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Las consecuencias del acto

Algunas cosas no se pueden cambiar, solo superar y aceptar







Las consecuencias del acto

 

Me llamo Álvaro, soy un hombre de familia, como tú o como cualquiera. Nacido en el amor de un padre y una madre que me educaron y me criaron con amor. Mis padres se conocieron en secundaria, y al terminarla siguieron en contacto. Los años pasaron y el amor floreció entre ellos, y yo producto de él. Fui un accidente, un hermoso accidente decía mi madre, un accidente decía mi padre con humor, pero jamás se arrepintió de tener un hijo. A veces las consecuencias de un acto pueden traer resultados inesperados, y así me lo explicó mi padre, contándome en más de una ocasión, como fue que él, “germinó su semilla en mi madre”. No estaban arrepentidos, pero explicaron lo difícil que fue cuando no estaban preparados. Mi padre dejó sus estudios terciarios para ser contador, ya que necesitaba dinero, y eso lo logró con dos trabajos día a día. Cuando ya no fue necesario tener dos trabajos, se sentía viejo para retomar una carrera que dejó atrás. Siempre me dijeron, que no haga como ellos, que sea prudente. Tuve grabado eso en la frente, y gracias a ellos me recibí de abogado y comencé a trabajar a buen sueldo. Pero, siempre metemos la pata, y así la metí yo.

 Claudia, la chica que conocí en ese bar cuando me pasé de la cerveza que mi cuerpo tolera, la que me llevé a mi casa y con la que me quité todo el estrés de la semana, la que le gustaba sin condón, en especial para actos explícitos. Cometí la imprudencia que mi padre me advirtió, con carrera y estabilidad económica, pero en la mujer de peor vida que se me pudo ocurrir. ¿Qué iba a saber que era una drogadicta perdida? La mujer tenía un cuerpazo de novela para mi visión doble de alcohol, no tanto para mi visión de resaca del otro día, pero tampoco tenía quejas. En fin, ella recordó mi dirección, apareció 4 meses después, con la mano sobre su panza, y no era una hinchazón, pero sí mi culpa. Esa sensación de verla a los ojos fue eterna, su rostro cadavérico, los ojos rojos y los dientes amarillos que por suerte estaban todos a la vista, y la pierna adelantada como quien fuera una prostituta en la esquina. Me explicó que era mío y esperé que no, pero el análisis de ADN que exigí fue como si mi casa cayera en mi cabeza, iba a tener un hijo con una mujer de mala vida.

Caí desganado en la casa de mis padres, me leyeron la expresión de luto, pero quedaron en silencio esperando a que lo suelte, ellos me conocen y saben cómo tratarme. Suspiré y comencé con un “salí con mis compañeros de trabajo a tomar algo”, y luego la metida de pata, la metida de pata hasta la rodilla que ellos me advirtieron, la superé con medalla de oro. Mi padre estaba serio, se lo leía en esa sonrisa descendente, mi madre bajaba la mirada, miraba los adornos de a rato, la cocina, todo menos a mí.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó mi padre levantando las cejas.

—Y hacerme cargo, no tengo otra opción, voy a tener un hijo —contesté con obviedad.

Mi padre sonrió, mi madre dejó caer algunas lágrimas.

—Ese es mi hijo —gritó como si fuera un gol —. Marta, trae whisky para ambos.

—No —interrumpí —. Prometí no beber una gota de alcohol desde ese día.

Mi padre se puso serio, más bien incómodo consigo mismo. Luego sonrió y con un gesto a mi madre le negó el whisky.

—Cuando te hice en ese accidente estaba sobrio —dijo mi padre entre risas, y una palmada en mi espalda.

Luego de unos meses conocí al amor de mi vida, Lucia, el mejor accidente que pude tener. Dos visitas en la semana y me la llevaba los domingos, o algún día que la perra de la madre le servía y me obligaba a quedármela, y lo hacía con gusto. Así pasaron los años, ella tenía su cuarto en mi casa, sacó mis ojos verdes y el rubio de mi familia, era una perla que vivía en el pantano de su madre. Era una niña inteligente, decían las maestras en su escuela, educada y llena de alegría, La luz de mis ojos, lo daba todo por ella, pero un día todo se volvió gris. Una llamada a mi celular me destrozó el corazón, era la policía. Solo me preguntaron si era el padre de Lucia, y me pidieron que vaya a la comisaria con urgencia. Entre náuseas y sin saber qué pasó llegué, la noticia me dejó en shock. Lucia, con solamente 6 años, fue violada por un novio de su madre mientras ella estaba en un coma etílico. No sabía qué hacer, sabía quién era el hijo de puta que vivía con ella desde hace dos meses, los daños no solamente fueron psicológicos, también físicos por su pequeño cuerpo, pero de eso no quiero dar detalle.

—Lo voy a matar —le dije al oficial sin pensar en nada —. Lo quiero muerto al hijo de puta —grité.

—Cálmese —dijo el oficial Hernández, como si la situación fuera normal, quizás para él era algo que veía cada tanto, pero para mí usurparon el tesoro más sagrado.

— ¿Qué me calmé? —Le dije irritado tras empujarlo, aun así su gran tamaño ofreció buena resistencia.

—Caballero, no empeore las cosas, es importante que usted conserve el juicio como buen abogado que es.

— ¿Tienes hijos? —Grité muy cerca de su rostro.

—Por suerte, no —soltó sin expresión.

Lo sujeté de la camisa pronto para desahogarme con él, pero alguien puso una mano en mi espalda, para cuando me di cuenta mi pierna derecha venció por algo contundente con lo que me golpeó. Hernández dio voz de alto, y solo escuché mezcla de palabras y expresiones que la catarsis en mí no me permitió entender.

—Que lo arresten —ordenó Hernández.

Sin esposas, 2 oficiales me escoltaron a una celda compartida, sentí el chillido de la reja a mis espaldas, nunca había caído tan bajo. Cuando volteo los veo, 5 sujetos que parecían de la clase de la madre de mi hija, me clavaron los ojos en esa habitación de 5 por 5.

—Lindo traje —me señaló uno de manera sobradora, a la vez de que me di cuenta de que le faltaba el dedo menique y anular. Eso se lo hacen a los que deben dinero a mala gente, no creo que sea un accidente.

— ¿Qué hiciste? —Dijo un señor mayor sentado en un banco.

Había modulado como mi padre cuando conté mi accidente, su presencia y postura descompaginaba de los demás.

—Casi golpeo a un oficial —solté con la vista en el piso, recién había reaccionado a lo que había hecho.

—Casi —rio uno, como los demás lo acompañaron.

—Buen traje —continuó el señor mayor.

—Es abogado —intervino uno de baja estatura.

— ¿Cómo lo sabes? —Pregunté aterrado. Temía que en alguno de mis casos él me reconociera.

—Él está aquí por estafador —intervino el hombre mayor —, los reconoce solo con verlos, pero como eres idiota se lo confirmaste —continuó.

Me quedé en silencio esperando que hacían, fueron minutos eternos en intercambios de miradas en ese agujero del diablo.

