Quiero estar contigo porque este sentimiento hacia a ti es único y sin fronteras, porque cada vez que recuerdo tu rostro mi corazón se calma, porque cada vez que estudio la posibilidad de tenerte en mis brazos comienzo a transpirar como un animal. Aunque, esa belleza angelical de tu piel de porcelana con mínimo de maquillaje, el castaño de tu cabello que decae de tus hombros como una fresca cascada y el brillo de tus ojos que opaca a todas las demás mujeres, es demasiado para mí. Lo sé. Soy gordo, paso de los cien kilogramos, mis dientes son desalineados comparados con tu perfecta dentadura, Mi rostro es horrible, todo por la quemadura que sufrí de niño, que dejó desde mi boca hasta por encima del ojo ese efecto plastificado.
Siempre supe que jamás te fijarías en mí, pero siempre me dijeron que cuando alguien quiere algo tiene que luchar por ello.
Desde el día en que te conocí en aquella caja del banco, supe que eras para mí. Cuando me atendiste ese día, tu sonrisa fue sincera, no tuviste esa primera impresión de mí que tiene la gente cuando ve lo horrendo que soy. Tus ojos, serenos como un lago, me irradiaron confianza. Hice mi depósito y sonreíste con un encogimiento de hombros como el de una dulce niña.
Quedé perplejo contigo, me enamoré de ti a primera vista, sentí que contigo acabaría con esa ausencia de amor en mi vida. Nunca nadie me quiso. Mi padre murió cuando tenía un año y mi madre nunca cuidó de mí con cariño, fue por su imprudencia que tuve ese accidente con el agua hirviendo, aunque no sé qué tan accidente fue, por así decirlo.
Mi plan se había puesto en marcha: tenía que enamorarte, pero claro, siendo tan horrendo tendría que darlo todo. Flores y chocolates no serían suficientes, tenía que hacer algo tan glorioso que poco a poco encontraras algo en mí que no hayas encontrado en nadie más.
Mis años de soledad me permitieron esconderme detrás de libros y de mi computadora, por lo que mi mente se desarrolló bastante bien, casi era un nerd; en fin, toda esa experiencia daría frutos. Ana Rodríguez, lo vi en el carné que llevabas en tu voluminoso busto y nunca lo olvidé. Creé una cuenta en Facebook, usé fotos falsas de algún cantante que vi por allí y me apropié de su nombre. Claro, primero investigué un poco de él, tenía que demostrar sus gustos al realizar las publicaciones pertinentes. Lo hice con tacto.
Primero creé el perfil y solo subí tres fotos con su rostro. Luego, me encargué de tomar fotografías en plazas, obras de teatro, discotecas y la facultad en la que estudiabas. Nunca se vio a nadie en esas fotos, tenía que hacerlo bien. Antes de enviarte una solicitud de amistad, agregué a algunas amigas tuyas, claro, a esas que aceptan a cualquiera sin pensarlo dos veces para coleccionar amigos. Cuando ya teníamos ocho amigos en común, le di click en el botón “agregar amigos” de tu perfil de Facebook.
Al otro día, tú estabas allí, en el inicio de mi perfil falso.
Me mantuve por varios meses al tanto de todos tus movimientos, todos tus gustos y todas tus actividades. Agregué ciertas páginas que tú compartías, en especial esas de protección de animales y de un bar al que tú asistías; pero jamás me viste cuando estuve por allí, porque iba disfrazado y maquillado perfectamente, tan así que mi cicatriz no se veía. Nunca te percataste de mí. Era yo quien lo veía todo de ti.
Te reunías en ese bar todos los viernes a la salida de tu trabajo en el banco, salías a las 19:00 y 19:30 caías con tus amigas. Siempre fui prudente, me vestí de distintas maneras para que no me reconocieran allí, hasta llegué a usar zapatos muy discretos de plataforma para poder esconder mi verdadera altura; su anatomía precisa al hacerlos a mano no dejaba ver que eran de plataforma. Me doy maña cuando quiero aprender algo.
