Llegué a mi casa, dejé ofrendas a pesar de no ser un sábado y le recé a San La Muerte agradeciéndole por salvar mi vida y rogándole me mantuviera bajo su protección. De pronto, una cortina de aire apagó todas las velas del altar. Comencé a oír pasos en la sala de mi casa que poco a poco se acercaron a mí. Me giré apuntando mi arma, allí estaba. San La Muerte se me presentó de nuevo, pero esta vez con una extraña túnica roja que cubría su cuerpo. Caminó lentamente hacia mí, me señaló una de sus estatuillas, así que la tomé sin dudarlo. San La Muerte luego me señaló una ventana. Su mano era huesuda, al contrario de su rostro, la mano carecía totalmente de algo de piel o carne.
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