—Siéntate —ordenó el hombre mayor al señalar a su lado del banco.

—No, gracias —dije serio y calmo.

—Que te sientes, dijo un moreno al empujarme de lado.

—He, basta —le señalé irritado —. No estoy de humor como para ninguno de ustedes —estaba que mataría a cada uno de ellos, todos se parecían a quien lastimó a mi hija.

—Oficial, todo está en orden —dijo el señor mayor hacia la puerta de la celda, donde estaba Hernández viendo lo que pasaba.

—No lo lastimen, es un hombre derrotado —dijo el oficial a la vez que se dio la vuelta y se marchó.

—Si te sientas, nadie te va a lastimar —me dijo el viejo —. Soy Jorge.

—Álvaro —respondí secamente.

—Acá manda Don Jorge —dijo el moreno cuando se recostó en la pared.

No me quedó otra opción, con los pasos lentos casi congelados, poco a poco tomé el lugar que me mandaron. Me quedé allí junto a al viejo Jorge, me sentía como la próxima chica del sitio. Después de 2 minutos Hernández abrió la celda, entró con una bandeja donde reposaba una pastaflora ya cortada. Los presos la recibieron con agrado mientras se repartían entre ellos. El moreno acercó la bandeja Jorge, y este tomó un trozo el cual comenzó a comer, cuando me di cuenta el moreno me presentó la bandeja a mí, serio esperaba a que tomara un pedazo.

—No, paso —dije tranquilo

— ¿No estás de humor para comer? —Preguntó Jorge con la boca llena.

—La verdad que no —dije mirando al suelo, el moreno retiró la bandeja.

—Aquí la gente no es mala, solo están pagando errores que cometieron —contó Jorge.

—Yo maté a una mujer por manejar ebrio —dijo el moreno —, me quedan 2 años.

—Giré varios cheques en blanco —dijo quién me acusó de ser abogado —. Pero jamás delaté a quienes se olvidaron de mí, varios de tus amigos con tu título, los reconozco solamente con verlos.

—No todos somos iguales —solté casi automáticamente, y me di cuenta tarde que tenía que callar mi maldita boca.

—Eso ya lo sé, el que me defendió y estaba por acusar al resto lo mataron —rio —. Un accidente —continuó al hacer el gesto de comillas con sus dedos.

—Fabio —dijo el moreno al señalar con su cabeza a uno obeso que se mantuvo callado.

—Una pelea, le rompí la rodilla a alguien sin querer y quedó sin trabajo. Tras una demanda aquí estoy.

—Dale, Fabián —soltó el moreno.

—Fabián —exigió Jorge tras su silencio

—Un exnovio robaba casas, vino a la mía cuando la policía lo buscaba y lo escondí, pagué por ser cómplice.

—No parecen tan malos —les dije a todos, olvidando por un momento en donde estaba.

—La gente comete errores cuando no piensa, usted es abogado y lo debería tener claro —contestó el moreno.

—Así que agrediste a la autoridad —intervino calmo Don Jorge, se parecía a mi padre con su calma manera de hablar.

—Estaba furioso, lo estoy —dije.

—Cuéntanos —pidió Jorge, mientras todos me observaron.

Quedé en un silencio perpetuo que pude apreciar que lo respetaron, aun así, esperaron y me dieron tiempo a hablar. Cuando me decidí a hacerlo, del solo hecho de intentar visualizar aquello que ocurrió hace poco, mi mandíbula comenzó a temblar por la angustia. Pero lo solté.

—La pareja de la madre de mi hija, la violó —fue lo que pude decir cuando caí en llantos.

Volvió el silencio, un silencio con mezcla a luto y respeto que no me imaginaba dentro de la celda, lo esperaba del idiota de Hernández.

— ¿Cuándo pasó? —Preguntó Don Jorge.

—Hace unas horas me llamaron y recién me lo dijeron aquí. Quiero matar a ese hijo de puta, quiero verlo sufrir por lo que le hizo a mi hija…

— ¿Y eso borrará su recuerdo? —Preguntó en forma de crítica el viejo Jorge.

—No, nada lo va a hacer —solté.

— ¿Cómo es su madre, cómo es tu relación con ella?

—La madre es una cualquiera con la que me acosté en una borrachera, la embaracé y bueno, me hice cargo. Pasé mi pensión, la visité cada vez que pude y siempre traté de estar con ella cuando podía, pero no estuve allí cuando pasó.

—Hombre, eres abogado —soltó el moreno —. Sabes lo que tienes que hacer.

— ¿Qué? —Pregunté irritado, mis emociones me decían venganza.

— ¿Dónde está la madre? —Preguntó el estafador.

—En un coma etílico.

—Pierdes el tiempo, conocí muchos abogados, puedes quitarle la patria potestad —agregó, y fue algo que no había pensado.

Fue un momento eterno para mí, estudié abogacía para ejercer las leyes, y olvidé que a pesar del estilo de vida de su madre, no podría tener a mi hija conmigo. Pero, ahora, con todo esto se la quitaría en nombre de la ley. Poco a poco mi carrera me obligó a reflexionar en todo lo que tenía que hacer, mi hija está viva, lastimada y herida, pero viva, y este evento la pondría bajo mi tutela.

—Yo… no lo había reflexionado —solté con una triste sonrisa.

—Míralos —señaló Don Jorge —. Todos y cada uno de nosotros que estamos en esta celda, pagamos nuestros errores, no somos malos, estamos en el infierno de los tontos.

El moreno rio de manera sobradora, creí que se burlaba de mí por cómo me miraba y se cruzaba de brazos.

—Dime —dijo el moreno —. Tú que eres alguien con un título, ¿sabes lo que le pasa a los violadores en la cárcel?

—Lo tengo más que claro —contesté calmo.

—Y sabiendo eso ibas a matarlo, para dejar a tu hija con una madre alcohólica y un padre en la cárcel, con un título de abogado, para limpiarse el culo luego de que te lo reboten —explicó el moreno.

Me dio vuelta la cabeza lo que dijo, iba a matarlo de una manera barbárica, para salvarlo de lo que le espera a una situación confirmada de quien fue el agresor.

—Supongo que me dejé llevar.

—Y trataste de atacar a un oficial que ve a personas como nosotros a diario —sonrió Don Jorge.

— ¿Por qué estás aquí? —Le pregunté de la nada. Tantas confesiones y el dueño del lugar no dijo lo que hizo.

El moreno se apartó, uno que no vi tosió, y Don Jorge se puso serio. Su rostro hostil estremeció cada uno de mis músculos, pero no me dejé intimidar, quería respuestas.

