Un día en la mañana le preparé un café con agua de calzón, se lo bebió entero sin saberlo. Los próximos días de espera se volvieron aún más excitantes que antes. La espera, la tensión, el hecho de consumar un plan y dar los pasos le daba cierto aire a peligro que me encendía por dentro. Como bien calculé, mi hermana debió de salir por negocios fuera de la ciudad, dejándome la casa para mí y su esposo. Desde que ella dejó la casa sola, me encargué de liberar mis planes y estar en el hogar el mayor tiempo posible. Él no avanzaba, pero lo notaba nervioso, ansioso. Me hablaba tartamudeando de los nervios y eso me daba más ternura. Lo tenía bajo mis pies. Así lo tuve toda la tarde, disfruté esa sensación de saber que soy la reina de la casa. No lo apuré, esperé a la noche...
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