la vida


Siempre era lo mismo en mi casa, una serie de discusiones entre mis padres quienes competían por quien gritaba más fuerte. Mi madre que reventaba cualquier tímpano con ese chillido agudo y mi padre que gritaba como si estuviera en el estadio, le roncaba la garganta con alma y fuerza. Yo ya dejé de prestarles atención, de niño observaba con llanto como peleaban con temor a que se separen, tenía más de un amigo en la escuela con padres separados y no quería eso para mí. Sinceramente hace unos años que le resto importancia alguna, con veinte años de edad uno tiene las cosa más claras. Además, mi padre casi nunca está, se va el lunes en la mañana al otro lado de la frontera del lado de Brasil, trabaja como gerente en una empresa de transporte y a veces pasa en Brasil como a veces en Uruguay, en ocasiones vuelve un jueves o un viernes, si tiene ganas de venir. Ya me di cuenta de que si discute con mi madre antes de irse directamente se queda en el otro país. Yo hago la mía, tengo mi trabajito aquí en el Chuy, soy reponedor de un supermercado. No es que se gane mucho, pero me hacen descuentos en las compras así que le doy un surtido a mi madre y queda feliz. El resto es para mí, para mi moto, alguna ropa cada tanto, salidas los fines de semana, y algún que otro porrito en la plaza. Si alguien me veía fumando mariguana la verdad que nunca me interesó, y jamás me interesará.

Un sábado como cualquier otro, mi padre había llegado al medio día a casa, tiró la maleta a un costado del sofá sin detenerse en viaje a la heladera, sacó una lata de cerveza, se quitó la corbata con una mano para tirarla sobre el sofá y sentó a mirar el partido. Pasé por su lado y me saludó un frío “hijo”, y sin mirarle le contesté con un indiferente “pa”. Mi madre vino a hablarme, me dio la sensación de que estaban muy peleados porque insistía en buscarme tema, seguramente no quería hablarle y se distraía conmigo. Yo simplemente contestaba con monosílabos vacíos, no tenía ningún interés en solucionar un matrimonio roto, solo esperaba que mi hermano volviera de Montevideo a fin de año, así alquilamos algo juntos. No es que me vaya mejor con él, pero me tienen arto, si es por mí no los vería más. Cuando se acercó la noche tomé un baño y me puse ropa de salir. Un vaquero localizado, unos championes Nike, y una remera blanca manga corta ajustada que me lucía bien porque resaltaban mis músculos, por arriba de la remera una camisa de salir azul que llevaba sin abrochar.  Me puse perfume y directo para el baile. Me junté con Luis, un tipo que es un chiste, ese amigo que no para de reír; y Damián, el típico hipster de moda con su candado y el sombrero antiguo al estilo Watson que se usa ahora. Nos fuimos a Almodosbar, un lugar donde van tanto uruguayos como brasileros. Siempre me ocasionaron morbo las brasileras, las comparaba con las uruguayas y notaba que tenían otro encanto, otra gracia, eran más alegres y fiesteras, y claro que generalmente todas eran más corpulentas. El baile era muy agradable, aunque sinceramente iba más por las brasileras que por otra cosa, solo escuchar ese acento melódico bastaba como para ponerme como una fiera. Sonaban una mezcla de canciones de los dos países, algún rock nacional o cumbia, y cada tanto alguna marcha brasilera o alguna salsa. Luego de una hora, Damián me señaló su descubrimiento, tres chicas en la barra. Nos miramos y los supimos, una para cada uno. Como el trío de buitres que somos nos fuimos uno a cada una. Había una muchacha mulatona de gruesos labios y cabello enrulado, usaba un vestido largo de verano marrón con diseño de flores, ella era para Luis, ya tenemos claro que les gustan mulatas. Damián se fue a la otra chica de cabello negro, usaba una musculosa negra muy discreta y esos lentes de armazón grueso y lentes enormes, era para él por su perfil culto, ya me los imaginaba hablando de libros, poesía y esas cosas. Yo me quedé con la otra, y