Había pasado un año mientras me perfeccioné en la computación, me volví un hacker de los mejores y sin que te percataras entré un día en tu Facebook. Leí todas tus conversaciones a diario, todas tus charlas con tu madre y tus amigas, hasta los mensajes de hombres invitándote a salir, los cuales nunca contestabas. Pero mi pulso se puso a mil cuando vi que un hombre, compañero tuyo del banco, te había enviado una solicitud y habían mantenido charlas hasta altas horas. Alan Black, el nombre al cual puse en la lista negra. Tuve que desviar mi plan hacia él, estabas muy interesada, bien lo leí en tus conversaciones de Facebook con dos de tus amigas. Lo supe siempre todo de ti y ahora lo haría con él.
El plan fue simple. Cuando ustedes dos estaban en el clímax de sus charlas y él te invitó a salir, solo tuve que hacer un par de movimientos en mi computadora. Conseguí pornografía infantil en formato digital y realicé grabaciones en unos CDs, hackeé su facebook y desde su identidad comencé a ofrecerlo de manera discreta a pocos contactos, los contactos de él, los cuales ya había hackeado de antemano y sabía que serían capaces de aceptarlos. Tomé cinco de sus contactos, los hackeé a todos y le escribí en nombre de ellos pidiendo de manera discreta el material. Elaboré conversaciones falsas de ambos lados manipulando el material ilícito. Luego, cuando sabía que él no estaba en su casa en la noche, entré en ella y dejé los CDs bajo su sillón. Estuvieron allí sin que él mismo lo supiera, hasta que mi denuncia anónima llegó a la policía.
Fue terrible verte sufrir cuando descubriste ese secreto creado por mí. Alan pasó de ser tu principe azul a un sucio cerdo de un día para el otro, despedido del banco y tras las rejas, y lo mejor, fuera de tu vida. Lloraste como nadie. Me dolió tener que hacerlo, pero yo quería estar contigo y haría todo lo que fuera necesario.
Luego, la siguiente parte del plan: mi entrada. Tenía que ser sigilosa, sin mayores sobresaltos, sentía que serías mía. Sabía de tus gustos musicales, lo sabía todo de ti, “Lo dejaría todo” de Chayanne era el tema que tanto te erizaba la piel, como lo vi en los chats con tus amigas. Fui a hacer el trámite en el banco aquel día, y en el momento de cobrar un cheque, justo cuando tú ibas a atenderme, mi celular sonó. Si bien era la alarma programada por mí, la canción era esa, “Lo dejaría todo”. Fingí que corté una llamada mientras el guardia de seguridad me fulminaba con la mirada, y me disculpé contigo. Recuerdo como se iluminó tu rostro al escuchar esa canción, tenía que demostrarte que teníamos algo en común aunque fuera falso. Ya me conocías del banco y ahora sabías que compartíamos un gusto por algo.
Un viernes fui a ese bar, pero mostrándome como soy en realidad, lo había hecho una hora antes de tu llegada y me senté en ese lugar que tú siempre ocupabas con tus amigas. A la hora calculada pagué, justo cuando tú llegaste, y fingí no notar tu presencia, pero un exquisito perfume de mujer me advirtió que te acercabas. Finalmente al levantarme, te acercaste a saludar, sacudiendo tu mano con elegancia mientras tus amigas me miraban como si fuese “una cosa”. Solo intercambié un “hola” contigo, pero tú te dispusiste a charlar.
—Tu eres del banco —me dijiste alegre. Eso salió mejor de lo que esperaba, no pensé llegar a tanto.
—Si, soy yo, qué coincidencia, comencé a venir a este lugar porque me resulta agradable —contesté con seriedad y una muy discreta sonrisa, sin mostrar demasiada confianza.
—Yo me llamo Ana, un gusto. —Y me cediste la mano.
Mi piel se derritió al contacto con la tuya, sentía que tocaba el cielo con las manos, placer de los dioses.