—Hace 20 años mi hermano se quedó sin trabajo y le ofrecí mi hogar. Mi esposa era una mujer de cátedra, fina, pendiente de lo que dirán los vecinos y su familia. Aun así me impuse y mi hermano quedó a mi resguardo hasta que solucionara su situación. Yo estaba todo el día fuera de casa por mi trabajo, y un día mi esposa me explica que su abuela murió y tenía que viajar. Ella se fue por varios días a otro país mientras mi hijo de 10 años se quedaba en casa con mi hermano. Yo llegaba en ese entonces agotado por la rutina, mi hermano se tomaba la delicadeza de cocinar y limpiar, yo preguntaba si estaba todo bien y ambos decían que sí, Pero un día, noté a mi hijo raro. Pensé que extrañaba a su madre y la noticia de luto lo dejó triste. Un jueves, antes de acostarme fui a la habitación de mi hijo, le pregunté si estaba bien. No lo estaba, aunque a su bisabuela la vio solo 2 veces, supuse que su muerte lo dejó mal, pero no. Tampoco la ausencia de su madre. Me contó con miedo que mi hermano salía de la ducha sin ropa, se sentaba así en el sofá, y le señalaba sus peludos genitales prometiéndole que a él le quedarían así. También explicó que lo sorprendió a su tío que lo espiaba cuando se bañaba. No llegó a nada, pero mi hijo tenía miedo, y yo siempre fuera de casa. Me di vacaciones, compré una botella de whisky importado y se la di a mi hermano, la bebió casi toda. Cuando estaba a punto lo llevé al sótano con una excusa estúpida. Allí lo golpeé en la cara, cayó sin poder levantarse por su estado etílico y lo amarré en una silla. Fui a la cocina, calenté en el fuego un cuchillo y corrí al sótano nuevamente, presenté el cuchillo delicadamente sobre su párpado, quemé su piel mientras le preguntaba que hacía con mi hijo cuando no había nadie, y solo gritaba. Le bajé los pantalones, corté sus testículos y los arrojé. Luego corté su pene y se lo puse en la boca. Después de que reaccioné a las consecuencias de mis actos, únicamente me quedaba disfrutarlo. Me quedé allí viéndolo como perdía la vida mientras se desangraba, hasta que murió.

 

Quedé helado con su relato, fue atroz lo que hizo, pero no lejos de lo que le haría.

— ¿Y tu hijo? —Pregunté sin titubear.

—No pensé en él, pensé en cómo me sentía yo, pero ya era tarde. Mi hijo escuchó los gritos y estaba en el living, cuando al fin salí, suspiré y le dije que mi hermano jamás haría daño a nadie. Llamé a la policía, a la loca de mi esposa, y aquí estoy.

—Lo siento —solo dije.

—Mi hijo lo sintió, se quedó sin padre, y su madre cuando le conté lo que hice con lujo de detalle se quitó la vida. Esa perra le importaba más su prestigio que otra cosa, sabiendo que yo no estaba se ausentó de su hijo.

— ¿Y cómo está él? —Pregunté al recordar a mi hija.

—Bien, ahora, aunque sufrió mucho. Si hubiera renunciado a una venganza sin sentido, él habría tenido a su padre y a su madre por más que sea una mujer superflua. Ahora ve a hacer las cosas bien —dijo Don Jorge.

Hernández me llamó antes de contestar algo, salí de la celda esperando atender mis responsabilidades como abogado al atacar a un oficial. Pasé a su despacho y firmé algunos papeles de denuncia.

—Es todo —dijo serio el oficial Hernández.

—Disculpe como lo traté, de verdad.

—Pudo ser peor —rio —. Supongo que hablaste con los muchachos.

— ¿Perdón?

—No cometas locuras, tiene una hija que cuidar.

Respiré hondo y salí, comencé mis trámites para quedarme con la tenencia de mi hija. Su madre tenía derecho a visitas que jamás usó, me fui con mis padres quienes cuidaban de ella cuando trabajaba. Costó explicarles toda la verdad, pero salimos adelante. Luego descubrí que Don Jorge era el padre del oficial Hernández, su hijo jamás lo abandonó en las dificultades, y agradezco a Hernández que me haya metido en esa celda, omitiera mi acto de manera legal y que cometa un error. Lo que pasó con la pareja de su madre es más que evidente. Hoy mi hija se recibió de Contadora, yo y sus abuelos lloramos de orgullo, y puedo agradecer que siempre estuve con ella. Cada acto tiene su consecuencia, una vez me equivoqué con fortuna al acostarme con su madre, pero no me equivoqué al no tomar venganza. Gracias Don Jorge.

  


El pacto con la muerte




Y allí estaba la muerte, caminando entre los humanos, sin que nadie se percate de su presencia. Era la parca, como todos conocen, de rostro esquelético, sin piel ni carne, con su túnica negra más que conocida, la cual a la altura de su estómago le jugaba de cinturón una cuerda común y corriente, donde del centro un extremo predominaba y colgaba un reloj de arena. Su capucha cubría su cabeza, o mejor dicha calavera, sin dejar ocultar su rostro, sus huecos ojos, su mandíbula y dientes al desnudo, como el tono gris apagado de todos sus huesos. Sus manos flacas y huesudas, en una de ellas se veía la guadaña que la caracteriza, y en su otra mano un pergamino, el cual al abrirlo, se extendía al suelo, continuando su trayecto como una alfombra infinita que no terminaba más. Allí estaba en orden los nombres de quienes iría a visitar, para pasar raya a su vida. La muerte paseó, pero esa ciudad que nadie conoce, se deslizaba por el suelo, ya que sus pies no se veían cubiertos por su túnica, y la manera en que su altura nunca cambiaba lo confirmaba más aún. Observó a un hombre mayor de bigote, cuya panza no le permitiría a sí mismo observar sus propios pies, serio esperando el semáforo, para cruzar la calle, de un fino traje y maletín que daba a entender que era algún empresario o ejecutivo, quizás. De pronto el señor miró su reloj, y de un momento a otro se suspendió de toda realidad, todo era negro, hasta que una cortina de niebla fue viajando por el suelo hasta sus pies, y vio a la muerte a su frente.

— ¿Quién eres? —Preguntó serio aquel señor, al engrandecerse sus ojos, e inflar su pecho como un sapo en señal de guardia.

—Soy la muerte —dijo la muerte. Su voz era escalofriante, tenía un tono que predominaba, parecía un locutor de radio, con voz de seductor y grave, pero se repetía otra más resonante y áspera en ella, que le repetía sus palabras en una pequeña fracción de segundo, esa segunda voz jugaba como su propio eco.

— ¿Y qué quieres? —Preguntó el hombre apagado como su mirada.

—No necesito decírtelo, es más que lógico, que mi presencia no es para venir a saludarte.

—Entonces me toca morir —afirmó el señor. Pero él no responder de la muerte, le hizo a sí mismo contestarse su propia pregunta. Y poco a poco la parca se acercó él, flotando entre la niebla, tomó su guadaña entre sus manos, y la atinó hacia atrás, pronto para ejecutarlo.

—NO… ESPERA —detuvo el señor —. No quiero morir —. Continuó más calmo.

—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte.

—Yo tengo una vida, una familia, un buen trabajo. Tengo asuntos pendientes, no quiero terminar mi vida aquí —Y la muerte, sin compasión y sin contestar, lo atacó con su guadaña, y justo antes de llegar el filo en su cuello, la pesadilla se desvaneció.