no por descarte, me tocó una rubia de ensueños. Usaba un short de jean azul bien cortito que permitían lucir sus buenas piernas. Una musculosa blanca con algunas lentejuelas, usaba maquillaje discreto y unas chatitas cómodas, cuando nos vimos a los ojos quedé embobecido. Tenía unos ojos verdes que le jugaban con el tono de piel trigueña que me pusieron como loco. Su rostro era delicado, sus labios carnosos invitaban al deseo, mientras ella me miró, recogió su cabello a un lado, bajó la mirada con vergüenza, pero me la devolvió al instante con una sutil sonrisa. Evidentemente le gusté. Luis empezó como siempre, con uno de sus chistes estúpidos, que no son graciosos, pero terminaba haciéndote reír por la vergüenza. Damián se acercó con su típico sigilo gatuno, siempre buscando algún tema de cultura, le faltaba traer el libro de Cortázar bajo el brazo para resaltar su “intelectualidad y cultura”. Para mi sorpresa, el bombón que me tocó comenzó a hablar con ese acento portuñol que tanto me provoca. Mejor dicho, hablaba muy fluidamente el español, pero el acento no lo podía ocultar y eso me encantaba. Cada tanto hablaba con sus amigas en portugués y en voz baja, seguro se secretaban sobre nosotros. Finalmente, me quedé con la rubia, Melina me dijo que era su nombre. La saqué a bailar luego de un trago, no conversamos mucho, solo lo rutinario para entablar sociales. Acerqué mis labios a su oído en un momento y la invité a salir a tomar aire. Ella observó a sus amigas, la mulata a las risas con Luis y la otra chica no paraba de hablar con Damián. Nos miramos y entendimos que estaban pasándola bien, y sin sentirnos mal por dejarlos solos nos fuimos. Ya eran las tres de la mañana, estábamos en la parada del bus besándonos con una lujuria que no sabría describir, aquella joven era como el néctar más dulce que podría haber probado nunca, estaba cumpliendo la fantasía de saciar mis deseos con una brasilera. Nuestras manos travesías empezaron a circular por nuestros cuerpos tanto como podían, hasta que en un momento recapacité. No daba para seguir con esto en simples besos, teníamos que hacerlo, así que sin importarme el riesgo la llevé a mi casa. Me temblaban las piernas, y no era por ella, era por si mis padres me descubrían. Sabía que mi madre dormía como un tronco por esas pastillas para dormir que toma, y mi padre los sábados tiene la costumbre de irse de joda, en especial cuando discute con mi madre. La travesía era simple, abrir la puerta con normalidad, entrar a salón, y subir las escaleras sin ruido que gracias a Dios estaban forradas en moquet, luego unos metros a la izquierda y estaba mi cuarto. Le expliqué a ella con lujo de detalle como es la casa, la tomé de la mano y recorrimos el trayecto hasta mi cuarto. Cerrar la puerta de mi cuarto fue un clic, estaba ella ahí, tan hermosa y fogosa, me miró a los labios con deseo y volvimos a fundir nuestros labios. La llevé hasta mi cama, y el resto creo que ya es obvio. Terminamos cuando comenzó a salir el sol cerca de las cinco y media, ella se vistió para retirarse, juntos de la misma manera en como entramos nos dispusimos a salir, al bajar la escalera me di cuenta de que dejé las llaves en el cuarto. Fui hasta allí y volví en cuanto pude, pero con prudencia de no hacer ruido, ella me esperaba en la puerta, ni bien termino de bajar la escalera la puerta se abrió con brusquedad delante de Melina, quien quedó expuesta ante mi padre. La noté a ella petrificada, y a mi padre llegar tambaleándose de la borrachera. Temí que ella gritara, o que mi padre reaccionara mal por el susto. Ella lo recibió con un dudoso “papá”, y él tan alcoholizado le contestó con un seco “hija”. Melina me miró en silencio sepulcral, mientras sonreí por la gracia de mi padre y su borrachera. Salí con Melina y confirmé aquel dicho que dice “los borrachos no mienten”. Mi padre tiene doble vida, una en Uruguay y otra en Brasil, Melina es mi hermana.



