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La novia de negro


La novia de negro



Había tenido una jornada laboral bastante extensa luego de una discusión con los socios de la compañía en la que trabajo. Las cosas no estaban yendo bien, y entre todos no parábamos de señalarnos los unos a los otros, haciéndonos responsables de los números negativos. Llegado un momento decidí dejar de discutir, los diálogos superpuestos de todos se perdieron en mis oídos, eran palabras mezcladas sin sentido, hasta que ni se distinguían las palabras. Quizás alguien más me habló, y si lo hizo, lo ignoré. Solo deseaba llegar a mi casa, recostarme en mi sofá y beber algo de whisky al calor de la estufa. Pero tenía un montón de papeleo que odiaba en el asiento del acompañante mientras manejaba esa noche en plena ruta. Todavía me dolía la cabeza, me punzaba a tal punto que sentía mi pulso en ella. Al menos la noche era hermosa, la ruta estaba vacía, solo yo manejando mientras un conjunto de estrellas y la luna llena eran lo único que se veía en el cielo. Poco a poco me iba relajando, hasta que a lo lejos los faroles delanteros de mi auto reflejaron algo en medio de la ruta. Una silueta femenina interrumpía mi paso, poco a poco aminoré la marcha para distinguirla mejor. Mi corazón comenzó a latir a mil al apreciar a una joven de vestido negro a lo lejos, con un velo cubriendo su rostro. Ni parpadeé esperando que esto sea una ilusión. No creo en fantasmas, pero la estaba viendo, una presencia oscura en medio de la noche. Tomé coraje y aceleré, pero, ¿si no lo era? No era normal ver una mujer de negro, pero no podía arriesgarme a la mínima posibilidad de atropellar y quizás quitarle la vida a alguien y tener que justificarme con un “temí que fuera un fantasma”. Clavé los frenos en contra de mi voluntad, quería seguir de largo, pero mi inocencia no me permitía hacerlo. Preferí en ese momento ser testigo de una aparición fantasmal y orinarme en mis pantalones, a tener que lamentar una tragedia. Ella a paso veloz se acercó a la ventana de mi auto mostrándome su rostro joven y perplejo, los nervios estaban dibujados en sus rasgos delicados, su piel blanca a través de un velo negro, los labios negros y finos, y su delicado maquillaje negro bajo sus ojos exageraban ojeras; si las tenía, sin ese maquillaje apostaba mi auto a que de verdad tenía. Bajé el vidrio, finalmente hablé con ella esperando lo peor.

— ¿Qué quieres? —pregunté secamente, con mis manos tiesas sobre el volante que no paraban de temblar.

—Lo siento —dijo ella débilmente —. Sé que mi aspecto no es el mejor —continuó, y suspiré de alivio.

—Lamento ser tan cortante, es que tuve un mal día, y tu vestimenta en una noche como esta… ¿lo entiendes?

—Lo entiendo —asintió tras suspirar.

—Sube —le dije. Abrí la puerta del lado del acompañante y arrojé mis papeles en la parte de atrás para que pase.

Ella se sentó con timidez, con la mirada baja e incómoda como si fuera consciente de su apariencia de bruja. Usaba un vestido negro tenebroso, pero no feo, diría que muy bonito. Zapatillas negras de tacón bajo, guantes calados de color negro hasta los codos, todo en ella era negro, hasta el color de sus ojos como su labial y el resto del maquillaje. Humedeció sus labios demostrando incomodidad, hasta que me extendió su mano.

—Me llamo Marina —dijo ella.

Pero su mano quedó desnuda, temía tocarla. Observé su mano con atención, hasta que ella retiró su guante calado mostrando sus delicadas manos pequeñas de dedos delgados. Se le resaltaban el azul de sus venas, y las uñas, negras por supuesto.

—Perdón de nuevo —dijo ella, y al fin estreché su mano, sentí el frío de ella, me asustó, pero reflexioné sobre la temperatura de esa noche, era normal que estuviera así.

—No era que no quisiera saludarte —dije de tono grave y varonil, solo para evitar tartamudear, estuve a punto —. Es que una mujer de negro en la noche asusta —terminé de decir.