El hombre volvió a la realidad, a punto de cruzar la calle, pero un dolor en su pecho no le permitió caminar más. Su brazo izquierdo se durmió, y calló al piso agonizando. Mientras las personas alrededor lo asistían, la muerte lo observaba, y cuando dejó de respirar, ella se marchó.
La parca continuó con su viaje, entró en una facultad, observó a una joven rubia de no más de 25 años, con varias carpetas abrazadas tapando su pecho. Sus Rasgos eran delicados, sus curvas pronunciadas, y al bajar por unas escaleras el proceso se repitió. Ella se suspendió de la realidad como el hombre ya mencionado, dejó caer sus carpetas, impactada de lo que pasaba, y tras un agitar la vio a la muerte, acercarse a ella.

—No —gritó ella entre llantos —. Esto tiene que ser un sueño.

—Uno del que no despertarás —contestó la muerte.

—No por favor, no… no quiero morir —dijo ella moviendo su cabeza a un lado, dando algunos pasos hacia atrás. Aterrada intentó correr, pero al dar la vuelta, la muerte también estaba allí.

—No importa que tanto corras, no hay lugar en donde esconderte de tu destino —dijo la muerte, hablaba sin mover su mandíbula huesuda.

—No quiero morir —dijo ella llorando, cayendo de rodillas mientras sujetó su cabeza con ambas manos, no aceptaba la situación. Y la muerte tomó su guadaña, atinó hacia atrás, y antes de ejecutarla, se quedó unos segundos inmóvil.

—Dame un motivo para vivir —dijo la muerte como a su anterior víctima, y lo hacía con todas.

—No quiero morir —solo dijo ella con sus ojos enrojecidos. Y la guadaña viajó hasta su cuello, y antes de su filo tocar su fina piel pálida, ella volvió a la realidad, como si nada hubiera pasado, como si nada recordara. Tras un paso en falso resbaló en un escalón, rodó sobre la escalera, y mientras dos personas se acercaron a ella, la vieron desmayada allí.

—Ve a pedir una ambulancia —dijo uno a otro, y el segundo tras salir corriendo se acercó a donde la muerte estaba parada, pero no la vio, y la traspasó como el espectro que era.

La muerte siguió su camino, estaba nuevamente en la calle, y vio a un joven de campera negra y pantalón de igual color, ya a mitad de camino cruzando la luz verde a pie. Él era de aspecto caucásico, de pómulos marcados, más su piel pálida y cabello ennegrecido, le daba cierto tono oscuro. Caminaba con toda la tranquilidad del mundo, y con sus ojos serenos, pero firmes, casi ni parpadeaba y si lo hacía, no se notaba. Allí él como a los demás fue suspendido de toda realidad, detuvo su paso, pero sin nervio alguno, bajó la mirada para presenciar la niebla que tapó sus pies, enarcó una ceja sin entender lo que sucedía, pero no demostró asombro alguno. Luego levantó la mirada a su frente, ambos se miraron uno al otro, una pausa algo incómoda, cerca de dos minutos hubo allí.

— ¿No vas a decir nada? —Preguntó la muerte con normalidad.

—Eres la muerte, no hay otra opción —contestó el joven con simpleza. No estaba claro si es que no tenía miedo a morir, o era lo que quería. Ese muchacho era tan frío que no se podía delatar sentimiento alguno, solo una extraña y calma frialdad, igual a la muerte a su frente.

—Llegó tu hora humana, hoy es el día de tu ejecución —anunció la muerte, presentando sus manos en su guadaña al atinarla hacia atrás.

—Me lo suponía, no creo que vengas a saludarme o a contarme un chiste —dijo sarcástico el joven. La muerte quedó sorprendida, si bien no tenía piel en su rostro para demostrar gesto alguno, la pausa en que permaneció con su guadaña sin moverla lo predijo. Y tras otro minuto de silencio incómodo, la muerte decidió hablar.

—Dime un motivo para vivir —dijo al fin la muerte.

—Dime un motivo para morir —contestó al instante el joven, sereno como si fuera un encuentro normal. La parca bajó su guadaña, no encontró respuesta para un humano, que reaccionó de tal manera común.

—En todos estos milenios, nadie me ha dicho algo así —dijo la muerte, calma y serena para hablar, igual que el joven a su frente.

—No sé si sentirme halagado o excéntrico, pero si tú me pides a mí un motivo para vivir, yo te pido un motivo para morir —dijo el joven, quien no cambiaba el tono de su voz, hasta se dudaría si era un robot o un ser humano, por la frialdad de sus respuestas automatizadas.

—Eres la primera persona, a la que no tengo que contestarle, postergaré esta visita para otro momento

—dijo la muerte, le perdonó la vida.

—Tomate tu tiempo —dijo el joven como si nada, ni agresivo, ni agradecido.

—A todos les llega su hora, desde que nacen comienzan a morir, yo solo doy fecha final, solo un número de años a contar.

—Lo tengo claro, pero no te preocupes. No huiré de ti, será perder el tiempo, algún día me tendrás que venir a visitar.

—Ese día llegará, hasta la próxima vez, humano —dijo la muerte, y se marchó. Para eso el joven volvió a la realidad, estaba en medio de cruzar la calle, y justo al volver volteó su rostro a un lado, tenía a un auto a punto de arrollarlo, que por milagro reaccionó, y en un trote ágil lo esquivó, aunque el espejo retrovisor golpeó y rompió en su brazo. No se llevó de ninguna herida letal. El conductor se vio impactado, estaba hablando por teléfono y distraído, no vio la luz roja que casi lo mata. No estaba claro si la muerte le salvó la vida, o simplemente decidió no matarlo.


— ¿Estás bien? —Preguntó el conductor al joven, exaltado y agitado.

—No debería hablar por teléfono mientras maneja —contestó calmo el joven, se dio la vuelta y continuó su camino, como si tal evento fuera del día a día.

Pasaron 80 años, la muerte siguió con su responsabilidad, y tras miles y miles de ejecuciones, jamás encontró a otra persona que contestara como aquel joven. Todas sus víctimas, si no suplicaban o rogaban por su vida, quedaban atónitas sin reacción posible, más algún que otro psicópata, que la recibió con agrado, esperando morir, pero ello no era motivo para perdonarle la vida a nadie. Ejecutó personas sin discriminación, edad, sexo, posición social, estado de salud, planes a futuro o no, los ejecutó sin remedio. Un día la muerte se fue hasta la camilla de un hospital, y lo vio a un anciano demacrado con equipo de respiración, ese hombre tenía más de 100 años de edad. En un momento toda realidad se desvaneció para él, como a los demás la muerte se le presentó, pero el viejo estaba de pie a su frente.

—Te tardaste mucho —dijo el anciano —. Pensé que te habías olvidado de mí —. Continuó con calma, ese anciano era el joven que una vez perdonó su vida.

—Hace mucho tiempo que no te veo, estás muy cambiado, pero de todas maneras sé quién eres —dijo la muerte.

—No te he visto desde aquella vez hace 80 años, pero sé que tú lo has hecho.

