—¿Quién te dio esa chaqueta? —preguntó el guardia.
—Dani —le respondí al voltear para señalarlo, pero ya no estaba.
—¿Qué Dani? —me dijo incrédulo.
La situación comenzó a incomodarme, pensé que me había visto caminar con él. Circulamos por una calle abierta por lo menos a quince metros desde que nos vio. Pero allí fue donde todo cobró sentido.
—Aquí no hay ningún Dani. Soy yo y otro compañero que no se llama así —dijo el guardia.
Sentí que me bajó la sangre, y el guardia me sujetó antes de desvanecerme. Me acompañó hasta una silla donde tomé asiento.
—Te pusiste pálida —dijo el guardia preocupado.
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