Mal encuentro





Tiffany era una chica normal que vivía en el barrio Cordón, Montevideo, Uruguay. Tuvo la suerte de salir de licencia en medio de febrero, y si bien sus ingresos no permitían grandes vacaciones, ir a Buenos Aries a conocer no era algo lejos de su alcance. Abordó un Buquebus en la mañana del jueves, y llegó al mediodía siendo recibida por una prima. El encuentro fue, como se esperaban ambas, una charla de palabras cruzadas, unas tan rápidas como podían expresarlas. Llevaban diez años sin saber nada una de la otra, más que por breves mensajes de WhatsApp. Juntas fueron a la casa de su tía donde pasaron la tarde. En la noche, Tiffany paró a dormir en la casa de quien la recibió, pero apenas en la mañana, ambas ya estaban de pie para aprovechar el tiempo al máximo. Las horas fueron pasando, casi ni se percataron del paso del tiempo por lo emocionadas que estaban, para cuando dieron cuenta que el sol se había puesto. Era viernes, y tenían que disfrutarlo. Volvieron al departamento de la prima de Tiffany para arreglarse, se probaron toda la ropa que tenían, intercambiándose prendas una con la otra hasta dar en la tecla de cómo salir. Después de dos horas de intensa batalla con la moda, partieron rumbo a la zona bailable de la Costanera. Visualizaron distintos lugares desde fuera tratando de escoger el mejor, vieron uno, el cual las personas en la entrada se veían adecuadas a su estilo. Al entrar, los típicos oldies conquistaron sus oídos haciéndolas sentirse cómodas. Llegaron a la barra y entre mojito y mojito, el alcohol fue creando su efecto inhibidor. En dos horas las chicas hacían algo que creían que era bailar, pero era más un conjunto de pasos sin forma, con sonidos a risas ebrias. Entre canción y canción, dos muchachos se fijaron en ellas, a dúo fueron a buitrear ya de acuerdo con respecto a quien atacar. A Tiffany se le acercó un moreno de anchas espaldas, con la mandíbula cuadrada y una camisa abierta de tres botones que permitía ver una cadena de oro. De su prima se encargó el amigo del moreno, un rubio oxigenado al estilo alemán, con la piel tan blanca como muñeca de porcelana. Todo comenzó como lo predecible, entre baile y franeleo, algún trago más otra cosa. La temperatura aumentó entre los cuatro. Tiffany, si bien estaba ebria, sabía que esa no era su ciudad, era la mejor oportunidad de hacer algo de que lo se arrepentiría en el Uruguay. El fuego de la pasión brotó más y más entre Tiffany y el moreno, quien casi ni había consumido alcohol, o al menos no lo suficiente como para derrotarlo. Él con discreción la tomó de la mano para emprender viaje fuera del baile. Al salir, caminaron algunas calles y llegaron a un auto, un modesto Chevrolet Corsa, pero suficiente para lo que acontecería. Entraron en los asientos traseros, y entre besos y caricias fogosas, la acción comenzó, dentro del auto negro de vidrios polarizados y en la calle a oscuras. Tiffany estaba hecha una leona salvaje. Después de la previa de besos furiosos entre ambos se arrebataron partes de sus ropas, ni bien el moreno se abrió el cierre de su vaquero, ella no dudó en saborear el néctar. Comenzó a practicarle sexo oral fervientemente como si estuviera en un video porno, lo miraba a los ojos de a rato, mientras él disfrutaba como ella lo hacía. Cuando ella sintió el momento en que su miembro actuaría, lo retiró para recibir los fluidos en su rostro con una amplia sonrisa. El moreno, a pesar de haber finalizado, seguía con energías, así que la recostó sobre los asientos y la empotró con alma y energía.
A penas supo Tiffany como llegar el sábado en la mañana a lo de su prima. Tocó la puerta cerca de las 9:30, y tras una demora de siete minutos ella finalmente le abrió. Era difícil saber cuál de las dos tenía más ojeras o estaba más devastada. Tras una sonrisa cómplice, no fue necesario darse detalles para entender. Cada una a la cama, y recién a las 15:00 se levantaron, se contaron sus anécdotas, de cómo el moreno empotró a Tiffany y cómo el Alemán atendió a su prima. Sábado a la noche, las vacaciones terminaron, Tiffany partió en el Buquebus con un dolor de cabeza de los dioses, pero satisfecha del cambio de aire. Llegando el Domingo de madrugada, Montevideo, Tiffany tomó un taxi hacia su casa, y así terminaron las vacaciones.
Cuando se levantó en la mañana el dolor de cabeza continuaba, no era raro, ya no tenía 16 años como antes y las borracheras se sienten más a su edad. Limpió su casa y dejó todo pronto para comenzar sus obligaciones el lunes. Pero cuando terminó, fue directo al baño por un malestar que la tomó de sorpresa, estuvo un rato largo con fuertes vómitos. Tiffany fue a dormir después de un antiácido, se prometió no tomar tanto, pero cuando se levantó se percató de la verdad. No era necesariamente el alcohol lo que le pasó factura, tenía una gran alergia en su rostro, desde debajo del ojo derecho hasta el labio superior, jugando como un camino de hormigas, era conjunto de pequeños globos rojos e hinchados que le picaban y al rascarse más ardían, algunos segregaban un líquido extraño. En esas condiciones no iba a trabajar, así que partió en un taxi al hospital. Cuando se bajó del vehículo paró a vomitar en la calle, no sabía si era lo debilitada que la dejó la reseca o los nervios por la alergia, pero de ninguna manera se dejaría ver así ante sus conocidos. Entró a un médico de puerta que la revisó, pero él se apartó de ella, la miró con la seriedad de un juez tras resoplar. Había una mirada fría hacia ella que más nerviosa la ponía.

—Necesito que seas sincera conmigo —pidió atentamente el doctor.

—Sí, claro —contestó aterrada ella, pensando que le echaría culpa por drogas.

— ¿Tuviste relaciones sin cuidarte? —Insinuó él.
Lo blanco del rostro de Tiffany superaba la bata del doctor, sus labios jugaron del mismo color al instante, le había bajado la presión.

—Tranquila —dijo el doctor al posar la mano en su hombro —. Dime qué pasó.
Tiffany contó con detalle sus vacaciones en Buenos Aires, y cuando ella terminó, el doctor dio sentencia.

—Tienes parásitos en el rostro, que seguramente te los contagió la persona con la cual estuviste. Esos casos los reconozco muy bien, porque esos parásitos que tienes en el rostro y seguramente en tu interior, son pequeños gusanos casi imperceptibles a la vista que se encuentran en los cadáveres. Tuviste sexo con un necrófilo. Ahora necesito que hagas la denuncia para quitarte culpas legales, la necrofilia está penada, y vas a tener que demostrar que él te infectó y que no la practicaste.