—Me tengo que ir, tengo que alimentar a mi perro —dije, y te pusiste más alegre.
—Ay... ¿En serio? Me encantan los animales —soltaste como una niña.
—Veo que tenemos algo en común. Nos vemos —dije para retirarme. No lo podía alargar más, tenía que ser sutil.
Sentí por lo bajo cómo una de tus amigas me dijo “ogro”, pero no me importó. Esa noche en la madrugada descifré quien había hecho ese comentario de mí al controlar tu Facebook. Una tal Laura bromeaba sobre mí, sobre el bicho feo y horrendo con quien fuiste gentil. Me puse feliz cuando me defendiste, alegando que era una buena persona, además de la coincidencia de la canción de Chayenne. Lo había hecho bien, recordaste ese momento que ayudaría a conquistarte.
Sobre Laura… Las amigas en una mujer son muy influyentes.
Otra vez te vi llorar, me dolía, lo veía en tu Facebook las noches que siguieron y en lo apagado de tu rostro cuando iba semana a semana a cobrar mis cheques. En mi tercera visita al banco, viéndote triste como las veces anteriores, te pregunté si te sentías bien mientras contabas el dinero. Brevemente me recordaste a esa Laura con la que nos cruzamos aquel día en el bar y me comentaste lo sucedido. Tengo que confesar que me costó demostrar sorpresa.
Todo estaba listo, solo necesitaba la puntada final. Ya me había ganado de alguna manera tu confianza, pero no podía crear un Facebook auténtico y simplemente enviarte solicitud... Tenía que ser glorioso, único, hacerte sentir que te protegía.
Mi plan era que te asaltaran un viernes camino al bar, y yo sería el héroe. Le había pagado a un vándalo una suma muy exagerada de dinero solo para que él, en el lugar que le indiqué, justo en esa esquina intentara robarte la cartera y yo lo detuviera, recuperándola y dejándolo huir después. Le di 5000 dólares en el momento de hablarlo y le daría otros 5000 si todo salía bien. Era perfecto, él te robaría, yo te salvaría, así podría invitarte al bar al ganarme tu confianza y allí hablarte de lo que sabía que te gustaba, ya que por un año estuve espiándote en secreto. Sabía todo de ti, de la mujer que se robó mi corazón.
El momento había llegado. Cuando desde la otra calle te vi llegando al bar, miré al sujeto, quien me devolvió la mirada con discreción. Asentimos a la vez, sabíamos lo que teníamos que hacer, lo habíamos practicado muchas veces. Tú caminabas usando tu celular, perdida de lo que pasaba a tu alrededor. El sujeto estaba cinco metros detrás de ti y yo otros cinco detrás de él. Me puse alerta, nada podía salir mal, era el momento de mi vida, sentía cómo la sangre viajaba por todo mi cuerpo más los nervios que me revolvían el estómago. Cuando él te tomó por sorpresa del brazo, te habló al oído, entonces volteaste y me miraste espantada, y te cubriste detrás de él. Enronces me di cuenta que algo no andaba bien.
El sujeto al que le había pagado se giró hacía mi sacando su arma, mientras otros dos me tomaron de los brazos por atrás.
—Estás arrestado —dijo al estar ya frente a mí.
Una vez en la cárcel descubrí mi gran error. Alan no era un funcionario del banco, era un oficial infiltrado investigando el origen de mis cheques semanales ya que no eran de origen legal. Cuando lo culpé de traficar pornografía infantil fingieron el arresto, todo había sido un plan elaborado de la policía. Me investigaban por girar cheques falsos y cuando realicé la farsa descubrieron mis habilidades informáticas. Lo supieron todo, menos del asesinato de Laura.
En fin, aquí estoy, amada mía, a punto de ser condenado a cadena perpetua. Todo está perdido, me convertí en lo peor que podías imaginar. Pero finalmente, como mi condena no podía ser peor, me deleité al confesar cómo yo mismo asesiné a Laura.
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