— ¿Y cómo lo sabes? —Preguntó la muerte, con un variante en su voz, que si tuviera labios diría que sonrió al decirlo.

—Fui testigo de la muerte de todos mis hijos y mis nietos, hasta de algún bisnieto, no te he visto, pero sé que te has presentado a ellos como a mí aquel día.

—Y siempre te vi tan calmo y sereno, como en el día en que te conocí.

—Yo estoy muy cambiado, me parece que estás delgado, pero en fin eres puro hueso —dijo con algo de gracia el viejo.

—Un día ejecuté a un ladrón, y me sorprendió su respuesta. Cuando le pedí un motivo para vivir, me preguntó si yo era aquel hombre que asaltó hace días atrás, me explicó que nunca temió ni se sorprendió al verlo, y se asustó de su frialdad y serenidad —contó la muerte.

—Un sujeto de barba desarreglada si no me equivoco, de ojos claros y consumido por la droga —apreció el anciano.

—Ese mismo —afirmó la muerte.

—Se asustó al verme, pero en fin, sé que vino a robarme ese día. Fue hace 50 años más o menos, si no te temí a ti, no tenía motivo para temerle a él, más aún si no te has hecho presente.

—Me confundió contigo humano, pensó que tú eras la muerte.

— ¿Le has perdonado la vida a alguien más? —Preguntó el viejo.

—A nadie, has sido la segunda persona que conocí, que deja sin respuesta a la muerte.

—¿Y quién ha sido la primera?

—Ese he sido yo milenios atrás, y tras ello, a la hora de morir me convertí en lo que soy.

—Entonces me convertiré en la muerte —concluyó el viejo.

— ¿Qué has hecho de tu vida? —Preguntó la muerte.

—No mucho, comí cuando tuve hambre, bebí cuando tuve sed, dormí cuando tuve sueño. Los médicos han dicho que he vivido hasta ahora debido a mi sano corazón, mis latidos siempre han sido calmos, sin sobresaltos algunos, y por ello mi larga vida, aunque pensé que te habías olvidado de mí.

—Jamás me olvidé de ti, solo esperé a que te llegue la hora, y fue tu temple como la mía, la que te ha dado tantos años de vida, pero todo cuerpo envejece, ni yo mismo puedo retrasar tu muerte ahora.

—Entonces a lo tuyo —solo dijo el anciano. Y la muerte atinó su guadaña, dio el golpe, y al llegar el filo a su cuello, rebanó su cabeza cayendo al suelo, mientras su cuerpo en su camilla dejó de latir. La muerte lo vio a él allí, como murió después de tanto tiempo, pero detrás de ella estaba el viejo, su alma seguía allí.

—Así que esto es lo que viene después de la vida —dijo el viejo.

—No exactamente, como yo hay otros, somos pocos, pero mantenemos el equilibrio en el mundo ejecutando a los humanos. Cada vez hay más en el mundo, y si bien somos seres atemporales, se nos hace algo arduo eliminar a la larga lista que cada uno posee. Como yo un día me convertí en lo que soy, hoy tú ocuparas la misma posición que cumplo yo. Cumplirás tu papel, como la muerte.

— ¿Alguna recomendación? —Solo preguntó el viejo.

—No tengo nada que decirte, eres igual a mí a lo que era en vida, sabrás qué hacer,  estoy seguro de que tomarás las mismas decisiones que yo, tu única diferencia será tu lista, solo los  nombres que verás anotados.

—Bien, pero esta no será mi forma, me imagino —dijo el viejo, y poco a poco cuando la muerte presentó su dedo huesudo en su frente, su cuerpo astral se prendió en fuego fatuo, un fuego azulado que consumió lo que era su carne y piel fantasmal. Y tras quedar hecho huesos, poco a poco apareció sobre él la misma túnica de quien le dio el título de la muerte, más otro reloj de arena, una guadaña, y una lista de sus ejecuciones.

—No tengo nada más que decirte, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo la muerte.

La novia de negro


La novia de negro



Había tenido una jornada laboral bastante extensa luego de una discusión con los socios de la compañía en la que trabajo. Las cosas no estaban yendo bien, y entre todos no parábamos de señalarnos los unos a los otros, haciéndonos responsables de los números negativos. Llegado un momento decidí dejar de discutir, los diálogos superpuestos de todos se perdieron en mis oídos, eran palabras mezcladas sin sentido, hasta que ni se distinguían las palabras. Quizás alguien más me habló, y si lo hizo, lo ignoré. Solo deseaba llegar a mi casa, recostarme en mi sofá y beber algo de whisky al calor de la estufa. Pero tenía un montón de papeleo que odiaba en el asiento del acompañante mientras manejaba esa noche en plena ruta. Todavía me dolía la cabeza, me punzaba a tal punto que sentía mi pulso en ella. Al menos la noche era hermosa, la ruta estaba vacía, solo yo manejando mientras un conjunto de estrellas y la luna llena eran lo único que se veía en el cielo. Poco a poco me iba relajando, hasta que a lo lejos los faroles delanteros de mi auto reflejaron algo en medio de la ruta. Una silueta femenina interrumpía mi paso, poco a poco aminoré la marcha para distinguirla mejor. Mi corazón comenzó a latir a mil al apreciar a una joven de vestido negro a lo lejos, con un velo cubriendo su rostro. Ni parpadeé esperando que esto sea una ilusión. No creo en fantasmas, pero la estaba viendo, una presencia oscura en medio de la noche. Tomé coraje y aceleré, pero, ¿si no lo era? No era normal ver una mujer de negro, pero no podía arriesgarme a la mínima posibilidad de atropellar y quizás quitarle la vida a alguien y tener que justificarme con un “temí que fuera un fantasma”. Clavé los frenos en contra de mi voluntad, quería seguir de largo, pero mi inocencia no me permitía hacerlo. Preferí en ese momento ser testigo de una aparición fantasmal y orinarme en mis pantalones, a tener que lamentar una tragedia. Ella a paso veloz se acercó a la ventana de mi auto mostrándome su rostro joven y perplejo, los nervios estaban dibujados en sus rasgos delicados, su piel blanca a través de un velo negro, los labios negros y finos, y su delicado maquillaje negro bajo sus ojos exageraban ojeras; si las tenía, sin ese maquillaje apostaba mi auto a que de verdad tenía. Bajé el vidrio, finalmente hablé con ella esperando lo peor.

— ¿Qué quieres? —pregunté secamente, con mis manos tiesas sobre el volante que no paraban de temblar.

—Lo siento —dijo ella débilmente —. Sé que mi aspecto no es el mejor —continuó, y suspiré de alivio.

—Lamento ser tan cortante, es que tuve un mal día, y tu vestimenta en una noche como esta… ¿lo entiendes?

—Lo entiendo —asintió tras suspirar.

—Sube —le dije. Abrí la puerta del lado del acompañante y arrojé mis papeles en la parte de atrás para que pase.

