Algo en él me hizo sospechar que ocultaba algo. Lo conocía perfectamente. La seriedad tan calma con la que me habló, era la forma que tenía de reprimir la ira que liberaba en otro sitio. No salí de mi habitación, pero pegué la oreja en la puerta. Aunque escuchaba muy bajo, podía oír a él levantándole la voz a su madre. Se me erizó la piel cuando escuché las palabras:
—No le hagas más nada a mi esposa.
Fue cuando me di cuenta de que lo de bruja, no solo era su aspecto. Me senté en la cama aterrada, no sabía cómo reaccionar. Sentí que me bajó la presión de los nervios. Mi esposo regresó, y al verme se preocupó. Notó mi estado, me dijo que estaba pálida. Traté de fingir que no pasaba nada, pero él me insistía en que no estaba bien. Me trajo algo dulce para que me sintiera mejor, y fue cuando se lo dije.
—Escuché la discusión —le dije —. ¿Hay algo que tenga que saber?
Mi esposo bajó la mirada, no se atrevía a decírmelo, aunque yo ya suponía que era. Ante su silencio le exigí explicaciones, y no tuvo más remedio que decirme la verdad. Me dijo que su madre me hizo brujería...
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