—Lo sé —sonrió ella de manera tímida —. Déjame explicarte. Mi novio y yo somos góticos, nos gusta vestir de negro y por ello como me ves. Mi familia no está muy de acuerdo al igual que la de mi novio pero lo respetan. Hoy íbamos a casarnos a media noche, pero mi auto sufrió una descompostura. Por favor, llévame —pidió de manera gentil.

—Bien, mujer, no te preocupes —asentí, con una sonrisa forzada, costaba asimilar la situación —. Dime dónde es.

—Por esta ruta son solo diez kilómetros, llevo caminando quince, estoy retrasada y temo que mi novio piense que me arrepentí a última hora —explicó ella.

Sus palabras fueron un puñal en mi corazón. Tragué saliva tras recordar como quedé cinco horas esperando en aquella boda, mi boda que nunca se celebró, porque ella nunca vino. Tenía que llevarla a toda costa.

— ¿Te molesta si manejo rápido? —pregunté decidido.

—Para nada. Es más, te lo pido por favor —rogó ella.

Arranqué el auto y marché en él como si fuera un auto de carreras, la adrenalina corría por mis venas, solo con la idea de evitar en su novio lo que a mí me sucedió en el pasado. Solo deseaba verlo allí, y decirle “tranquilo, aquí está”.

— ¿Entonces te casas de noche? —pregunté. ¡Qué pregunta la mía!

—La noche es parte de nosotros, no somos brujos ni satánicos como las personas nos tildan, somos góticos, es un estilo de vida —contó ella.

—Tranquila, mi sobrino tiene esas costumbres y es más bueno que el pan —sonreí para que entre en confianza.

—Gracias —dijo ella, y bajó la mirada.

Poco tiempo después observé una mansión inmaculada sobre la ruta, apenas el edificio se asomó a nuestra visual ella lo señaló. Parecía el castillo del conde Drácula, ¿pero qué más podía esperar? Paré el auto y toqué bocina a varias personas, esperaba los gritos de asombro de las mujeres y el festejo de los hombres, pero nada. Todos me observaron con recelo, como el desconocido que soy. Bajé de mi auto y me acerqué al más próximo, pero cuando me di cuenta, Marina estaba detrás de mí. Me jaló de la muñeca de mi traje para llamarme, me mató su mirada de perro mojado. Bueno, quien sabe si el novio todavía estaba, y esto necesitaba explicaciones.

—Vamos, dile que estás aquí —le dije a ella en voz baja.

—Ellos no me importan —susurró ella, enrolló su brazo con el mío como si fuera el padrino, mientras yo alerta me percaté de cómo me gané las miradas estupefactas de todos. Lo que faltaba, ahora tengo la imagen del amante que evitó la boda. Esto necesitaba una estresante justificación.
Ella me llevó al interior de la mansión, todo parecía ser el montaje para una película de terror con las decoraciones necróticas del lugar. Cuadros por todos lados con imágenes tétricas de personas que parecían más muertas que vivas, y estatuas de gárgolas en piedra. Enormes faroles iluminaban la gran sala continuada por una alfombra color purpura.

— ¿Dónde está tu novio? —Le pregunté a ella, pero se recostó sobre mi cuerpo como si quisiera esconderse de la visual de todos, esto no daba buena espina.

—Solo sígueme —dijo.

— ¿Pero dónde…?

—No hables —interrumpió, mientras escuchaba los murmullos, todos atónitos me observaban sin moverse.
“¿Quién es? ¿Qué hace aquí? ¿De dónde salió? ¿Qué mierda?” eran algunas de las preguntas en lo que pude descifrar de la mezcla de voces.

—Puedo explicarlo —dije en voz alta a la multitud.

—No hables, por favor —exigió ella entre dientes, mientras una lágrima negra que corrió su rímel se deslizó por su mejilla.

—Van a matarme si me ven así contigo —repliqué en voz alta.

—Está loco —dijo una señora mayor que me fulminó con la mirada.

—Por favor, no digas nada, solo sígueme —pidió ella.