Ella se sentó con timidez, con la mirada baja e incómoda como si fuera consciente de su apariencia de bruja. Usaba un vestido negro tenebroso, pero no feo, diría que muy bonito. Zapatillas negras de tacón bajo, guantes calados de color negro hasta los codos, todo en ella era negro, hasta el color de sus ojos como su labial y el resto del maquillaje. Humedeció sus labios demostrando incomodidad, hasta que me extendió su mano.

—Me llamo Marina —dijo ella.

Pero su mano quedó desnuda, temía tocarla. Observé su mano con atención, hasta que ella retiró su guante calado mostrando sus delicadas manos pequeñas de dedos delgados. Se le resaltaban el azul de sus venas, y las uñas, negras por supuesto.

—Perdón de nuevo —dijo ella, y al fin estreché su mano, sentí el frío de ella, me asustó, pero reflexioné sobre la temperatura de esa noche, era normal que estuviera así.

—No era que no quisiera saludarte —dije de tono grave y varonil, solo para evitar tartamudear, estuve a punto —. Es que una mujer de negro en la noche asusta —terminé de decir.

—Lo sé —sonrió ella de manera tímida —. Déjame explicarte. Mi novio y yo somos góticos, nos gusta vestir de negro y por ello como me ves. Mi familia no está muy de acuerdo al igual que la de mi novio pero lo respetan. Hoy íbamos a casarnos a media noche, pero mi auto sufrió una descompostura. Por favor, llévame —pidió de manera gentil.

—Bien, mujer, no te preocupes —asentí, con una sonrisa forzada, costaba asimilar la situación —. Dime dónde es.

—Por esta ruta son solo diez kilómetros, llevo caminando quince, estoy retrasada y temo que mi novio piense que me arrepentí a última hora —explicó ella.

Sus palabras fueron un puñal en mi corazón. Tragué saliva tras recordar como quedé cinco horas esperando en aquella boda, mi boda que nunca se celebró, porque ella nunca vino. Tenía que llevarla a toda costa.

— ¿Te molesta si manejo rápido? —pregunté decidido.

—Para nada. Es más, te lo pido por favor —rogó ella.

Arranqué el auto y marché en él como si fuera un auto de carreras, la adrenalina corría por mis venas, solo con la idea de evitar en su novio lo que a mí me sucedió en el pasado. Solo deseaba verlo allí, y decirle “tranquilo, aquí está”.

— ¿Entonces te casas de noche? —pregunté. ¡Qué pregunta la mía!

—La noche es parte de nosotros, no somos brujos ni satánicos como las personas nos tildan, somos góticos, es un estilo de vida —contó ella.

—Tranquila, mi sobrino tiene esas costumbres y es más bueno que el pan —sonreí para que entre en confianza.

—Gracias —dijo ella, y bajó la mirada.

Poco tiempo después observé una mansión inmaculada sobre la ruta, apenas el edificio se asomó a nuestra visual ella lo señaló. Parecía el castillo del conde Drácula, ¿pero qué más podía esperar? Paré el auto y toqué bocina a varias personas, esperaba los gritos de asombro de las mujeres y el festejo de los hombres, pero nada. Todos me observaron con recelo, como el desconocido que soy. Bajé de mi auto y me acerqué al más próximo, pero cuando me di cuenta, Marina estaba detrás de mí. Me jaló de la muñeca de mi traje para llamarme, me mató su mirada de perro mojado. Bueno, quien sabe si el novio todavía estaba, y esto necesitaba explicaciones.

—Vamos, dile que estás aquí —le dije a ella en voz baja.

—Ellos no me importan —susurró ella, enrolló su brazo con el mío como si fuera el padrino, mientras yo alerta me percaté de cómo me gané las miradas estupefactas de todos. Lo que faltaba, ahora tengo la imagen del amante que evitó la boda. Esto necesitaba una estresante justificación.
Ella me llevó al interior de la mansión, todo parecía ser el montaje para una película de terror con las decoraciones necróticas del lugar. Cuadros por todos lados con imágenes tétricas de personas que parecían más muertas que vivas, y estatuas de gárgolas en piedra. Enormes faroles iluminaban la gran sala continuada por una alfombra color purpura.

— ¿Dónde está tu novio? —Le pregunté a ella, pero se recostó sobre mi cuerpo como si quisiera esconderse de la visual de todos, esto no daba buena espina.

—Solo sígueme —dijo.

— ¿Pero dónde…?

—No hables —interrumpió, mientras escuchaba los murmullos, todos atónitos me observaban sin moverse.
“¿Quién es? ¿Qué hace aquí? ¿De dónde salió? ¿Qué mierda?” eran algunas de las preguntas en lo que pude descifrar de la mezcla de voces.

—Puedo explicarlo —dije en voz alta a la multitud.

—No hables, por favor —exigió ella entre dientes, mientras una lágrima negra que corrió su rímel se deslizó por su mejilla.

—Van a matarme si me ven así contigo —repliqué en voz alta.

—Está loco —dijo una señora mayor que me fulminó con la mirada.

—Por favor, no digas nada, solo sígueme —pidió ella.

Subimos por una enorme escalera del estilo antiguo que continuaba con la misma alfombra purpura. Al llegar al final, se vieron dos escaleras a los lados con la misma alfombra. Subimos por la de la derecha. Pero tres escalones antes de llegar, ella se detuvo. Se quitó el otro guante calado permitiendo ver un anillo con un enorme zafiro, lo que valdría esa joya. Para mi sorpresa se lo quitó, lo colocó en la palma de mi mano y la cerró con fuerza para que la guarde, sus manos a esta altura estaban cálidas.

—Quiero que se lo des a mi novio —dijo ella triste.

— ¿Vas a dejarlo aquí? —reproché irritado, por un momento vi en ella a la que sería mi esposa, sería

—. No puedes hacerle esto, menos usándome a mí.

—Por favor —dijo ella al tragar saliva —. Solo hazlo, hoy no pude casarme.

—Puedes hacerlo ahora —dije, pero ella no contestó. Me escoltó al final de la escalera, y entramos en un salón.

Allí lo vi a él, a un sujeto que no me costó entender que era su novio. Vestía de negro. ¡Qué sorpresa! Usaba un chaleco negro con tres botones color plata, una camisa negra con extraños bordes como si fueran gravados de color rojo. No tenía corbata, más bien una especie de corbatín extraño como del siglo 16 o 17, no sé bien. El caballero tenía la piel blanca como ella, con rasgos delicados, con su cabello negro atado con cola de caballo. Parecía más vampiro que humano, pero ya nada me sorprendió.

—Él es mi novio, Joaquín, ve a hablar con él —dijo ella, me empujó hacia delante llamando la atención de todos con mi trote para no caer. El me asesinó con la mirada, sus ojos enrojecidos no sé si eran de llanto o de ira al observarme, ni parpadeó al intercambiar miradas.

—Joaquín —llamé a él luego de suspirar.

—Soy yo —respondió con una voz muy grave.

—Espero no ser inoportuno, vine a tu boda —expresé calmo. Su silencio estremeció cada uno de mis músculos.

—No te conozco —soltó él.

