Al otro día, Sofía me sorprendió con otra llamada. Se escuchaba más tranquila, pero su tono de voz era apagado. Me pidió por favor que la ayudara con su padre. Que estaba un poco mejor, pero de todas maneras se quedaba sin respirar en las noches y casi no podía dormir. Le expliqué que yo no tenía la culpa, pero ella no buscaba responsables sino soluciones. Solo quería bien a su padre. Le conté que recé a la niña blanca por él pidiendo por su bienestar, pero eso no sonó bien. Sofía comenzó a insultarme y a culparme de nuevo. Levanté la voz haciéndola callar, y le hice entender que...
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