De pronto, algo jaló mi pantalón. Al darme vuelta veo a la niña a mis espaldas. Sus ojos blancos llamaron mi atención. Recién en ese momento de terror pude darme cuenta de la verdad. La niña estaba muerta. Al contemplarla con detalle noté sus labios pálidos al mismo tono que su piel de porcelana. El aire comenzó a sentir pesado a mi alrededor. Intenté realizar algún movimiento, pero mi cuerpo estaba petrificado. Incluso estaba incapacitado de hablar. Sin oportunidad de moverme, la niña no quitaba sus ojos de los míos. Yo estaba en pánico, recuerdo agitarme, pero cada uno de mis músculos estaban inmóviles. A penas podía respirar mientras la niña seguía ahí, fija como una estatua con su mirada penetrante. Ella observó mi mano donde tenía el oso de peluche. Me lo quitó y se fue detrás de mí...
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