—Lo sé, tranquilo, ahora puedes casarte —dije de sonrisa forzada, se notaba la falsedad en ella, pero en una situación como esta me costaba hacerlo.

— ¿Cómo? —preguntó incrédulo.

No pude evitar ver detrás de él un ataúd, y no me asustó, ya vi demasiado terror en esta noche tan extraña.

—Buen decorado —dije al señalar el ataúd. Buscaba alivianar la tensión.

— ¿Quién te invitó? —dijo él al levantar la voz.

—Nadie —dije.

— ¿Por qué viniste?

—Toma —le dije a él, le di el anillo con el zafiro que Marina me entregó. Él lo miró tan extrañamente que no pude descifrar su reacción. Observé detrás de mí, Marina no estaba.

—Oh por dios, se fue —dije fastidiado.

— ¿Quién se fue, y por qué tienes este anillo? —. Estuvo a punto de gritar de cómo lo dijo.

—Encontré a tu novia en el camino, me explicó que su auto se averió y le traje hasta aquí, solo que no se atrevió a hablarte. Quizás por el retraso no sabía cómo explicarlo, lo siento.

— ¿Me dices que Marina te dio el anillo? —preguntó más calmo.

—Si hombre, recién me lo dio. Solo tranquilízate, quizás si hablan puedan arreglarlo. Sabes, a mí me plantaron en mi boda, pero no tuve segunda oportunidad, tú la tienes, solo ve a buscarla.

—Ven conmigo —pidió él con la mirada sombría.

Me llevó al ataúd, mis lágrimas cayeron al ver a Marina dentro de él, con el mismo vestido con el que la vi poco tiempo atrás.

—Marina murió en un accidente en la ruta camino a nuestra boda, no sufrió daño, pero su corazón no soportó el susto —dijo él con la voz plana.

—Al darme vuelta la vi a ella, igual que en el ataúd pero con su rímel negro corrido. Saludó con su mano para desaparecer ante mis ojos.

—Gracias por el anillo —dijo él tras aparecer una línea de sangre desde su garganta, también desapareció él.

— ¿Con quién habla joven? —preguntó una mujer mayor.

—Con Joaquín, creo —contesté atónito.

—Joaquín es mi hijo, se suicidó al enterarse de la muerte de Marina —señaló ella detrás de mí, estaban colocando otro ataúd con Joaquín dentro.

Quiero estar contigo sea como sea






Quiero estar contigo porque este sentimiento hacia a ti es único y sin fronteras, porque cada vez que recuerdo tu rostro mi corazón se calma, porque cada vez que estudio la posibilidad de tenerte en mis brazos comienzo a transpirar como un animal. Aunque, esa belleza angelical de tu piel de porcelana con mínimo de maquillaje, el castaño de tu cabello que decae de tus hombros como una fresca cascada y el brillo de tus ojos que opaca a todas las demás mujeres, es demasiado para mí. Lo sé. Soy gordo, paso de los cien kilogramos, mis dientes son desalineados comparados con tu perfecta dentadura, Mi rostro es horrible, todo por la quemadura que sufrí de niño, que dejó desde mi boca hasta por encima del ojo ese efecto plastificado.
Siempre supe que jamás te fijarías en mí, pero siempre me dijeron que cuando alguien quiere algo tiene que luchar por ello.
Desde el día en que te conocí en aquella caja del banco, supe que eras para mí. Cuando me atendiste ese día, tu sonrisa fue sincera, no tuviste esa primera impresión de mí que tiene la gente cuando ve lo horrendo que soy. Tus ojos, serenos como un lago, me irradiaron confianza. Hice mi depósito y sonreíste con un encogimiento de hombros como el de una dulce niña.
Quedé perplejo contigo, me enamoré de ti a primera vista, sentí que contigo acabaría con esa ausencia de amor en mi vida. Nunca nadie me quiso. Mi padre murió cuando tenía un año y mi madre nunca cuidó de mí con cariño, fue por su imprudencia que tuve ese accidente con el agua hirviendo, aunque no sé qué tan accidente fue, por así decirlo.
Mi plan se había puesto en marcha: tenía que enamorarte, pero claro, siendo tan horrendo tendría que darlo todo. Flores y chocolates no serían suficientes, tenía que hacer algo tan glorioso que poco a poco encontraras algo en mí que no hayas encontrado en nadie más.
Mis años de soledad me permitieron esconderme detrás de libros y de mi computadora, por lo que mi mente se desarrolló bastante bien, casi era un nerd; en fin, toda esa experiencia daría frutos. Ana Rodríguez, lo vi en el carné que llevabas en tu voluminoso busto y nunca lo olvidé. Creé una cuenta en Facebook, usé fotos falsas de algún cantante que vi por allí y me apropié de su nombre. Claro, primero investigué un poco de él, tenía que demostrar sus gustos al realizar las publicaciones pertinentes. Lo hice con tacto.
Primero creé el perfil y solo subí tres fotos con su rostro. Luego, me encargué de tomar fotografías en plazas, obras de teatro, discotecas y la facultad en la que estudiabas. Nunca se vio a nadie en esas fotos, tenía que hacerlo bien. Antes de enviarte una solicitud de amistad, agregué a algunas amigas tuyas, claro, a esas que aceptan a cualquiera sin pensarlo dos veces para coleccionar amigos. Cuando ya teníamos ocho amigos en común, le di click en el botón “agregar amigos” de tu perfil de Facebook.
Al otro día, tú estabas allí, en el inicio de mi perfil falso.
Me mantuve por varios meses al tanto de todos tus movimientos, todos tus gustos y todas tus actividades. Agregué ciertas páginas que tú compartías, en especial esas de protección de animales y de un bar al que tú asistías; pero jamás me viste cuando estuve por allí, porque iba disfrazado y maquillado perfectamente, tan así que mi cicatriz no se veía. Nunca te percataste de mí. Era yo quien lo veía todo de ti.
Te reunías en ese bar todos los viernes a la salida de tu trabajo en el banco, salías a las 19:00 y 19:30 caías con tus amigas. Siempre fui prudente, me vestí de distintas maneras para que no me reconocieran allí, hasta llegué a usar zapatos muy discretos de plataforma para poder esconder mi verdadera altura; su anatomía precisa al hacerlos a mano no dejaba ver que eran de plataforma. Me doy maña cuando quiero aprender algo.
Había pasado un año mientras me perfeccioné en la computación, me volví un hacker de los mejores y sin que te percataras entré un día en tu Facebook. Leí todas tus conversaciones a diario, todas tus charlas con tu madre y tus amigas, hasta los mensajes de hombres invitándote a salir, los cuales nunca contestabas. Pero mi pulso se puso a mil cuando vi que un hombre, compañero tuyo del banco, te había enviado una solicitud y habían mantenido charlas hasta altas horas. Alan Black, el nombre al cual puse en la lista negra. Tuve que desviar mi plan hacia él, estabas muy interesada, bien lo leí en tus conversaciones de Facebook con dos de tus amigas. Lo supe siempre todo de ti y ahora lo haría con él.
El plan fue simple. Cuando ustedes dos estaban en el clímax de sus charlas y él te invitó a salir, solo tuve que hacer un par de movimientos en mi computadora. Conseguí pornografía infantil en formato digital y realicé grabaciones en unos CDs, hackeé su facebook y desde su identidad comencé a ofrecerlo de manera discreta a pocos contactos, los contactos de él, los cuales ya había hackeado de antemano y sabía que serían capaces de aceptarlos. Tomé cinco de sus contactos, los hackeé a todos y le escribí en nombre de ellos pidiendo de manera discreta el material. Elaboré conversaciones falsas de ambos lados manipulando el material ilícito. Luego, cuando sabía que él no estaba en su casa en la noche, entré en ella y dejé los CDs bajo su sillón. Estuvieron allí sin que él mismo lo supiera, hasta que mi denuncia anónima llegó a la policía.
Fue terrible verte sufrir cuando descubriste ese secreto creado por mí. Alan pasó de ser tu principe azul a un sucio cerdo de un día para el otro, despedido del banco y tras las rejas, y lo mejor, fuera de tu vida. Lloraste como nadie. Me dolió tener que hacerlo, pero yo quería estar contigo y haría todo lo que fuera necesario.
Luego, la siguiente parte del plan: mi entrada. Tenía que ser sigilosa, sin mayores sobresaltos, sentía que serías mía. Sabía de tus gustos musicales, lo sabía todo de ti, “Lo dejaría todo” de Chayanne era el tema que tanto te erizaba la piel, como lo vi en los chats con tus amigas. Fui a hacer el trámite en el banco aquel día, y en el momento de cobrar un cheque, justo cuando tú ibas a atenderme, mi celular sonó. Si bien era la alarma programada por mí, la canción era esa, “Lo dejaría todo”. Fingí que corté una llamada mientras el guardia de seguridad me fulminaba con la mirada, y me disculpé contigo. Recuerdo como se iluminó tu rostro al escuchar esa canción, tenía que demostrarte que teníamos algo en común aunque fuera falso. Ya me conocías del banco y ahora sabías que compartíamos un gusto por algo.
Un viernes fui a ese bar, pero mostrándome como soy en realidad, lo había hecho una hora antes de tu llegada y me senté en ese lugar que tú siempre ocupabas con tus amigas. A la hora calculada pagué, justo cuando tú llegaste, y fingí no notar tu presencia, pero un exquisito perfume de mujer me advirtió que te acercabas. Finalmente al levantarme, te acercaste a saludar, sacudiendo tu mano con elegancia mientras tus amigas me miraban como si fuese “una cosa”. Solo intercambié un “hola” contigo, pero tú te dispusiste a charlar.