Subimos por una enorme escalera del estilo antiguo que continuaba con la misma alfombra purpura. Al llegar al final, se vieron dos escaleras a los lados con la misma alfombra. Subimos por la de la derecha. Pero tres escalones antes de llegar, ella se detuvo. Se quitó el otro guante calado permitiendo ver un anillo con un enorme zafiro, lo que valdría esa joya. Para mi sorpresa se lo quitó, lo colocó en la palma de mi mano y la cerró con fuerza para que la guarde, sus manos a esta altura estaban cálidas.

—Quiero que se lo des a mi novio —dijo ella triste.

— ¿Vas a dejarlo aquí? —reproché irritado, por un momento vi en ella a la que sería mi esposa, sería

—. No puedes hacerle esto, menos usándome a mí.

—Por favor —dijo ella al tragar saliva —. Solo hazlo, hoy no pude casarme.

—Puedes hacerlo ahora —dije, pero ella no contestó. Me escoltó al final de la escalera, y entramos en un salón.

Allí lo vi a él, a un sujeto que no me costó entender que era su novio. Vestía de negro. ¡Qué sorpresa! Usaba un chaleco negro con tres botones color plata, una camisa negra con extraños bordes como si fueran gravados de color rojo. No tenía corbata, más bien una especie de corbatín extraño como del siglo 16 o 17, no sé bien. El caballero tenía la piel blanca como ella, con rasgos delicados, con su cabello negro atado con cola de caballo. Parecía más vampiro que humano, pero ya nada me sorprendió.

—Él es mi novio, Joaquín, ve a hablar con él —dijo ella, me empujó hacia delante llamando la atención de todos con mi trote para no caer. El me asesinó con la mirada, sus ojos enrojecidos no sé si eran de llanto o de ira al observarme, ni parpadeó al intercambiar miradas.

—Joaquín —llamé a él luego de suspirar.

—Soy yo —respondió con una voz muy grave.

—Espero no ser inoportuno, vine a tu boda —expresé calmo. Su silencio estremeció cada uno de mis músculos.

—No te conozco —soltó él.

—Lo sé, tranquilo, ahora puedes casarte —dije de sonrisa forzada, se notaba la falsedad en ella, pero en una situación como esta me costaba hacerlo.

— ¿Cómo? —preguntó incrédulo.

No pude evitar ver detrás de él un ataúd, y no me asustó, ya vi demasiado terror en esta noche tan extraña.

—Buen decorado —dije al señalar el ataúd. Buscaba alivianar la tensión.

— ¿Quién te invitó? —dijo él al levantar la voz.

—Nadie —dije.

— ¿Por qué viniste?

—Toma —le dije a él, le di el anillo con el zafiro que Marina me entregó. Él lo miró tan extrañamente que no pude descifrar su reacción. Observé detrás de mí, Marina no estaba.

—Oh por dios, se fue —dije fastidiado.

— ¿Quién se fue, y por qué tienes este anillo? —. Estuvo a punto de gritar de cómo lo dijo.

—Encontré a tu novia en el camino, me explicó que su auto se averió y le traje hasta aquí, solo que no se atrevió a hablarte. Quizás por el retraso no sabía cómo explicarlo, lo siento.

— ¿Me dices que Marina te dio el anillo? —preguntó más calmo.

—Si hombre, recién me lo dio. Solo tranquilízate, quizás si hablan puedan arreglarlo. Sabes, a mí me plantaron en mi boda, pero no tuve segunda oportunidad, tú la tienes, solo ve a buscarla.

—Ven conmigo —pidió él con la mirada sombría.

Me llevó al ataúd, mis lágrimas cayeron al ver a Marina dentro de él, con el mismo vestido con el que la vi poco tiempo atrás.

—Marina murió en un accidente en la ruta camino a nuestra boda, no sufrió daño, pero su corazón no soportó el susto —dijo él con la voz plana.

—Al darme vuelta la vi a ella, igual que en el ataúd pero con su rímel negro corrido. Saludó con su mano para desaparecer ante mis ojos.

—Gracias por el anillo —dijo él tras aparecer una línea de sangre desde su garganta, también desapareció él.

— ¿Con quién habla joven? —preguntó una mujer mayor.

—Con Joaquín, creo —contesté atónito.

—Joaquín es mi hijo, se suicidó al enterarse de la muerte de Marina —señaló ella detrás de mí, estaban colocando otro ataúd con Joaquín dentro.

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