Como bien nos advirtieron, cambiamos la cerradura de la puerta y tomamos medidas para evitar que entrara. También colocamos cámaras de seguridad dentro de casa por cualquier eventualidad. Tan solo a cuatro días de nuestra llegada, amanecí con un regalo en la puerta de casa. Un trabajo de brujería. Una cabeza de gallina con velas consumidas, maíz, bombones y algunas cosas más. No era creyente hasta ese entonces, así que lo más inteligente fue juntar todo en una bolsa de basura, tocar la puerta de “la loquita” y entregársela.
—Se le perdió esto —le dije.
Ella tomó la bolsa, observó su contenido, y levantó la mirada hacia mí con una sonrisa tan inquietante que me hizo comprender por qué le pusieron ese apodo. Por un momento se me heló la sangre al intercambiar miradas. De pasar de ser una mujer cualquiera, su rostro parecía ser de la hija del diablo. Me dio miedo, solo con esa sonrisa me demostró que sería capaz de cualquier cosa...
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