—Tu eres del banco —me dijiste alegre. Eso salió mejor de lo que esperaba, no pensé llegar a tanto.

—Si, soy yo, qué coincidencia, comencé a venir a este lugar porque me resulta agradable —contesté con seriedad y una muy discreta sonrisa, sin mostrar demasiada confianza.

—Yo me llamo Ana, un gusto. —Y me cediste la mano.

Mi piel se derritió al contacto con la tuya, sentía que tocaba el cielo con las manos, placer de los dioses.

—Me tengo que ir, tengo que alimentar a mi perro —dije, y te pusiste más alegre.

—Ay... ¿En serio? Me encantan los animales —soltaste como una niña.

—Veo que tenemos algo en común. Nos vemos —dije para retirarme. No lo podía alargar más, tenía que ser sutil.

Sentí por lo bajo cómo una de tus amigas me dijo “ogro”, pero no me importó. Esa noche en la madrugada descifré quien había hecho ese comentario de mí al controlar tu Facebook. Una tal Laura bromeaba sobre mí, sobre el bicho feo y horrendo con quien fuiste gentil. Me puse feliz cuando me defendiste, alegando que era una buena persona, además de la coincidencia de la canción de Chayenne. Lo había hecho bien, recordaste ese momento que ayudaría a conquistarte.
Sobre Laura… Las amigas en una mujer son muy influyentes.
Otra vez te vi llorar, me dolía, lo veía en tu Facebook las noches que siguieron y en lo apagado de tu rostro cuando iba semana a semana a cobrar mis cheques. En mi tercera visita al banco, viéndote triste como las veces anteriores, te pregunté si te sentías bien mientras contabas el dinero. Brevemente me recordaste a esa Laura con la que nos cruzamos aquel día en el bar y me comentaste lo sucedido. Tengo que confesar que me costó demostrar sorpresa.
Todo estaba listo, solo necesitaba la puntada final. Ya me había ganado de alguna manera tu confianza, pero no podía crear un Facebook auténtico y simplemente enviarte solicitud... Tenía que ser glorioso, único, hacerte sentir que te protegía.
Mi plan era que te asaltaran un viernes camino al bar, y yo sería el héroe. Le había pagado a un vándalo una suma muy exagerada de dinero solo para que él, en el lugar que le indiqué, justo en esa esquina intentara robarte la cartera y yo lo detuviera, recuperándola y dejándolo huir después. Le di 5000 dólares en el momento de hablarlo y le daría otros 5000 si todo salía bien. Era perfecto, él te robaría, yo te salvaría, así podría invitarte al bar al ganarme tu confianza y allí hablarte de lo que sabía que te gustaba, ya que por un año estuve espiándote en secreto. Sabía todo de ti, de la mujer que se robó mi corazón.
El momento había llegado. Cuando desde la otra calle te vi llegando al bar, miré al sujeto, quien me devolvió la mirada con discreción. Asentimos a la vez, sabíamos lo que teníamos que hacer, lo habíamos practicado muchas veces. Tú caminabas usando tu celular, perdida de lo que pasaba a tu alrededor. El sujeto estaba cinco metros detrás de ti y yo otros cinco detrás de él. Me puse alerta, nada podía salir mal, era el momento de mi vida, sentía cómo la sangre viajaba por todo mi cuerpo más los nervios que me revolvían el estómago. Cuando él te tomó por sorpresa del brazo, te habló al oído, entonces volteaste y me miraste espantada, y te cubriste detrás de él. Enronces me di cuenta que algo no andaba bien.
El sujeto al que le había pagado se giró hacía mi sacando su arma, mientras otros dos me tomaron de los brazos por atrás.

—Estás arrestado —dijo al estar ya frente a mí.

Una vez en la cárcel descubrí mi gran error. Alan no era un funcionario del banco, era un oficial infiltrado investigando el origen de mis cheques semanales ya que no eran de origen legal. Cuando lo culpé de traficar pornografía infantil fingieron el arresto, todo había sido un plan elaborado de la policía. Me investigaban por girar cheques falsos y cuando realicé la farsa descubrieron mis habilidades informáticas. Lo supieron todo, menos del asesinato de Laura.
En fin, aquí estoy, amada mía, a punto de ser condenado a cadena perpetua. Todo está perdido, me convertí en lo peor que podías imaginar. Pero finalmente, como mi condena no podía ser peor, me deleité al confesar cómo yo mismo asesiné a Laura.